MAGNICIDIOS EN EL IMPERIO INCA
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Imperio Inca
Para poner en perspectiva todo lo concerniente a los
magnicidios que ocurrieron en el Imperio Inca, coincidiendo con la llegada a
sus dominios de los conquistadores españoles entrada la segunda década del
siglo XVI, es pertinente reseñar detalles importantes del mismo.
No hay un criterio único sobre la fecha en que surgió
el Imperio de los Incas. Las versiones más verosímiles aproximan ese hecho al
siglo XII, tomando en cuenta pruebas encontradas en yacimientos arqueológicos y
en asentamientos antropológicos.
Muchos de los estudios científicos realizados en
diferentes lugares de ese que fue un amplio territorio han seguido las pautas
trazadas en materia etnográfica por el antropólogo, abogado y etnólogo estadounidense
Lewis Henry Morgan, considerado desde la centuria antepasada como una eminencia
en los temas de su especialidad.
Algunos cronistas y narradores coinciden en señalar al
místico Manco Cápac como el iniciador de ese imperio, aunque al penetrar en su
biografía lo que de él se indica se va diluyendo en meras conjeturas y leyendas
orales.
Otros, en cambio, atribuyen dirigir la fundación
formal del Imperio Inca al gran jefe indígena Pachacútec. En realidad éste fue
el noveno gobernante de los incas y gran impulsor de su esplendor y poderío.
El ejercicio de poder imperial de Pachacútec es parte
del imaginario social que crearon los pueblos originarios que habitaban en su época
gran parte de la cordillera de los Andes.
Lo que sí está fuera de duda es que sus fundadores
fueron etnias andinas de lengua quechua, que se desplazaron en oleadas
migratorias desde la gran franja que hoy forman los departamentos colombianos
de Huila, Tolima, Caquetá, Putumayo, Nariño y otros, hasta la Argentina, especialmente en la zona
de Catamarca, Salta, Santiago del Estero, Jujuy, etc.
Para conectar esos lugares tan distantes los ancestros
incas y de otras tribus hicieron
movimientos y estancias en gran parte de Perú, Chile, Ecuador, Bolivia y
otros países de Sudamérica.
En una
imponente y llamativa ciudad de Perú llamada Cusco estaba el centro del poder
del Imperio Inca. En otro lugar de ese mismo país, llamado Cajamarca, fue
capturado el emperador Atahualpa.
En el Imperio Inca el Sol y la Luna constituían el
centro de las creencias religiosas de sus habitantes. A eso se añadía el fervor
sagrado que tenían por los fenómenos de la naturaleza.
Los incas eran un pueblo cultivador de la poesía y la
danza, teniendo también la música y la creación pictórica en cerámicas como
bases esenciales de sus expresiones artísticas.
El desaparecido Imperio Inca tenía una amplia red
vial. Algunos tramos han sido rescatados y se utilizan para excursiones de
turistas. Eso es prueba elocuente de la trashumancia humana que hubo desde el
referido siglo XII por cimas, cerros y altozanos cordilleranos de esa amplia
zona del continente americano.
Es pertinente decir que allí se cultivaban productos
que todavía son predominantes en la agricultura de América del Sur, tales como
maíz, papas, ajíes, algodón, coca,
tomate, maní y decenas de otros vegetales.
La ciudad de Cusco, en su condición de capital del Imperio
Inca, era la sede del emperador, un señor que tenía un poder absoluto,
extensivo a su muerte al descendiente o colateral designado para sucederlo.
El Imperio Inca tenía una estructura socio-económica
caracterizada por tres grupos humanos bien diferenciados. Así era mucho antes de
que llegaran los españoles a esta parte del mundo, donde los vikingos siberianos
habían pisado tierra miles de años atrás, cuando penetraron por el estrecho de
Bering, por el área de Alaska, en América del Norte.
El prominente etnohistoriador y sociólogo de origen
ucraniano John Victor Murra realizó un interesante análisis sobre el Imperio
Inca, explicando los diferentes roles que allí desempeñaban el grupo clasificado como la nobleza; el
pueblo-in centro- del tejido socioeconómico y los servidores, también llamados
yanaconas, que en sí eran más bien esclavos de las élites gobernantes.
La aludida investigación de Murra, titulada La
organización económica del Estado Inca, contiene luminosos puntos propios de la
antropología social y de la etnografía, que permiten al lector adentrarse en el
conocimiento de cómo era el manejo económico, político y comunitario de ese
sistema de gobierno con características peculiares, el cual duró cuatro siglos,
desde Pachacútec hasta Atahualpa.1
En un gran tramo de los Andes, desde la cúspide del
Aconcagua hasta el valle intramontano más nivelado con el nivel del mar, donde
el Imperio Inca estaba establecido; y sus gobernantes ejercían un férreo
control sobre las riquezas naturales y las vidas de sus súbditos, los
conquistadores españoles se encontraron con una historia cargada de conflictos
ancestrales entre los diversos grupos indígenas.
Al pisar el territorio donde reinaban los incas una de
las primeras cosas que hicieron los antedichos conquistadores fue proyectar la
idea de que eran seres sobrenaturales y dotados de poderes divinos.
Utilizaron también algunas de las enfermedades epidémicas
que ellos mismos propagaron entre los indígenas, que tenían un sistema
inmunológico débil, para hacerles creer que eran castigos enviados del más allá
para que fueran sumisos. Así lo dejaron escrito cronistas de la época y otros
que luego los siguieron.
En los dibujos y pinturas que han sobrevivido al paso
del tiempo en diferentes lugares del vasto territorio del Imperio Inca, y
especialmente en cerámicas, se observan escenas que reflejan perplejidad de
indígenas que veían a los españoles como seres superiores a ellos; algo así
como encarnaciones de deidades desconocidas, pero que consideraban con un poder
tan avasallante como para dejarlos
absortos.
Esas imágenes de aborígenes paralizados por la
sorpresa, debido a una suerte de sugestión sicológica, se pueden comparar con la dramática narración
que hizo el actor y guionista Orson Welles en la estadounidense ciudad de New
York, el 30 de octubre de 1938, cuando adaptó para un programa radial el
material de ficción contenido en la novela La guerra de los mundos de H. G.
Wells, pivotada sobre una supuesta invasión alienígena aplastante sobre la
tierra.
Así como los nativos andinos quedaban asombrados por
el atavío y el armamento de los europeos, así también, 400 años después, la
sorpresa radial de Welles causó un indescriptible pánico entre millares de
personas residentes en los estados de New York y New Jersey.2
Los conquistadores españoles llevaban más de 30 años
en América, pero el Imperio Inca no había sido vencido por ellos. Para entonces
el monarca era Huayna Cápac, quien mantuvo el trono hasta el 1525, fecha en que
falleció. Dejó el sistema de gobierno mejor organizado y poderoso de toda
Sudamérica, luego de haber aplastado a etnias rivales aguerridas como los
cañaris, tallanes, cayambis, etc.
El referido emperador,
y sus antecesores, fueron fortaleciendo por cientos de años una
formidable unidad política entre la nobleza que ellos personificaban, lo cual
les permitió mantener el control económico, social, religioso y militar sobre
un extenso territorio, y encima de cientos de miles de súbditos.
Esa unidad monolítica que tuvieron durante siglos los
emperadores incas les permitía tener grupos representativos de sus intereses en
diversos lugares. Eran los llamados panacas, quienes actuaban por delegación
suya para mantener la cohesión imperial.
Con el fallecimiento de Huayna Cápac se desataron los
demonios de la ambición entre sus hijos Huáscar y Atahualpa, lo cual facilitó
la desintegración sangrienta del Imperio Inca, aunque la ambición entre los
Pizarro y los Almagro prolongaría por más de tres décadas la desaparición total
de ese sistema de gobierno andino.
Emperador Huáscar
Huáscar era uno de los tantos hijos que engendró el
citado emperador inca Huayna Cápac. Por voluntad de su padre ejercía como segundo
en la gobernación de Cusco, la capital imperial. A la muerte de éste, en el año
1525, siguiendo una antiquísima tradición, ascendió al trono imperial hasta el
1532.
No le fue fácil a Huáscar controlar el poder. Tenía contrincantes tan fuertes como su hermano
paterno Atahualpa, quien lo hostilizaba desde Quito, hoy capital del Ecuador.
Su antagonista principal contaba con el apoyo de muchos de los jefes religiosos
que habían crecido bajo la sombra del fallecido monarca, así como de la mayoría
de los jefes militares.
En términos fácticos el imperio se dividió, con claras
ventajas para Atahualpa, aunque Huáscar conservaba la formalidad del mando
nominal de gran parte de los inmensos territorios dejados por su progenitor.
El emperador Huáscar pudo mantenerse en el poder
imperial durante 7 años, pero no tuvo un momento de paz. Cometió varias
degollinas, incluso entre clanes familiares suyos. Terminó recelando hasta de
aquellos que le apoyaban en su disputa con Atahualpa.
Finalmente Atahualpa venció a Huáscar, ordenando su
ejecución, junto a su núcleo familiar más cerrado, en la ciudad andina de
Andamarca. El asesinato de Huáscar se
puede considerar como el primer y penúltimo magnicidio de un monarca inca
auténtico. El próximo y último sería el mismo Atahualpa.
Esa lucha intrafamiliar provocó, entre otras cosas, la
masacre de miles de indígenas de ambos bandos en disputa.
Las acciones emprendidas por los emperadores Huáscar y
Atahualpa entre los años 1525 y 1532
permiten señalar que ambos jefes del Imperio Inca (en ese tramo histórico
transformado en bicéfalo) carecían de los atributos de grandeza que adornaron a
varios de sus antepasados.
Esos hermanos en discordia mortífera, al igual que los
jefes religiosos y los generales alineados en ambas facciones, sólo estaban animados
por el poder y la codicia que les generaba la riqueza material y el ejercicio del poder,
prescindiendo de la suerte de sus seguidores.
Analizando esta historia, por el parecido que tiene,
me llega al recuerdo Bertolt Brecht, el famoso dramaturgo alemán quien en una
novela póstuma, titulada Los negocios del señor Julio César, con una
sorprendente mezcolanza de cosas que tocan incluso temas propios de una sociedad
imperial, ambientada en un tiempo histórico anterior a la Era Cristiana, pero
con elementos clasificables en el siglo pasado, señala que: “Se sabe que no hay indumentaria con más
bolsillos que la túnica de un general; pero, evidentemente, los vestidos de los
gobernadores estaban constituidos únicamente por bolsillos.” Más adelante, en el
pasaje del monstruo de las tres cabezas (capítulo cuarto), Brecht puntualiza
así: “Los panaderos, los matarifes, los talabarteros, los cardadores, no
reciben más beneficios de la guerra que el desfile triunfal.”3
Es oportuno reafirmar que las rivalidades entre los
dos poderosos hermanos hijos del difunto Huayna Cápac, que guerreaban por la
exclusividad del mando supremo del Imperio Inca, debilitaron grandemente a ese
poderoso señorío; lo cual facilitó el trabajo de destrucción que ya bullía en
la mente de los capitostes españoles que exploraron, conquistaron y
colonización una parte de lo que ahora es América Latina.
Emperador
Atahualpa
Cuando en el año1529 el conquistador español Francisco
Pizarro llegó a la ciudad de Tumbes,
situada en el noroeste de lo que ahora es Perú, y tuvo el primer contacto con
indígenas, se empapó de la profunda división que había entre el norte y el sur
del Imperio Inca.
En ese momento
estaba en auge la lucha encarnizada que libraban los hermanos Huáscar y
Atahualpa. Ese conflicto fratricida le permitió a Pizarro planificar la captura
de ambos jefes, aplastar sus fuerzas y ponerle fin al sistema de gobierno que
por varios siglos había predominado allí.
Al producirse el magnicidio de Huáscar, por orden de
su hermano Atahualpa, los enfrentamientos entre los seguidores de ambos no
cesaron, lo cual aprovechó tácticamente Pizarro para atraer a su lado a los
combatientes que seguían fieles a la memoria del primero, entre ellos sus
hijos, así como también logró que lo siguieran miles de miembros de otras
etnias que siempre fueron rivales de los incas.
En su designio de aniquilar el Imperio Inca el
conquistador Francisco Pizarro rompió estructuras del mando y fue eficaz en su
indicada táctica de atizar la división entre grupos indígenas.
Pizarro logró poner en práctica la famosa máxima griega
de “divide para que reine.” Fue lo mismo que aplicó antes de Cristo el
emperador romano Julio César, venciendo así a varios senadores conservadores
muy influyentes en Roma, quienes eran renuentes a aceptar su mando, porque
consideraban que su ambición provocaría la pérdida del poder que ellos ejercían.
Con el asesinato de su hermano Huáscar, Atahualpa se
convirtió en monarca absoluto del Imperio Inca, pero su reinado fue efímero,
puesto que en la noche del 16 de
noviembre de 1532 fue apresado en Cajamarca, Perú. A esa ciudad llegó Francisco
Pizarro en la mañana del día anterior, con el ardid de sostener con él una
conversación amistosa.
Atahualpa,
aunque recelaba un poco de la sinceridad del referido conquistador, aceptó el
desarme de los más de 25,000 hombres que formaban parte de su cortejo imperial.
A Cajamarca llegó con unos 6,000 de
ellos, incluyendo consejeros, bailarines, intérpretes musicales y ejecutantes
de instrumentos musicales típicos de los incas. Creer en los españoles fue su
gran error.
La historia registra que a cambio de su libertad el
emperador Atahualpa ofreció a los conquistadores españoles, entre otras cosas,
una inmensa cantidad de oro y plata, lo cual fue aceptado por éstos.
Después de varios meses de encierro el indígena
cumplió lo que le correspondía del trato, entregando tanto oro y plata que se
considera que al precio en que hoy se vende la tonelada de esos metales serían
miles de millones de dólares norteamericanos.
Los conquistadores no cumplieron su parte del
compromiso. Al contrario, querían obligar al emperador a que borrara sus creencias
religiosas y se convirtiera al cristianismo, con obediencia a los poderes
asentados en Madrid y Roma y, además, decidieron juzgarlo por múltiples
ilícitos, algunos incluso inexistentes en el rudimentario sistema de justicia
del Imperio Inca. Eso sí, le dejaron escoger cómo quería morir, si ahorcado o
quemado vivo.
El magnicidio de Atahualpa se produjo el 26 de julio
de 1533, en la plaza pública de la mencionada ciudad de Cajamarca. El método
utilizado fue muerte por el garrote, rompiéndole el cuello.
En el Museo de Arte de Lima, Perú, estratégicamente
situado en el Paseo de Colón, hay varias expresiones artísticas de diversos
pintores que recrean la prisión, la muerte y los actos fúnebres de Atahualpa,
el último emperador inca.
La entronización que luego del magnicidio de que fue
víctima Atahualpa hizo Pizarro del llamado primer inca de la conquista, el
monigote Tápac Huallpa, alias Toparpa, no fue más que una parodia. Lo envenenaron a los tres meses, cuando intentó rebelarse por no poder soportar las
tantas exigencias de más oro y plata que le hacían permanentemente los
españoles.
Conquistador Francisco Pizarro
El conquistador del Imperio Inca Francisco Pizarro
nació el 16 de marzo de 1478 en el municipio Trujillo, en la región de
Extremadura, en el oeste de España, donde todavía lo consideran el personaje
principal de su historia.
En su ciudad natal, perteneciente a la provincia de
Cáceres, exhiben una estatua ecuestre de él, así como un museo con
informaciones, pinturas y objetos vinculados con sus actividades primero en
Italia, como miembro de los tercios, una unidad armada considerada por historiadores y expertos en las ciencias
militares como el primer ejército moderno de Europa.
El grueso de lo que se expone en ese museo sobre la
vida de Pizarro es su impactante
trayectoria en América, desde que en el 1502 llegó a esta tierra acompañando a
Vasco Núñez de Balboa y participó el 25 de septiembre de 1513 en el
“descubrimiento” del Océano Pacífico, antes llamado Mar del Sur.
Los dos primeros intentos de Francisco Pizarro por
conquistar el Imperio Inca fueron fallidos. En ambas ocasiones contó con el
apoyo armado de Diego de Almagro y el financiamiento del sacerdote y explorador
Hernando de Luque.
De Hernando de Luque hay que decir, por respeto a la
historia, que tenía más alma de conquistador y auspiciador de matanzas de
indígenas que de cura.
Ese clérigo extraviado fue uno de los más cercanos cúmbilas
del gobernador de Castilla de Oro, el tristemente célebre Pedro Arias Dávila,
más conocido por su apodo de Pedrarias, y a quien Juan Bosch calificó como
“anciano tenaz y ambicioso…temido, terrible y suspicaz.”4
Frente a sus fracasos iniciales Francisco Pizarro
decidió volver a España, donde consiguió un fuerte apoyo económico y militar
del rey Carlos I. En su segundo y último viaje a América se hizo acompañar por
sus hermanos Gonzalo, Hernando y Juan, quienes tendrían una sangrienta participación
en la derrota del Imperio Inca y en las luchas posteriores llevadas a cabo
entre los mismos españoles.
Luego del magnicidio en Cajamarca del emperador
Atahualpa, el conquistador Francisco Pizarro se trasladó a Cusco, la capital
imperial, donde instaló como monarca a un títere suyo, el arriba mencionado
jefe indígena Toparga. Luego hizo lo mismo con Manco Inca, también llamado
Manco Cápac II, quien terminó sublevándose y atrincherándose en un caserío
llamado Vilcabamba, en el denominado Valle de la Longevidad, en el sur de lo
que ahora es la República del Ecuador.
Fue en esa misma ciudad de Cusco donde ordenó la
captura y el asesinato de su antiguo socio Diego de Almagro, a quien él y los
suyos consideraban un traidor, bajo múltiples alegatos.
Francisco Pizarro fue el fundador, en la costa del
Pacífico, de la Ciudad de los Reyes, luego llamada Lima, actual capital de la
República del Perú.
El magnicidio del conquistador Francisco Pizarro
ocurrió dentro del palacio donde vivía, en la mencionada ciudad. Su muerte fue
con vesania, a juzgar por las informaciones divulgadas por los historiadores de
la época.
A media mañana del 26 de junio de 1541 unos 20
españoles fuertemente armados, cumpliendo instrucciones de Diego de Almagro
hijo, apodado el Mozo, entraron como una tromba marina a la residencia de
Pizarro y convirtieron su cuerpo en una masa sanguinolenta, con decenas de
heridas, incluyendo en los ojos.
Uno de los partes informativos sobre el magnicidio de
Francisco Pizarro (quien a sus 65 años creía estar ya disfrutando del reposo
del guerrero) dice que le infirieron “tantas lanzadas, puñaladas y estocadas
que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta.”
Conquistador Diego de Almagro
El conquistador Diego de Almagro llegó a ostentar el
título de adelantado, por mandato de la Monarquía Española. Ejerció funciones
propias de un virrey en una gran parte del territorio del Imperio Inca, en el
cual fundó varias ciudades.
Ese personaje de gran resonancia en la conquista y
colonización de España en América nació un día cualquiera de 1475 en la villa
de Almagro, un recodo de la localidad llamada Ciudad Real, dentro del
territorio que entonces se llamaba Castilla La Nueva, lo que ahora es en gran
parte la comunidad de Castilla-La Mancha.
Los más fervorosos biógrafos de Almagro lo señalan
como el descubridor de Chile, en el 1536, aunque en realidad está documentado
que a ese país llegó mucho antes, en el 1520, el explorador Fernando de
Magallanes.
Después de sus muchas, y no siempre efectivas andanzas
por tierras chilenas, retornó al Perú. Quería seguir allí su gloria individual. Ya estaba en conflicto con su antiguo socio
Francisco Pizarro.
El 12 de julio de 1537 tomó por la fuerza la ciudad de
Cusco y apresó a los hermanos Gonzalo y Hernando Pizarro, marcando así el
principio del fin de su propia existencia.
En poco tiempo la suerte cambió para Almagro, pues los
referidos hermanos Pizarro aplastaron a sus fuerzas el 6 de abril del año 1538,
en la conocida como Batalla de las Salinas, a unos cinco kilómetros de la
ciudad de Cusco, con lo cual tomaron el control de la guerra entre los
conquistadores españoles.
Esa debacle militar de los almagristas motivó el
apresamiento y juicio rápido y sin apelación del conquistador Diego de Almagro.
Frente a las súplicas de Almagro para que le
perdonaran la vida, la historia recoge que
Hernando Pizarro le reprochó su comportamiento, impropio de un jefe
militar curtido en muchas batallas, y le lanzó esta proclama condenatoria:
“Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no
mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a
la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio.”
El conquistador Diego de Almagro tenía 63 años de edad
cuando Hernando Pizarro, en segura comunicación con su hermano mayor Francisco,
ordenó su magnicidio por estrangulamiento, aplicándosele en la plaza pública de
la ciudad Cusco, antigua capital del Imperio Inca, la infernal máquina
denominada el garrote. Luego fue decapitado.
Hay consenso entre los historiadores al decir que la
lucha a muerte entre Francisco Pizarro y sus hermanos con Diego de Almagro y sus hijos fue el origen de
las guerras civiles que por centurias afectaron a gran parte de lo que fue el
territorio del Imperio Inca, del cual surgieron varios países en la América del
Sur.
En su obra Comentarios Reales de los Incas el gran escritor e historiador Gómez Suárez de
Figueroa, mejor conocido como Inca Garcilaso de la Vega, hace una amplia
descripción del surgimiento y los avatares del Imperio Inca, resaltando los
acontecimientos producidos con la llegada de los conquistadores españoles y
haciendo interesantes reseñas de las actuaciones que allí tuvieron Pizarro,
Almagro y otros jefes militares. Sus observaciones son muy importantes,
especialmente porque nació en la ciudad de Cusco, hijo de un español que llegó
a ser funcionario judicial y recaudador fiscal de la referida ciudad y de una
indígena inca y, además, porque sus dos herencias culturales la supo utilizar
con una “prosa bella y elegante.”5
Bibliografía:
1-La organización económica del Estado Inca. Editorial
Siglo Veintiuno, México, 1978. John Victor Murra.
2-La guerra de los mundos. Ediciones Libres,2007.
Ecuador. H. G. Wells.
3- Los negocios del señor Julio César. Ediciones
Olimpia, México,1985.Pp16 y 194. Bertolt Brecht.
4-De Cristóbal Colón a Fidel Castro. Editora Alfa y Omega,1983.
Pp 99,112 y 113. Juan Bosch.
5-Comentarios reales de los incas, 1609. Biblioteca virtual Miguel de
Cervantes. Inca Garcilaso de la Vega.
Publicado el 5-Septiembre-2020.Diario
Dominicano.
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