EL MÁS CONMOVEDOR MAGNICIDIO PARA LOS CRISTIANOS:
JESÚS DE NAZARET
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Jesús de Nazaret es una figura cuyo trascendental
papel fue terrenal y es celestial. En términos generales el reconocimiento de
esa doble condicional está al margen del credo religioso que profese cada cual.
El tamaño de su figura histórica es de tal dimensión
que desde hace más de dos mil años se suceden las opiniones en torno a él, sin
importar las diferencias de credos religiosos.
Aunque está sujeto a controversia, muchos analistas de
la historia de la antigüedad le atribuyen al filósofo estoico Séneca, nacido en
la Córdoba del sur de España, quien fue tutor durante muchos años del emperador
Nerón, referirse de este modo al magnicidio perpetrado en una colina con vista
al valle de Josafat: “No soy cristiano, pero me estremezco al pensar que Jesús
murió lentamente, gota a gota, como su propia sangre.”
En las epístolas que ese gran pensador y San Pablo se
intercambiaron no hicieron mención directa del Mesías, pero sí aparecen
alusiones constantes a él, como esta de Pablo de Tarso: “un hombre que Dios ha
resucitado.”
Muchos ateos también, al opinar sobre la única persona
que en la tierra fue engendrada de la manera en que la Biblia describe, se
colocan en una posición de polémica interpretación que los conduce a reconocer
el significado gravitacional que tiene en la historia de la humanidad quien
nació en condiciones de extrema humildad, en un caserío llamado Nazaret,
situado en las colinas de Galilea, registrado, para fines de identidad en su
encarnación terrenal, como hijo de una joven madre llamada María y un manso trabajador
de la carpintería de nombre José.
En el epistolario paulino hay una profunda observación
de San Pablo que me parece fundamental para entender el doble papel que encarna
Jesucristo. Es una comunicación que le hace a su discípulo Timoteo, el hijo de
una judía hecha cristiana y de un griego, en la cual le señala que:
“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios
y los hombres, Jesucristo hombre.”1
Lo anterior se amplifica en un texto que hace mención
de dos pactos que son como pasadizos entre la Tierra y el Cielo, pero cuya
autoría no ha quedado plenamente confirmada, aunque muchos también se la
atribuyen a Pablo de Tarso:
“…Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que los
llamados reciban la herencia eterna prometida, ahora que él ha muerto para
liberarlos de los pecados cometidos bajo el primer pacto.”2
Resulta sobrante en estas notas hacer un recuento de
la vida de Jesús, sobre cuya trayectoria vital se afinca el cristianismo; por
ello me limitaré a comentar el proceso judicial que culminó con el magnicidio
que significó su muerte atroz clavado en un madero.
Así comenzó la trama para el magnicidio de Jesús
En términos tangibles la desgracia terrenal de Jesús
empezó con el acto de traición que cometió
el discípulo suyo Judas de Iscariote, quien el la Última Cena lo vendió
por 30 monedas de plata, como bien se describe en la narrativa de Mateo.3
Es el
evangelista Mateo el que de manera más gráfica describe los inicios de
la trama criminal para el magnicidio de Cristo, señalando al respecto que “se
reunieron entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el
palacio de Caifás, el sumo sacerdote, y con artimañas buscaban cómo arrestar a
Jesús para matarlo.”4
Ilícitos penales de la acusación
La acusación contra Jesús estaba cargada de
falsedades; carecía de sustento legal, y como si fuera una bola alimenticia
macerada no de adobo sino de perversidades, consistía en cuatro bloques de
imputaciones con rango de alta gravedad en la legislación judía de entonces.
No resulta abundante decir que el ignominioso tribunal
apoderado de ese bodrio judicial tenía una decisión condenatoria previamente
tomada.
Los acusadores presentaron al Sanedrín un pliego en el
que aparecía Cristo violando gravemente una miríada de leyes bajo el alegato de que supuestamente cometió
blasfemia, atentó contra la autoridad, incluyendo poner en riesgo la seguridad
personal de los altos representantes de los poderes romano y judío
establecidos. También por dizque haber creado una asociación de personas para
llevar a cabo actos ilícitos y fomentar tumultos o clamores populares para
perturbar la paz y crear dificultades en la población.
Arresto y encarcelamiento
Jesucristo fue violentamente apresado en los jardines
de Getsemaní, en la falda del Monte de los Olivos. Un poco antes, mientras
rezaba en solitario, el sudor que bañaba su piel se transformó en gotas de
sangre, conforme lo indica el evangelista Lucas, que además era médico, y encima de que fue discípulo de Pablo también
realizó una amplia investigación entre varios apóstoles y otros testigos
presenciales de ese hecho. Así lo indica: “Su sudor se hizo como gotas espesas
de sangre.”5
El Maestro, inmediatamente se le privó de su libertad,
fue presentado ante el sumo sacerdote judío José Caifás (miembro de la secta de
los saduceos) y ante Anás, quien años atrás había tenido ese rango. Ambos se
repartían los poderes que dimanaban del referido puesto porque una hija del
último era la esposa de Caifás, y como suegro y yerno estaban confabulados para
destruir a quien consideraban un peligro para ellos y otros jefes de la zona.
Ese arresto arbitrario, y todo lo que se derivó
posteriormente, fue una intriga
organizada por romanos y judíos. Ese hecho, observado en el presente, se puede
calificar como un remotísimo antecedente de lo que luego Otto von Bismarck
denominó, a mediado del siglo antepasado, como la realpolitik, que no es otra
cosa que el famoso pragmatismo, mediante el cual se prescinde de cualquier
noción de justicia, de ética, proporcionalidad o de moral para imponer la
conveniencia de parte interesada.
Pilato, Herodes de Antipas, Caifás, Anás y otros
cultivaron con la acción que provocó el magnicidio de Jesús lo que también se
conoce como la gobernanza, vale decir el balanceo o acomodo entre las diferentes
zonas de poder de una sociedad.
Fortaleza Antonia
El insigne preso Jesús fue llevado a empujones y con
rudos golpes por gendarmes a la fortaleza Antonia, edificada en una concurrida esquina del centro de Jerusalén, cuya
construcción fue ordenada en el siglo II antes de Cristo por el Sumo Sacerdote
Simón Macabeo.
Luego, un siglo más tarde, fue ampliada como un campo
pretoriano romano, adornada a la usanza imperial, por el rey Herodes I, llamado
el Grande, que era un vasallo del poder imperial romano. Le puso ese nombre en
honor al emperador Marco Antonio.
Muchos historiadores de la antigüedad señalan que fue
en ese complejo cuartelario donde Poncio
Pilato interrogó a Jesús por primera vez y que ahí fue el punto de partida de
la Vía Dolorosa.
Otros, especialmente arqueólogos, han dicho que el
camino hacia la Cruz arrancó en los pilares de la Torre de David, en el palacio
que cobijaba a otro Herodes, del cual el historiador jerosolimitano Tito Flavio
Josefo dijo que para el esplendor de ese casoplón puso “todos los recursos de
su ingenio.”
El Sanedrín
El Sanedrín fue el tribunal donde se juzgó y condenó a
Jesús. Era en realidad una especie de gobierno colegiado que funcionaba a modo
de Gran Consejo, integrado por personajes judíos con rango de rabinos y
considerados sabios que tomaban decisiones sobre todo lo concerniente a los
pueblos bajo su jurisdicción. Actuaban tanto en el plano administrativo como en
la esfera judicial en condición de jueces.
Dos condenas en el mismo tribunal
El Hijo de Dios hecho hombre fue condenado dos veces
por el Sanedrín, mediando pocas horas entre una decisión draconiana y la otra.
En ambas decisiones los rabinos se afincaron en los
pedimentos de los acusadores, predominando como punto clave la blasfemia que le
enrostraban, ello por la connotación religiosa.
En dicho tribunal predominaban jueces fariseos y
saduceos. En los salones del Sanedrín el
inocente acusado fue vejado con palabras gruesas y golpeado por rudos policías
judíos.
La blasfemia tenía categoría de acto criminal de alta
peligrosidad social y el acusado era condenado casi siempre a la muerte.
Luego de la primera condena, y en virtud de que la
zona donde ocurrían los hechos relatados estaba bajo el imperio romano, las
decisiones judiciales, antes de ser ejecutadas, tenían que ser refrendadas por
el máximo representante del emperador en
el lugar.
Esa autoridad la ejercía en la ocasión Poncio Pilato,
en su condición de prefecto de la provincia romana de Judea. El acusado y ya condenado
fue llevado a su presencia. No encontró ninguna culpa en él, pero no hizo
ningún gesto para evitar el sacrificio en curso.
Pilato devolvió a Jesús ante Herodes de Antipas, el
gobernante de Judea, entonces llamado tetrarca. Este mandatario tampoco
encontró culpabilidad en Jesús, y se lo retornó a Pilato, quien volvió a
proclamar que no veía ningún mérito en la acusación que se le hacía.
El evangelista Lucas
relata que ese día esos dos funcionarios dejaron de ser enemigos. Es decir que
el proceso contra Jesús produjo la cercanía de dos individuos que como Poncio
Pilato y Herodes de Antipas tenían rivalidades a lo interno del cuerpo
colegiado que dirigía los destinos de esa parte del Medio Oriente.
El eminente sacerdote católico Raymond Edward Brown,
experto en exégesis sobre textos vinculados a los pasos de Jesús en la tierra y
teólogo pionero en incursionar en el estudio de la Biblia utilizando herramientas
históricas críticas, definió la especie de cohabitación burocrática de Pilato y
Antipas así: “Jesús tiene un efecto curativo incluso en aquellos que lo
maltratan.”6
El comportamiento de los referidos señores fue lo que
motivó que surgiera para siempre la famosa frase peyorativa de “lavarse las
manos”, como símbolo de irresponsabilidad, pues ambos jerarcas se hicieron de
la vista gorda ante la injusticia cometida contra el Mesías.
Mientras con la boca pequeña y con risa sardónica
alegaban que no veían elementos incriminatorios en el caso, al mismo tiempo hacían
una formidable maniobra de realpolitik anticipada muchos siglos en el tiempo. Fueron
en realidad de los mayores responsables del magnicidio del Nazareno.
Es innegable que la condena de Jesús, prohijada por
los intereses creados de la sociedad donde ocurrieron los hechos, demostró que
el sistema penal mediante el cual fue juzgado estaba lleno de defectos, ayuno
de lógica, con grandes franjas de parcialidad y con una fragilidad tan enorme
que permitía que bajo su amparo se cometieran injusticias tan dramáticas como
la que provocó el magnicidio en cuestión.
Camino al Calvario
Luego de flagelarlo (la ley judía señalaba que los
condenados a muerte debían recibir 30 azotes) los soldados romanos y agentes
judíos colocaron en los hombros de Jesús un pesado madero en forma de cruz para
que con él encima recorriera unos 700 metros. Su debilidad extrema por las
torturas recibidas le impedía avanzar hacia el Calvario donde se produjo la
crucifixión.
Para solucionar ese problema pusieron a cargar dicha
cruz a un sencillo hombre proveniente del norte de África, Simón de Cirene, a
quien llamaban El Cirineo. Esa tarea de no poca significación lo convirtió en
un miembro del santoral de la iglesia ortodoxa griega.
La verdad
bíblica e histórica es que El Cirineo
alivió a Jesús en su penoso camino hacia el padecimiento del Calvario.
Aunque el apóstol Pedro no habla de manera directa de
flagelación, sí se refiere a las heridas de Jesús en el madero y analiza en su
estilo franco de escribir el significado de ese hecho para la humanidad
cristiana.7
La Crucifixión
La crucifixión, como mecanismo de tortura y muerte,
tuvo su origen en la antigua Persia, 600 años antes del nacimiento de Cristo. Luego
los romanos la perfeccionaron para asegurar el más riguroso castigo previo a la
muerte de los condenados, a fin de que tuvieran una dolorosa agonía.
La crucifixión de Jesús fue el culmen del proceso de
persecución religiosa e ideológica en su contra, del cual se derivaban
implicaciones políticas, sociales y económicas, del más alto interés de las
autoridades.
Esa realidad insoslayable en torno al caso determinó
que los que movían los hilos de la conjura incluyeran elementos de escarnio contra
el Mesías, en el período de la pasión que cubrió la última cena, el camino
hacia El Calvario, la crucifixión y su muerte; tal y como quedó registrado para
la historia.
Le colocaron en la cabeza una corona de espinas, una
túnica sobre los hombros y un palo en la mano derecha. Esa parafernalia era una
burla para presentar a Jesús como una especie de rey de opereta.
Fue el mismo Poncio Pilato quien buscando una
justificación para el magnicidio de Jesús redactó el acrónimo Inri (Jesús de
Nazaret, rey de los judíos) y lo hizo colocar en la parte superior de la cruz
que sostenía el cuerpo de la víctima.
Los especialistas en estadísticas de la Biblia señalan
que en el libro sagrado de los cristianos se consigna que Jesús habló 7 veces
cuando estaba clavado en la cruz y comenzaba su descenso hacia la muerte
terrenal.
Luego que bajaron el trozo de madera con el cuerpo
inerte a Jesús le clavaron una lanza en el costado derecho para cerciorarse de
que estaba muerto.
Quedó anotado que Jesucristo agonizó a la vista de su
madre, María la Inmaculada, y de Juan, que era su discípulo más joven, con
apenas 24 años. Uno se imagina que ellos dos estaban aterrados frente a una
masa alienada que lanzaba improperios de todo tipo.
En su ensayo titulado Autopsia sobre el Hombre de la
Sábana Santa, basado en aspectos médicos y legales sobre la muerte de Jesús, el
eminente médico especializado en patología forense y abogado perspicaz Robert
Bucklin, hace una descripción muy interesante sobre los daños infligidos al
cuerpo del mártir del Gólgota. Analizando con su sapiencia la imagen que
aparece en la tela sagrada de Turín puntualizó lo siguiente:
“El individuo cuya imagen aparece reproducida en la
tela ha sufrido lesiones de tipo punzante en las muñecas y en los pies,
lesiones punzantes en la cabeza, lesiones traumáticas múltiples en la espalda
producidas por un objeto similar a un látigo, y una lesión punzante postmortem
en su caja torácica…A partir de estos datos, no es una conclusión irrazonable
para el patólogo forense decidir que tan sólo una persona históricamente ha
sufrido esta secuencia de acontecimientos. Esa persona es Jesucristo.”8
Los dos que murieron junto a
Cristo
Nadie nunca ha negado que el Nazareno murió flanqueado
por dos hombres. Entre ellos y él había una diferencia abismal en cuanto a
principalía histórica, y a su itinerario de vida, pero la tramoya armada por
las autoridades judías y romanas incluía usar a dos nulidades sociales para el
trágico cortejo en el Gólgota, lugar del magnicidio, situado a poca distancia
de las murallas que protegían la ciudad de Jerusalén.
A Nicodemo, el sabio y rico judío que además de
fariseo era miembro importante del Sanedrín y tuvo oportunidad de hablar en
términos profundos con Jesús, se le atribuye haber escrito que a la derecha del
sacrificado hijo de María estaba un tal Dimas, calificado como el Buen Ladrón,
y a la izquierda un tal Gestas, llamado el Mal Ladrón.
Esos dos sujetos fueron definidos por los evangelistas
Mateo y Marcos como bandidos; mientras Lucas los tilda de malhechores y Juan se
limita en sus escritos a señalarlos como “otros dos”. La tradición oral que
surgió en Jerusalén y pueblos contiguos,
y que con el tiempo se esparció por todos los rincones del cristianismo,
los califica de ladrones.
Fue innegable que el hombre que en el Monte Tabor se
transfiguró, o cambió de forma, era un rebelde. Un cuestionador de los poderes
prevalecientes en los pueblos donde nació, vivió, murió y resucitó.
La realidad imperante en las comarcas de Judea, y
otras cercanas, desechaba el tipo de peregrinación terrenal de un líder que
hacía cosas tan inusuales que fueron calificadas de milagros. Los choques de la
ortodoxia y la heterodoxia, en los diferentes aspectos de la dinámica social de
aquella época, eran más crudos allí que en otros lugares del mundo entonces
conocido.
En la época en que Cristo fue protagonista en pueblos
como Belén, Jericó, Jerusalén, Hebrón, Efrat y otros su población estaba
acogotada por muchos problemas económicos, sociales, políticos y religiosos.
Allí unas veces reñían jefes judíos y romanos y otras veces contemporizaban
entre sí por conveniencias mutuas. Tenían la aceptación a veces directa y en
ocasiones tácita del emperador Tiberio.
Lo anterior es suficiente para inclinarme en diapasón
con la opinión del teólogo luterano Eberhard Jüngel, quien en su interesante
ensayo filosófico-religioso titulado Dios como misterio del mundo sostiene,
luego de abundar sobre la particularidad soteriológica de lo que ocurrió en una
colina del Gólgota aquel histórico Viernes Santos, que Jesús “murió gritando” y
que “Dios se ha identificado con Jesús muerto.”9
Tal vez la novela titulada Bajo el sol de Satanás, del
escritor católico y formidable polemista George Bernanos, cargada de aventuras
con el papel clave del cura Donissan, pudiera haber estado inspirada en parte
en esa lucha entre el mal y la gracia en que vivió y sufrió Jesús, sin olvidar su
origen místico.
Bibliografía:
1-La Biblia. I Timoteo, capítulo 2, versículo 5.San
Pablo.
2-La Biblia. Libro Hebreos, capítulo 9, versículo 15.
Autor incierto.
3-Evangelio San Mateo, capítulo 26, versículo 15.
4-Ibídem. Capítulo 26, versículos 3 y 4.
5-Evangelio San Lucas, capítulo 22, versículos 41-45.
6-La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el
Sepulcro. Editorial Verbo Divino, España, 2006. Raymond Edward Brown.
7- La Biblia. Editorial Vida, edición 1995.- I de Pedro,
capítulo 2, versículo 24.
8-Autopsia sobre el hombre de la Sábana Santa. Las
Vegas. Nevada. EEE.UU., 1997. Robert Bucklin.
9-Dios como misterio del mundo. Traducción de Fernando Carlos
Vivia.Salamanca,1984.Pp133 y 137. Eberhard Jüngel.
Publicado el 12-Septiembre-2020.Diario Dominicano.
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