sábado, 24 de octubre de 2020

JESUCRISTO, SU MAGNICIDIO

 

EL MÁS CONMOVEDOR MAGNICIDIO PARA LOS CRISTIANOS: JESÚS DE NAZARET

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Jesús de Nazaret es una figura cuyo trascendental papel fue terrenal y es celestial. En términos generales el reconocimiento de esa doble condicional está al margen del credo religioso que profese cada cual.

El tamaño de su figura histórica es de tal dimensión que desde hace más de dos mil años se suceden las opiniones en torno a él, sin importar las diferencias de credos religiosos.

Aunque está sujeto a controversia, muchos analistas de la historia de la antigüedad le atribuyen al filósofo estoico Séneca, nacido en la Córdoba del sur de España, quien fue tutor durante muchos años del emperador Nerón, referirse de este modo al magnicidio perpetrado en una colina con vista al valle de Josafat: “No soy cristiano, pero me estremezco al pensar que Jesús murió lentamente, gota a gota, como su propia sangre.”

En las epístolas que ese gran pensador y San Pablo se intercambiaron no hicieron mención directa del Mesías, pero sí aparecen alusiones constantes a él, como esta de Pablo de Tarso: “un hombre que Dios ha resucitado.”

Muchos ateos también, al opinar sobre la única persona que en la tierra fue engendrada de la manera en que la Biblia describe, se colocan en una posición de polémica interpretación que los conduce a reconocer el significado gravitacional que tiene en la historia de la humanidad quien nació en condiciones de extrema humildad, en un caserío llamado Nazaret, situado en las colinas de Galilea, registrado, para fines de identidad en su encarnación terrenal, como hijo de una joven madre llamada María y un manso trabajador de la carpintería de nombre José.

En el epistolario paulino hay una profunda observación de San Pablo que me parece fundamental para entender el doble papel que encarna Jesucristo. Es una comunicación que le hace a su discípulo Timoteo, el hijo de una judía hecha cristiana y de un griego, en la cual le señala que:

“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.”1

Lo anterior se amplifica en un texto que hace mención de dos pactos que son como pasadizos entre la Tierra y el Cielo, pero cuya autoría no ha quedado plenamente confirmada, aunque muchos también se la atribuyen a Pablo de Tarso:

“…Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna prometida, ahora que él ha muerto para liberarlos de los pecados cometidos bajo el primer pacto.”2

Resulta sobrante en estas notas hacer un recuento de la vida de Jesús, sobre cuya trayectoria vital se afinca el cristianismo; por ello me limitaré a comentar el proceso judicial que culminó con el magnicidio que significó su muerte atroz clavado en un madero.

 

Así comenzó la trama para el magnicidio de Jesús

 

En términos tangibles la desgracia terrenal de Jesús empezó con el acto de traición que cometió  el discípulo suyo Judas de Iscariote, quien el la Última Cena lo vendió por 30 monedas de plata, como bien se describe en la narrativa de Mateo.3

Es el  evangelista Mateo el que de manera más gráfica describe los inicios de la trama criminal para el magnicidio de Cristo, señalando al respecto que “se reunieron entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, y con artimañas buscaban cómo arrestar a Jesús para matarlo.”4

 

Ilícitos penales de la acusación

 

La acusación contra Jesús estaba cargada de falsedades; carecía de sustento legal, y como si fuera una bola alimenticia macerada no de adobo sino de perversidades, consistía en cuatro bloques de imputaciones con rango de alta gravedad en la legislación judía de entonces.  

No resulta abundante decir que el ignominioso tribunal apoderado de ese bodrio judicial tenía una decisión condenatoria previamente tomada.

Los acusadores presentaron al Sanedrín un pliego en el que aparecía Cristo violando gravemente una miríada de leyes bajo  el alegato de que supuestamente cometió blasfemia, atentó contra la autoridad, incluyendo poner en riesgo la seguridad personal de los altos representantes de los poderes romano y judío establecidos. También por dizque haber creado una asociación de personas para llevar a cabo actos ilícitos y fomentar tumultos o clamores populares para perturbar la paz y crear dificultades en la población.

 

Arresto y encarcelamiento

 

Jesucristo fue violentamente apresado en los jardines de Getsemaní, en la falda del Monte de los Olivos. Un poco antes, mientras rezaba en solitario, el sudor que bañaba su piel se transformó en gotas de sangre, conforme lo indica el evangelista Lucas, que además era médico, y  encima de que fue discípulo de Pablo también realizó una amplia investigación entre varios apóstoles y otros testigos presenciales de ese hecho. Así lo indica: “Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre.”5

El Maestro, inmediatamente se le privó de su libertad, fue presentado ante el sumo sacerdote judío José Caifás (miembro de la secta de los saduceos) y ante Anás, quien años atrás había tenido ese rango. Ambos se repartían los poderes que dimanaban del referido puesto porque una hija del último era la esposa de Caifás, y como suegro y yerno estaban confabulados para destruir a quien consideraban un peligro para ellos y otros jefes de la zona.

Ese arresto arbitrario, y todo lo que se derivó posteriormente, fue una  intriga organizada por romanos y judíos. Ese hecho, observado en el presente, se puede calificar como un remotísimo antecedente de lo que luego Otto von Bismarck denominó, a mediado del siglo antepasado, como la realpolitik, que no es otra cosa que el famoso pragmatismo, mediante el cual se prescinde de cualquier noción de justicia, de ética, proporcionalidad o de moral para imponer la conveniencia de parte interesada.

Pilato, Herodes de Antipas, Caifás, Anás y otros cultivaron con la acción que provocó el magnicidio de Jesús lo que también se conoce como la gobernanza, vale decir el balanceo o acomodo entre las diferentes zonas de poder de una sociedad.

 

 

Fortaleza Antonia

 

El insigne preso Jesús fue llevado a empujones y con rudos golpes por gendarmes a la fortaleza Antonia, edificada en una concurrida esquina del centro de Jerusalén, cuya construcción fue ordenada en el siglo II antes de Cristo por el Sumo Sacerdote Simón Macabeo.

Luego, un siglo más tarde, fue ampliada como un campo pretoriano romano, adornada a la usanza imperial, por el rey Herodes I, llamado el Grande, que era un vasallo del poder imperial romano. Le puso ese nombre en honor al emperador Marco Antonio.

Muchos historiadores de la antigüedad señalan que fue en ese complejo cuartelario  donde Poncio Pilato interrogó a Jesús por primera vez y que ahí fue el punto de partida de la Vía Dolorosa.

Otros, especialmente arqueólogos, han dicho que el camino hacia la Cruz arrancó en los pilares de la Torre de David, en el palacio que cobijaba a otro Herodes, del cual el historiador jerosolimitano Tito Flavio Josefo dijo que para el esplendor de ese casoplón puso “todos los recursos de su ingenio.”

 

 

El Sanedrín

 

El Sanedrín fue el tribunal donde se juzgó y condenó a Jesús. Era en realidad una especie de gobierno colegiado que funcionaba a modo de Gran Consejo, integrado por personajes judíos con rango de rabinos y considerados sabios que tomaban decisiones sobre todo lo concerniente a los pueblos bajo su jurisdicción. Actuaban tanto en el plano administrativo como en la esfera judicial en condición de jueces.

 

Dos condenas en el mismo tribunal

 

El Hijo de Dios hecho hombre fue condenado dos veces por el Sanedrín, mediando pocas horas entre una decisión draconiana y la otra.

En ambas decisiones los rabinos se afincaron en los pedimentos de los acusadores, predominando como punto clave la blasfemia que le enrostraban, ello por la connotación religiosa.

En dicho tribunal predominaban jueces fariseos y saduceos. En los salones del Sanedrín  el inocente acusado fue vejado con palabras gruesas y golpeado por rudos policías judíos.

La blasfemia tenía categoría de acto criminal de alta peligrosidad social y el acusado era condenado casi siempre a la muerte.

Luego de la primera condena, y en virtud de que la zona donde ocurrían los hechos relatados estaba bajo el imperio romano, las decisiones judiciales, antes de ser ejecutadas, tenían que ser refrendadas por el máximo representante del emperador  en el lugar.

Esa autoridad la ejercía en la ocasión Poncio Pilato, en su condición de prefecto de la provincia romana de Judea. El acusado y ya condenado fue llevado a su presencia. No encontró ninguna culpa en él, pero no hizo ningún gesto para evitar el sacrificio en curso.

Pilato devolvió a Jesús ante Herodes de Antipas, el gobernante de Judea, entonces llamado tetrarca. Este mandatario tampoco encontró culpabilidad en Jesús, y se lo retornó a Pilato, quien volvió a proclamar que no veía ningún mérito en la acusación que se le hacía.

 El evangelista Lucas relata que ese día esos dos funcionarios dejaron de ser enemigos. Es decir que el proceso contra Jesús produjo la cercanía de dos individuos que como Poncio Pilato y Herodes de Antipas tenían rivalidades a lo interno del cuerpo colegiado que dirigía los destinos de esa parte del Medio Oriente.

El eminente sacerdote católico Raymond Edward Brown, experto en exégesis sobre textos vinculados a los pasos de Jesús en la tierra y teólogo pionero en incursionar en el estudio de la Biblia utilizando herramientas históricas críticas, definió la especie de cohabitación burocrática de Pilato y Antipas así: “Jesús tiene un efecto curativo incluso en aquellos que lo maltratan.”6

El comportamiento de los referidos señores fue lo que motivó que surgiera para siempre la famosa frase peyorativa de “lavarse las manos”, como símbolo de irresponsabilidad, pues ambos jerarcas se hicieron de la vista gorda ante la injusticia cometida contra el Mesías.

Mientras con la boca pequeña y con risa sardónica alegaban que no veían elementos incriminatorios en el caso, al mismo tiempo hacían una formidable maniobra de realpolitik anticipada muchos siglos en el tiempo. Fueron en realidad de los mayores responsables del magnicidio del Nazareno.

Es innegable que la condena de Jesús, prohijada por los intereses creados de la sociedad donde ocurrieron los hechos, demostró que el sistema penal mediante el cual fue juzgado estaba lleno de defectos, ayuno de lógica, con grandes franjas de parcialidad y con una fragilidad tan enorme que permitía que bajo su amparo se cometieran injusticias tan dramáticas como la que provocó el magnicidio en cuestión.

 

Camino al Calvario

 

Luego de flagelarlo (la ley judía señalaba que los condenados a muerte debían recibir 30 azotes) los soldados romanos y agentes judíos colocaron en los hombros de Jesús un pesado madero en forma de cruz para que con él encima recorriera unos 700 metros. Su debilidad extrema por las torturas recibidas le impedía avanzar hacia el Calvario donde se produjo la crucifixión.

Para solucionar ese problema pusieron a cargar dicha cruz a un sencillo hombre proveniente del norte de África, Simón de Cirene, a quien llamaban El Cirineo. Esa tarea de no poca significación lo convirtió en un miembro del santoral de la iglesia ortodoxa griega.

 La verdad bíblica e histórica es que  El Cirineo alivió a Jesús en su penoso camino hacia el padecimiento del Calvario.

Aunque el apóstol Pedro no habla de manera directa de flagelación, sí se refiere a las heridas de Jesús en el madero y analiza en su estilo franco de escribir el significado de ese hecho para la humanidad cristiana.7

 

La Crucifixión

 

La crucifixión, como mecanismo de tortura y muerte, tuvo su origen en la antigua Persia, 600 años antes del nacimiento de Cristo. Luego los romanos la perfeccionaron para asegurar el más riguroso castigo previo a la muerte de los condenados, a fin de que tuvieran una dolorosa agonía.

 

La crucifixión de Jesús fue el culmen del proceso de persecución religiosa e ideológica en su contra, del cual se derivaban implicaciones políticas, sociales y económicas, del más alto interés de las autoridades.

Esa realidad insoslayable en torno al caso determinó que los que movían los hilos de la conjura incluyeran elementos de escarnio contra el Mesías, en el período de la pasión que cubrió la última cena, el camino hacia El Calvario, la crucifixión y su muerte; tal y como quedó registrado para la historia.

Le colocaron en la cabeza una corona de espinas, una túnica sobre los hombros y un palo en la mano derecha. Esa parafernalia era una burla para presentar a Jesús como una especie de rey de opereta.

Fue el mismo Poncio Pilato quien buscando una justificación para el magnicidio de Jesús redactó el acrónimo Inri (Jesús de Nazaret, rey de los judíos) y lo hizo colocar en la parte superior de la cruz que sostenía el cuerpo de la víctima.

Los especialistas en estadísticas de la Biblia señalan que en el libro sagrado de los cristianos se consigna que Jesús habló 7 veces cuando estaba clavado en la cruz y comenzaba su descenso hacia la muerte terrenal.

Luego que bajaron el trozo de madera con el cuerpo inerte a Jesús le clavaron una lanza en el costado derecho para cerciorarse de que estaba muerto.

Quedó anotado que Jesucristo agonizó a la vista de su madre, María la Inmaculada, y de Juan, que era su discípulo más joven, con apenas 24 años. Uno se imagina que ellos dos estaban aterrados frente a una masa alienada que lanzaba improperios de todo tipo.

En su ensayo titulado Autopsia sobre el Hombre de la Sábana Santa, basado en aspectos médicos y legales sobre la muerte de Jesús, el eminente médico especializado en patología forense y abogado perspicaz Robert Bucklin, hace una descripción muy interesante sobre los daños infligidos al cuerpo del mártir del Gólgota. Analizando con su sapiencia la imagen que aparece en la tela sagrada de Turín puntualizó lo siguiente:

“El individuo cuya imagen aparece reproducida en la tela ha sufrido lesiones de tipo punzante en las muñecas y en los pies, lesiones punzantes en la cabeza, lesiones traumáticas múltiples en la espalda producidas por un objeto similar a un látigo, y una lesión punzante postmortem en su caja torácica…A partir de estos datos, no es una conclusión irrazonable para el patólogo forense decidir que tan sólo una persona históricamente ha sufrido esta secuencia de acontecimientos. Esa persona es Jesucristo.”8

Los  dos que murieron junto a Cristo

Nadie nunca ha negado que el Nazareno murió flanqueado por dos hombres. Entre ellos y él había una diferencia abismal en cuanto a principalía histórica, y a su itinerario de vida, pero la tramoya armada por las autoridades judías y romanas incluía usar a dos nulidades sociales para el trágico cortejo en el Gólgota, lugar del magnicidio, situado a poca distancia de las murallas que protegían la ciudad de Jerusalén.

A Nicodemo, el sabio y rico judío que además de fariseo era miembro importante del Sanedrín y tuvo oportunidad de hablar en términos profundos con Jesús, se le atribuye haber escrito que a la derecha del sacrificado hijo de María estaba un tal Dimas, calificado como el Buen Ladrón, y a la izquierda un tal Gestas, llamado el Mal Ladrón.

Esos dos sujetos fueron definidos por los evangelistas Mateo y Marcos como bandidos; mientras Lucas los tilda de malhechores y Juan se limita en sus escritos a señalarlos como “otros dos”. La tradición oral que surgió en Jerusalén y pueblos contiguos,  y que con el tiempo se esparció por todos los rincones del cristianismo, los califica de ladrones.

Fue innegable que el hombre que en el Monte Tabor se transfiguró, o cambió de forma, era un rebelde. Un cuestionador de los poderes prevalecientes en los pueblos donde nació, vivió, murió y resucitó.

La realidad imperante en las comarcas de Judea, y otras cercanas, desechaba el tipo de peregrinación terrenal de un líder que hacía cosas tan inusuales que fueron calificadas de milagros. Los choques de la ortodoxia y la heterodoxia, en los diferentes aspectos de la dinámica social de aquella época, eran más crudos allí que en otros lugares del mundo entonces conocido.

En la época en que Cristo fue protagonista en pueblos como Belén, Jericó, Jerusalén, Hebrón, Efrat y otros su población estaba acogotada por muchos problemas económicos, sociales, políticos y religiosos. Allí unas veces reñían jefes judíos y romanos y otras veces contemporizaban entre sí por conveniencias mutuas. Tenían la aceptación a veces directa y en ocasiones tácita del emperador Tiberio.

Lo anterior es suficiente para inclinarme en diapasón con la opinión del teólogo luterano Eberhard Jüngel, quien en su interesante ensayo filosófico-religioso titulado Dios como misterio del mundo sostiene, luego de abundar sobre la particularidad soteriológica de lo que ocurrió en una colina del Gólgota aquel histórico Viernes Santos, que Jesús “murió gritando” y que “Dios se ha identificado con Jesús muerto.”9

Tal vez la novela titulada Bajo el sol de Satanás, del escritor católico y formidable polemista George Bernanos, cargada de aventuras con el papel clave del cura Donissan, pudiera haber estado inspirada en parte en esa lucha entre el mal y la gracia en que vivió y sufrió Jesús, sin olvidar su origen místico.

Bibliografía:

1-La Biblia. I Timoteo, capítulo 2, versículo 5.San Pablo.

2-La Biblia. Libro Hebreos, capítulo 9, versículo 15. Autor incierto.

3-Evangelio San Mateo, capítulo 26, versículo 15.

4-Ibídem. Capítulo 26, versículos 3 y 4.

5-Evangelio San Lucas, capítulo 22, versículos 41-45.

6-La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el Sepulcro. Editorial Verbo Divino, España, 2006. Raymond Edward Brown.

7- La Biblia. Editorial Vida, edición 1995.- I de Pedro, capítulo 2, versículo 24.

8-Autopsia sobre el hombre de la Sábana Santa. Las Vegas. Nevada. EEE.UU., 1997. Robert Bucklin.

9-Dios como misterio del mundo. Traducción de Fernando Carlos Vivia.Salamanca,1984.Pp133 y 137. Eberhard Jüngel.

Publicado el 12-Septiembre-2020.Diario Dominicano.

 

 

 

 

 

 

 

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