MAGNICIDIOS EN R. D. (I)
PEPILLO SALCEDO Y LILÍS
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La República Dominicana ha sido sacudida desde los
primeros años de su existencia por magnicidios de hombres y mujeres que han
ocupado un papel de principalía en la vida pública nacional.
Entre los que han perdido la vida de manera violenta,
en el curso de la accidentada historia del país, varios fueron presidentes de
la República y otros tienen la alta categoría de héroes y heroínas nacionales.
Algunos de esos magnicidios (en el caso de los
dictadores y tiranos Lilís y Trujillo) tuvieron
su explicación como acciones necesarias para despegar sus garras infernales del
cuerpo social, con lo cual se ponía término a largas y pesadas etapas de
crímenes y robos que empobrecían y enlutaban a la familia dominicana.
Pero en el país ha habido magnicidios como resultado
de las malquerencias de las muchas luchas intestinas que pueblan nuestro pasado,
como fue el asesinato perpetrado en contra del presidente Pepillo Salcedo.
Otros crímenes con esa categoría se cometieron por
pura ruindad de los que dieron las órdenes, como hizo Santana en contra de los
héroes Francisco del Rosario Sánchez, María Trinidad Sánchez, Antonio Duvergé
Duval, José Joaquín Puello Castro y muchos otros.
Es elemental pensar que nunca será sobrante hacer
anotaciones sobre la vida y la muerte de personajes que, unos para bien y otros
para mal, han sido destacados en los hilos de la historia dominicana.
Desde esa perspectiva algún valor tendrá mantener
abierta la llama que convoca a evocar los hechos pretéritos del pueblo
dominicano.
Por lo anterior pienso que tenía mucha razón el
filósofo y poeta George Santayana cuando proclamaba que “aquellos que no pueden
recordar el pasado están condenados a repetirlo.”
Pepillo Salcedo
El nombre real de Pepillo Salcedo era José Antonio Salcedo Ramírez. Tenía una mirada muy inteligente. Su don de mando, su bravura y el aura
de líder que lo acompañaba provocaba envidia y amargura entre militares y
civiles que junto a él participaban en la guerra de Restauración. Eso germinó
en el odio que causó el crimen de que fue víctima.
Pepillo Salcedo fue héroe tanto en las luchas por
consolidar la independencia nacional como en las jornadas bélicas libradas para
restaurar la libertad del pueblo dominicano, que había sido vendida a España en
lo que se conoce como la Anexión.
Su participación en muchos combates con motivo de las oleadas
de invasiones que hicieron los haitianos contra el territorio nacional fueron
de gran relevancia, tal y como quedó registrada en los recuentos históricos.
Para poner un ejemplo de su intrepidez independentista
cabe recordar que en los aledaños de Beller, en los confines del noroeste
fronterizo, se enfrentó en diciembre de 1855 a miles de tropas intrusas del
vecino país, al frente de las cuales estaba el general Paul Jean Jacques, que
pretendían de nuevo usurpar la soberanía dominicana.
Ese hecho de guerra encabezado por el joven Pepillo
Salcedo, que causó gran admiración entre los principales jefes militares
dominicanos, provocó su ascenso y que se le otorgaran mayores responsabilidades
de mando sobre el terreno de los combates, tal y como lo describió el valiente oficial Benito Monción, que en esa ocasión
combatió bajo sus órdenes. Luego llegaría a ser una de las principales figuras
de la Restauración de la República.
Monción, en su relato sobre la hazaña encabezada por
Pepillo Salcedo, se refirió a la decisión del general Juan Luis Franco Bidó de
crear una columna "de
quinientos hombres que puso bajo el mando del entonces comandante José Antonio
Salcedo, y me agregó a él."1
Contrario a muchos de sus detractores y partícipes
directos e indirectos de su magnicidio, él nunca fue una cosa y la otra al
mismo tiempo. Mientras otros se movían en los rayos de sol como los más
patriotas, en la noche se dedicaban a conciliábulos y acaparar bienes y
privilegios bajo el manto de la
oscuridad.
Durante la Guerra de Restauración Pepillo Salcedo puso en muchas ocasiones su
vida en peligro, pues nunca usó alilayas para rehuir el fuego de los combates.
En medio del estado de sitio que los anexionistas
declararon el 28 de febrero de 1863 una Comisión Militar de las fuerzas
ocupantes ordenó que Pepillo Salcedo y otros líderes y combatientes
restauradores fueran encarcelados en el enclave español de Ceuta, en el Magreb,
situado en el noroeste de África.
En esa ocasión pudo salvarse, luego de varios meses de
prisión, siendo liberado luego de que se divulgara en el país un decreto
imperial de indulto general de fecha 27 de mayo de 1863, emitido en el que entonces
era el Palacio Real de España en uso, situado en la cercanía del río Tajo, en
la ciudad de Aranjuez.
El presidente Pepillo Salcedo fue en términos reales
derrocado, apresado y asesinado por un grupo cívico militar incrustado en la
Guerra de la Restauración que no le perdonaba su talante de hombre valiente,
íntegro y comprometido sin fisura alguna en la libertad del pueblo dominicano.
Fue el primer presidente dominicano víctima de
magnicidio. Una pesada penumbra acompaña desde entonces la memoria de todos los
que actuaron en el asesinato del valiente luchador independentista y restaurador.
El principal responsable de ese crimen, fruto de
rencores y envidias, como está más que demostrado, fue el general de mente
primaria Gaspar Polanco, acicateado entre otros por el poeta Manuel Rodríguez
Objío.
La fatídica
decisión en contra de la vida de Pepillo Salcedo hizo que Polanco perdiera
muchos peldaños en la escalera de honor de la Restauración de la República, a
pesar de que muchos han querido minimizar el baldón que acompaña su memoria por
ese hecho abominable.
El historiador Alcides García Lluberes, con una visión
sesgada en el caso, y luego de señalar de manera muy imprecisa, falsa e injusta
actuaciones de Pepillo Salcedo, llegó a escribir, como justificación de su
asesinato, que: “ Polanco vio en peligro la unidad de la Revolución, casi
triunfante, y quiso eliminar el riesgo de su retroceso o de su fracaso.”
Para justificar el crimen del presidente Pepillo
Salcedo sus enemigos montaron una propaganda cargada de falsedades,
atribuyéndole una inventada falta de creencia en las posibilidades de victoria
de las armas nacionales para devolver la soberanía al pueblo dominicano. Hasta
fabularon sobre una sedicente componenda de él con mandos militares
anexionistas para hacer abortar la epopeya restauradora.
En eso se movieron con una insólita laboriosidad; pero
la verdad, como el corcho, salió a flote y la figura histórica del presidente
Pepillo Salcedo está en un lugar destacado del cuadro de honor de los héroes
dominicanos.
En cambio, muchos de los que se conjuraron para
matarlo pueden ubicarse en un socavón parecido al que Dante Alighieri les
dedicó a ciertos traidores que aparecen en el canto 34 del Círculo noveno de su
clásica obra La Divina Comedia.
Pepillo
Salcedo estuvo presente desde el principio de la guerra restauradora,
adquiriendo por méritos de guerra, el 9 de septiembre de 1863, la estrella de
general de brigada.
Luperón lo
llamaba el "denodado general" (con el mérito añadido que entre ellos
había grandes desavenencias). Por su probado coraje y por la manera decisiva de
acometer contra los enemigos de la Patria fue calificado con justicia como
"ínclito libertador."
Pepillo
Salcedo fue designado por el alto mando militar de la guerra restauradora
presidente de la República. Esa decisión fue tomada el 14 de septiembre de
1863, luego de conjugarse una serie de factores. La inclinación de la balanza
en su favor fueron las ponderaciones que de su persona hizo el insigne General
Santiago Rodríguez, quien declinó por razones de salud la posición que
altamente se merecía.
Así se
convirtió en el primer presidente de la etapa histórica dominicana denominada
la Segunda República. Estuvo en el cargo hasta el 10 de octubre del 1864,
cuando triunfó la perversidad de sus envidiosos enemigos que lo derrocaron,
apresaron, vejaron y fusilaron bajo una retahíla de mendacidades.
Otro ejemplo
de la calidad humana, y el reconocimiento a los méritos patrióticos de Pepillo
Salcedo, lo señala en su autobiografía el General Gregorio Luperón al
reproducir parte de una carta que desde la ciudad de Santiago de los Caballeros
le escribió el patricio Juan Pablo Duarte el 26 de abril de 1864, en la que le decía,
entre muchas cosas, que "me será lo más grato el hallarme a su
lado....Mientras, pues, se me presente la ocasión, de presentar a usted mis
respetos personalmente y ponerme a sus órdenes...."2
Gaspar
Polanco (el principal magnicida) y sus secuaces mantuvieron oculta por buen
tiempo, con carácter de documento clandestino, la nombrada acta de desconocimiento,
en la cual se consignó el derrocamiento del
presidente Salcedo y se colocó en su lugar a Polanco. El conciliábulo incluía a
varios enemigos abiertos del presidente depuesto y que a la vez ejercían una
poderosa influencia en el que sería un presidente tresmesino.
En dicha
acta se señala que: “El Señor Gaspar Polanco expresó en un breve discurso, la
conveniencia de desconocer absolutamente la autoridad del Señor general José
Antonio Salcedo como Presidente del Gobierno Provisorio, omitiendo la
manifestación de los motivos…conociendo la necesidad y la conveniencia de dar
al gobierno un Presidente, pues han desconocido al que tenía, todos a
unanimidad proclamaron como tal al Señor General Gaspar Polanco…”3
Después de
mucha simulación y fantasiosas fanfarrias del grupo responsable de su
asesinato, Pepillo Salcedo fue fusilado el 15 de octubre de 1864 en la
comunidad de Maimón, hermoso punto geográfico donde sopla la brisa marina del
atlántico dominicano. Tenía 48 años de edad.
Fue el
general Gregorio Luperón quien describió con más detalles el tejemaneje
final preparado por los enemigos de Pepillo Salcedo, con Gaspar
Polanco a la cabeza, para sacrificar al héroe independentista y restaurador.
Así de claro
lo indicó: "... por una orden secreta, infame y cobarde del general Gaspar
Polanco al General Carlos Medrano, jefe interino del campamento de La Javilla,
lo enviaron con el coronel Agustín Masagó a Maimón, y allí fue miserable y
cruelmente asesinado por ese salvaje coronel....Gaspar Polanco se dejó seducir
por los temores de una reacción improbable, dio oídos a su ambición y tal vez a
viles aduladores tan pérfidos como perversos amigos, y hasta se envaneció con
las lisonjeras dulzuras del poder."4
No
transcurrió mucho tiempo para que llegara la reivindicación de la figura
histórica de Pepillo Salcedo. Sacados del escenario protagónico de la vida pública
nacional gran parte de los responsables de su asesinato, un nuevo gobierno resaltó sus méritos patrióticos, denunció a
los criminales y ordenó una investigación para que la justicia ordenara el
castigo correspondiente.
En efecto, el 24 de enero de 1865 el Poder
Ejecutivo emitió un Decreto en cuyo tercer considerando se consignaba que la
ejecución del general Pepillo Salcedo se cometió “mientras estaba bajo la
custodia de la fuerza pública, en la línea de Puerta Plata, sin que hubiese
sido convicto en juicio ni recaído contra él sentencia condenatoria en forma
legal en sesión pública y por tribunal competente, como lo exigen todas las
leyes dominicanas y códigos vigentes garantías inherentes a todo ciudadano
dominicano en toda clase de circunstancias.” En el dispositivo de dicho texto
se ordenó la averiguación de ese horrendo crimen y el sometimiento a juicio de
los responsables.5
Al día
siguiente, el 25 de enero de 1865, los jefes del Ejército expedicionario Pedro
A. Pimentel, Federico García y Benito Monción lanzaron una proclama al pueblo
dominicano reivindicando la dignidad y el patriotismo de Pepillo Salcedo, resaltando
sus méritos y develando las trapisondas de que fue víctima: "... el General
José Antonio Salcedo fue uno
de nuestros aventajados compañeros y el más
generoso de nuestros soldados. Su desprendimiento y su abnegación patriótica lo
señalaban de antemano para presidirnos en la titánica lucha que habíamos
emprendido.”Añadieron que para el general Gaspar Polanco y otros miembros del
gobierno provisional que encabezaba: “…el general Salcedo era sin duda un
obstáculo, decretaron su muerte ¡ y se la dieron atroz, oscura y
clandestina...!"6
Frente a
algunos historiadores que han tratado de justificar el crimen contra Pepillo
Salcedo me inclino ante los conceptos vertidos al respecto por el ilustre
ciudadano y luchador restaurador Pedro Francisco Bonó, quien dejó para la
posteridad esta verdad con carácter de axioma: "protesto contra el
fusilamiento execrable del egregio General Pepillo Salcedo, víctima de los
odios y que, como Gaspar Polanco, su asesino, estaban acostumbrados a la
felonía..."7
Un municipio lleva su nombre
En virtud de
lo que dispone la Ley 2089, del 25 de agosto de 1949, un hermoso pueblo situado
en la Bahía de Manzanillo lleva el nombre de Pepillo Salcedo, en honor del primer Presidente dominicano del período
restaurador; pero la decisión fue tomada por el Congreso Nacional no sólo por
esa alta condición, sino especialmente
por sus aportes patrióticos en los
enfrentamientos armados para la
consolidación de la Independencia Nacional, así como frente a los españoles y aquellos
dominicanos traidores convertidos en anexionistas.8
El pueblo
bautizado con el nombre del Presidente Pepillo Salcedo es el punto de arranque
de la frontera domínico haitiana, tal y como quedó establecido en el Tratado
firmado en el 1929, vaciado íntegramente en la Gaceta Oficial No.4065,
publicada el 5 de marzo de dicho año. El insigne héroe vivió varios años allí,
específicamente en el lugar conocido como Estero Balsa, con vista a Punta
Presidente, un filón de tierra que penetra al mar creando un paisaje
impresionante en ese recodo del noroeste dominicano.
Ulises Heureaux (Lilís)
Los achichincles del tirano Ulises Heureaux, alias Lilís, le decían El
Pacificador, igual como apodaban en España al rey Alfonso XII (que era más o
menos su contemporáneo); aquel que aunque murió veinteañero por enfermedad tuvo
tiempo para eliminar el brevísimo régimen conocido como la Primera República e
instauró en la península ibérica el período histórico conocido como la
Restauración.
Era hijo del señor Dassá Heureaux Domínguez, que
ejercía el oficio de notario público, lo cual hace deducir que tenía un
adecuado nivel de instrucción, y de la
señora Josefa Lebert, hija de padre venezolano, nativa de la isla
barloventina de Saint Thomas, pero moradora de Puerto Plata, donde nació el 21
de octubre de 1845 su famoso hijo apodado Lilís.
Desde muy joven, inicialmente bajo el biombo protector
del General Gregorio Luperón, Lilís se convirtió en un jefe militar. Unos lo
admiraban y otros le temían, pues en su código mental siempre estaba disponible
la opción de utilizar el terror para imponerse a sus contrarios.
Meses antes del magnicidio de Ulises Heureaux,
ocurrido el 26 de julio del 1899 en la ciudad de Moca, que dio al traste con la
tiranía que él encabezaba, se distribuyó en Puerto Rico un listado conteniendo
una reducida parte de los asesinatos, apresamientos y expulsiones que se cometieron
en su régimen de fuerza.
El título del
suelto de referencia era Los crímenes de Ulises Heureaux o lo que cuesta este
Pacificador a Santo Domingo.
El historiador Vetilio Alfau Durán, en sus enjundiosos
aportes a la historiografía nacional publicados en la revista Anales, se hizo
eco de lo anterior, reproduciendo los nombres de muertos, apresados y exiliados.
Por una nota explicativa que figura al final de dicha
denuncia uno se entera que en la cárcel la Torre del Homenaje las celdas tenían
diversos nombres: La capilla, el salón, la culebra, cuarto de Colón, el indio,
el algibe, el pañuelo, el profeta, etc.9
Los presos de la dictadura de Lilís duraban años
atados a grillos, en peores condiciones, por más tiempo y por causas muy
diferentes a las que motivaron en clave de ficción la prisión de aquellos 12 galeotes
que encontró y liberó en tierra manchega
don Quijote de la Mancha y que iban “a pie, ensartados como cuentas en una gran
cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos…”10
Es pertinente señalar que en el primer gobierno de
Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilís, bajo la cubierta del Partido
Azul, que abarcó el período correspondiente al 1 de septiembre de 1882 hasta el
1 de septiembre de 1884, él se mantuvo en fiel obediencia a las directrices de
aquellos sectores de poder del momento, con los cuales era afín, actuando en
consonancia con sus intereses.
En esa ocasión Lilís cumplió con lo que muchos años
después el sociólogo e historiador británico-belga Ralph Miliband, en su ensayo
El Estado en la sociedad capitalista, al analizar el funcionamiento del sistema
político en una democracia, explicó así: “una clase económicamente dominante
manda a través de instituciones democráticas y no mediante una dictadura.”11
Desde el 6 de enero de 1887, ya curtido en los
negocios gubernamentales, dejó atrás su papel de mero representante de los
poderosos y se erigió en el mandamás que convirtió al país en una tumba abierta
donde constantemente morían violentamente dominicanos que eran adversos a su
política y rechazaban entrar en su redil por favores. También, a partir de
dicha fecha, llevó la nervadura de la economía nacional a una situación de
extrema fragilidad.
Así se mantuvo en la cresta del poder hasta que el 26
de julio de 1899, en una histórica esquina de la ciudad de Moca, varios jóvenes
de allí dispusieron de él a base de plomo puro.
En la galería de esos intrépidos mocano figuran Mon
Cáceres, Jacobito de Lara, Horacio Vásquez, Dámaso Cabrera, Pablo Arnaud, José
Brache, Casimiro Cordero, Juan María y Eduardo Contín, Vicente y Blas de La
Maza, Azael Rodríguez, Dioclesiano Cabrera y otros.
Al margen de cualquier interés particular que alguno
de ellos tuviera al participar en dicha acción, le hicieron un gran servicio al
pueblo dominicano.
Pero el desenfado personal de Lilís en sus dos últimos
y sangrientos mandatos no significó que los llamados poderes fácticos de la
nación quedaran al margen, pues al mismo tiempo que acumulaba fortuna personal
daba facilidades a comerciantes dominicanos y extranjeros, a grandes
productores agrarios, a dueños de hatos ganaderos, a exportadores, importadores,
contrabandistas de toda laya y a otros sectores que apoyaban su régimen gubernamental o que cohabitaban con
el mismo por simple beneficio económico.
En realidad el tirano Heureaux facilitó que en el país
quedaran atrás algunas de las costumbres propias del precapitalismo e impulsó,
por propia conveniencia, la creación de herramientas de negocios que pueden
clasificarse dentro de un capitalismo incipiente de la sociedad dominicana.
Lilís fue un maestro en las diversas variantes de
soborno, utilizando para eso el dinero de las arcas nacionales. Instruía a sus
sargentos políticos en todo el territorio nacional para que intentaran primero
aplacar a los críticos de su régimen mediante sinecuras y canonjías.
Un ejemplo elocuente de lo anterior se comprueba al
leer un oficio que recibió el ministro de Interior el 29 de agosto de 1897,
bajo la firma del señor Miguel Pichardo, gobernador de Montecristi, en el cual
le informaba lo siguiente:
“ En días pasados tuve aviso de que dicho Señor
nombrado Faustino García (a) El Pinto, sostenía correspondencia con los
expulsos, y averiguando el caso vine a sacar en conclusión que todo su
descontento provenía de que dicho individuo no tenía fijada ninguna asignación
en la plantilla; le hice fijar una ración y ya está contento y satisfecho.”12
Lo que ocurrió en Montecristi no fue una excepción.
Formaba parte de la visión que tenía Lilís del manejo de la administración
pública. En diversas comunicaciones firmadas por él cuando formaba parte del
gabinete presidencial de Fernando Arturo de Meriño, y cuando él mismo ejercía
la presidencia de la República, se observa que creía más conveniente para el
gobierno dar dinero de los fondos estatales o crear puestos infuncionales para
aplacar a los rebeldes.
Ulises Heureaux creía que las persecuciones armadas
salían más costosas y mantenían un nivel de zozobra que afectaba las rentas
públicas y lo que ahora se conoce como la gobernanza.
El 15 de julio de 1882, en su calidad de ministro de
Interior y Policía, le envió al entonces ministro de Hacienda y Comercio,
Rodolfo Roberto Boscowitz, una comunicación en la cual dejó expuesta su
creencia sobre los motivos que guiaban a los que se alzaban contra el gobierno:
“Lo único que satisface a nuestra gente son los
cuartos; no se habla más que de cuartos, no se sirve más que por cuartos, y por
mucho que demos nunca damos suficiente, y cuando no demos más que la mitad será
mucho peor…”13
El gobernante muerto en Moca sostenía que el dinero
era fundamental en todas las cuestiones de la vida, y especialmente para
mantener el control del gobierno. Una anécdota recreada en el libro Cancionero
de Lilís refiere que luego de un altercado entre el poderoso empresario Juan
Bautista Vicini y el entonces joven intelectual Américo Lugo el tirano solicitó
la presencia de éste en su despacho palaciego, produciéndose allí el siguiente
monólogo:
“-Si usted fuera un vagabundo lo pondría en mi estado
mayor, porque me gusta la gente de coraje…pero su camino no es ese…Así es que
ya usted sabe, porque yo sólo soy el Vicepresidente. El Presidente es don Juan,
que es el dueño del Dinero.”14
En sus últimos años de vida y de gobierno férreo, mientras
la nación dominicana atravesaba por una lastimosa crisis política, social y económica,
Lilís sostenía lo contrario a la realidad que se vivía entonces. Eso se
comprueba en sus discursos, en cartas a comerciantes, funcionarios,
diplomáticos y en conversaciones que sostenía con ciudadanos que tenían acceso
a él y le explicaban problemas generales del país.
Un prueba de lo anterior es una carta que el
presidente Lilís le dirigió el 7 de diciembre de 1898 al general Teófilo
Cordero Bidó, a la sazón ministro de Fomento y Obras Públicas, en respuesta a
una inquietud expuesta por éste sobre el comercio en la ciudad de Santiago de
los Caballeros: “Eso es puramente local, pues por acá sucede por lo contrario.
El comercio se considera con suficientes garantías para sus transacciones y
todos los valores efectivos y de crédito están en constante movimiento…”15
La realidad era que a su muerte el régimen que
encabezaba tenía al país en bancarrota económica, moral, social y política. El
caos era total en todo el territorio nacional.
Por otro lado es válido recordar aquí que el
historiador Rufino Martínez relata en el tomo 3 de su libro Hombres Dominicanos
que a Heureaux “se le podía hablar de
todo como a cualquier hijo de vecino, y hasta tocarle las cosas que se juzgaban
mal hechas por él. Lo podía todo, pero no como un dios, sino como un hombre
cuya acción puede tener fin a cualquier hora…”16
Por eso muchos de los que lograron hablar con Lilís
dejaron sus anotaciones sobre el contenido de esos encuentros con el zorro
puertoplateño. Han sido de gran utilidad, constituyendo una riqueza informativa
que permite escudriñar sobre las interioridades de una convulsa era de la
historia nacional.
La sociedad dominicana estaba tan crispada al final
del siglo XIX que el poeta petromacorisano Federico Bermúdez Ortega, refiriéndose
al magnicidio de Lilís, escribió en su poema titulado 26 de Julio lo siguiente:
“…la limpieza del pantano inmundo se concretó a la muerte de un gusano.”17
Con un juicio muy acertado la historiadora Mu-kien A.
Sang Ben, en su biografía de Ulises Heureaux, señala lo siguiente: “…la muerte
de Heureaux no fue sólo el producto de la “oposición natural”, sino que fue el
resultado de una complicidad general donde una gran parte de la población
apoyaba la desaparición del tirano.”18
Bibliografía:
1-Obras completas de José Gabriel García, volumen 3.P100. Nov.2016.AGN.
2-Autobiografía
de Gregorio Luperón, tomo I, pág. 223.Editora de Santo Domingo, 1974.
3-Acta
desconociendo la presidencia del General José Antonio Salcedo y nombrado al general
Gaspar Polanco. Santiago de los Caballeros,10 de octubre del 1864.Firmantes:
Gaspar Polanco, Silverio Delmonte, Manuel Rodríguez, Candelario Oquendo, Cipriano
Cotes y otros.
4-
Autobiografía de Gregorio Luperón, tomo I.Pp. 260-261. Editora de Santo
Domingo, 1974.
5-Decreto
del Poder Ejecutivo, 24 de enero de 1865. Santiago de los Caballeros. Pedro A.
Pimentel, Federico García y Benito Monción, encargados del Poder Ejecutivo. M.
Lovelace, secretario.
6-Proclama
desde Santiago.25 de enero del año1865. Pimentel, García y Monción.
7-Papeles de
Pedro F. Bonó. Editora del Caribe, 1964.P69.
8-Ley 2089,
del 25 de agosto de 1949.
9-Vetilio Alfau Durán en Anales. Escritos y documentos. Editora Corripio,1997.
Pp442-451.
10- Don Quijote de la Mancha. Edición IV Centenario.
Real Academia de la Lengua, 2004.Pp199-210. Miguel de Cervantes Saavedra.
11-El Estado en la sociedad capitalista. Editorial Siglo
XXI, México, 1970. P23.Ralph Miliband.
12-Oficio del gobernador de Montecristi al ministro de
Interior.29 de agosto de 1897.
13-Carta de fecha 15 de julio de 1882.Del ministro de
Interior y Policía al ministro de Hacienda y Comercio. Epistolario de Ulises
Heureaux.
14-Cancionero de Lilís. Editora del Caribe, 1962.P347.Recopilador Emilio
Rodríguez Demorizi.
15-Carta de Lilís a Teófilo Cordero Bidó.7 de
diciembre de 1898.Antología de cartas de Ulises Heureaux.Pp473 y 474.Editor
Cirus Veeser.
16- Hombres Dominicanos. Tomo III.P521.Eeeditado por SDB.
Editora Búho, 2009. Rufino Martínez.
17-“26 de julio.” Federico Bermúdez Ortega. Reproducido
en Cancionero de Lilís. Editora del
Caribe, 1962.Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.
18-Ulises Heureaux. Biografía de un dictador. Editora
Corripio, 1989.P213. Mu-kien A. Sang Ben.
Publicado el 10-0ctubre-2020.Diario Dominicano.
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