HIGÜEY, UNA PARTE
DE SUS ESCRITORES
(4-abril-2020)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Estas notas están inspiradas, en parte,
en el recuerdo de una conferencia que pronuncié en Higüey, con motivo de una
feria provincial del libro celebrada en dicha ciudad del Este dominicano.
La inquietud literaria relacionada con
la referida ciudad, capital de la provincia La Altagracia y punto urbano
constituido desde hace 500 años en el foco de atención en la zona oriental del
país, viene desde antes de que allí nacieran personas dedicadas a la escritura,
sea de ficción o sobre temas vinculados con la realidad.
Las referencias y compendios de historia
sobre los caciques Cayacoa, y Cotubanamá, amén de la esposa de éste, de nombre
Higuanamá, llamada por el cronista colonial Bartolomé de Las Casas “la gran
señora de Higüey”, así como menciones dispersas de otras figuras rutilantes del
mundo aborigen del Cacicazgo de Higüey, están ahí como pruebas de lo que hemos
sido desde hace siglos.
Esos personajes precolombinos no
pudieron escribir, por razones epocales, adelantados petroglifos o cualesquiera otras
expresiones del arte rupestre, pero tampoco hay constancia de que lo hicieran
con los símbolos del sistema de escritura que le llaman fonémico.
Esas personalidades del indigenismo taíno
del Cacicazgo de Higüey nada sabían de semiótica, pero tenían su lenguaje, el
cual incluso trascendía su propia cotidianidad y fue zapata para balbuceos
literarios, como así quedó demostrado con posterioridad a su exterminio.
Por eso no escaparon (en proyectos
evocativos) del mundo de las letras que crearon Manuel de Jesús Galván con su
novela Enriquillo; José Joaquín Pérez con su ramillete de poemas que tituló Fantasías
Indígenas y Javier Angulo Guridi con la obra teatral Iguaniona, para sólo
mencionar tres grandes autores criollos del pasado.
El sabio mexicano Alfonso Reyes, alumno
aventajado y gran amigo del erudito dominicano Pedro Henríquez Ureña, dijo con
gran certeza (lo que vinculo con lo
anterior) que: “El escribir, según los diálogos platónicos, no pasa de ser una
diversión. La escritura, accidente del lenguaje, pudo o no haber sido: el
lenguaje existe sin ella. Pero la escritura, el dar fijeza a la fluidez del
lenguaje, funda una de las bases indispensables a la verdadera civilización.”
El lenguaje de los taínos, aún sin grafemas, permite tener una visión de sus creencias y de su cultura en general, aunque ella fuera un amasijo de ideas dispersas y sin el rigor metodológico propio de la escritura.
El lenguaje de los taínos, aún sin grafemas, permite tener una visión de sus creencias y de su cultura en general, aunque ella fuera un amasijo de ideas dispersas y sin el rigor metodológico propio de la escritura.
Es por ello que los antecedentes de
leves y enunciadoras manifestaciones literarias de los taínos higüeyanos queda
necesariamente fuera del campo de acción de la crítica literaria, cuya labor la
definió el citado Alfonso Reyes en su obra La Experiencia Literaria así:
“Aguafiestas, recibida siempre como el
cobrador de alquileres, recelosamente y con las puertas a medio abrir!” Dijo
más: “...la pobre musa cuando tropieza con esta hermosa bastarda tuerce los
dedos, toca madera, corre en cuanto puede desinfectarse.”
Muchos todavía creen que la literatura
sólo existe en el reino de la ficción, o lo que es lo mismo: que ella es
simplemente el producto de la imaginación de unos seres dotados de condiciones
especiales, poseedores de espíritus fantásticos que les impulsan a crear
imágenes y metáforas, provocando el asombro y la admiración de los lectores.
La
literatura no se circunscribe a los géneros de poesía, novela, cuento, relato y
otros grupos creativos vinculados con la narratología desarrollada por los estructuralistas
el siglo pasado.
Para
demostrar el amplio universo que abarca ese término basta leer los estudios
hechos al respecto por Max Henríquez Ureña en su Panorama Histórico de la
Literatura Dominicana, editado en el 1945; Joaquín Balaguer en Historia de la
Literatura Dominicana, del año 1956 y Ana Emilia Abigaíl Mejía Soliere en su
Historia de la Literatura Dominicana, publicada en el año 1937.
La
literatura es más que una amalgama de ficción. Es por definición simple el
conjunto de escritos o textos que tratan un tema específico, sea este de arte o
de ciencia y no sólo de invención y de cuestiones oníricas.
Por
eso se habla de una literatura griega, de una literatura del siglo XV, de una
literatura jurídica, de una literatura contemporánea, de una literatura
oriental y así sucesivamente, o como acostumbraban explicarlo los latinos con
su et sic de coeteris, mucho antes del advenimiento de la definida como era
cristiana.
Partiendo
de lo anterior, estas notas se refieren a la participación en la literatura
dominicana de algunos hombres y mujeres vinculados por la fuerza telúrica a
Higüey y sus aldeas, secciones y parajes circundantes.
Varios
de ellos nacieron allí y otros, por diversas circunstancias de la vida, son o
fueron estimados como parte valiosa de aquella tierra del Oriente dominicano.
Es
extensa la lista de los higüeyanos que han dejado plasmadas en letras sus
impresiones sobre diversos temas de interés religioso, histórico, filosófico,
novelístico, ensayístico, crítica literaria, oratoria y periodismo, para sólo
citar algunas de las facetas más conocidas.
Uno
de esos escritores que desde Higüey se proyectaron para el resto del país fue Vetilio Alfau Durán, una cumbre del
saber dominicano, un historiador de cuerpo entero, un incesante escudriñador de
nuestro pasado.
Ese
ilustre personaje de relieve nacional se distinguió principalmente como
historiador, pero su ámbito de saberes fue tan ancho y profundo que pudo
aportar a la República una gama de temas tan multiforme como la historia de la
filosofía en Santo Domingo, descripciones sobre la medicina dominicana,
historia de la poesía criolla, comentarios sobre los emblemáticos caciques
Enriquillo y Caonabo, crónicas necrológicas de los pueblos del Este, proclamas
políticas de la juventud de pueblos y comarcas; recopilación de leyes
singulares, en fin que su espíritu investigador, veraz y objetivo quedó entre
libros, periódicos y revistas nacionales, especialmente en Clío, que es el
órgano de divulgación de la Academia Dominicana de la Historia, así como en
Anales.
Sus textos, de estilo pedagógico, son una
elevada expresión de su afán por contribuir al esclarecimiento de muchos hechos
del pasado dominicano.
Un personaje de dimensión excepcional, por sus altas cualidades humanas, fue monseñor Juan Félix Pepén Solimán. Unió a su apostolado de bien, en calidad de mitrado de la Iglesia Católica, su condición de escritor de pluma brillante y pensamientos profundos.
Muchas
son las obras surgidas de la mente portentosa del fallecido obispo Pepén
Solimán. Fue un filósofo de altos vuelos y gran exégeta bíblico. Su sapiencia
le permitió explicar con sencillez los temas más difíciles de la apologética.
Su
brillantez, unida a su limpia hoja de servicios a la comunidad nacional y su
humildad permiten catalogarlo, sin asomo de carantoña, en el espacio exclusivo
de la hagiografía.
Fue
un ensayista de estilo profundo y a la vez sencillo. En sus escritos mezclaba
con gran virtuosismo la religión, la filosofía, la historia, la sociología, la
sicología, el patriotismo, la fe, la esperanza, la caridad y la justicia.
Entre
sus libros principales podemos citar Riquezas del Espíritu, que es un conjunto
de reflexiones que enseñan cómo a través del cultivo del espíritu el ser humano
perfecciona su papel en la tierra. Donde Floreció el Naranjo, en el cual
desgrana, con la elocuencia del sabio que fue, muchos temas de interés
religioso y sociológico.
En
su obra Principios de moral profesional hace un llamado de atención a los
expertos para que cultiven la honestidad, la lealtad y la bondad en el
ejercicio de sus labores.
Semillas
en el surco, La Cruz señaló el camino, La Palabra en Cuaresma, La Altagracia: origen
y significado de su culto, son otros de sus muchos libros.
Pero quiero detenerme en dos de sus tomos más impactantes. Uno de ellos es La Nación que Duarte quiso, en la cual Pepén Solimán, recordando al insigne patricio Juan Pablo Duarte, convoca a todos los dominicanos a luchar por la Patria independiente, por la que tanto se sacrificó.
Pero quiero detenerme en dos de sus tomos más impactantes. Uno de ellos es La Nación que Duarte quiso, en la cual Pepén Solimán, recordando al insigne patricio Juan Pablo Duarte, convoca a todos los dominicanos a luchar por la Patria independiente, por la que tanto se sacrificó.
Utilizando
el ideario de Duarte como fuente inspiradora Pepén Solimán tocó temas importantes
como la reafirmación de nuestra identidad, el patriotismo como virtud nacional,
los niños como centro de nuestro futuro, la fuerza renovadora de la juventud,
la paz, el orden, la fuerza de la ley, la libertad, el bien común y la
esperanza como fuerza integradora del ser dominicano.
El
otro lleva por título Un Garabato de Dios. Contiene parte de la fecunda
biografía de quien fue el primer Obispo de la Diócesis La Altagracia y el segundo
Rector Magnífico de la Universidad Católica Madre y Maestra.
Su
contenido permite a los lectores forjarse una idea bien acabada de la dignidad
de un hombre que mientras más se empeñaba en esconder su sabiduría más brotaba
ella, cual surtidor de agua cristalina.
En
esa obra se descubre a una persona que supo superar muchas dificultades para
poder llegar a ser lo que fue. De su lectura también se desprende el
conocimiento de todas las trapisondas que tuvo que vencer para poder ejercer su
referido apostolado como primer Obispo de La Altagracia, en los últimos años de
la tiranía trujillista y en el período gubernamental que comenzó en el 1966 y
se extendió por doce años.
Un
Garabato de Dios, como su experiencia de vida, desde la niñez enfermiza hasta
su postrera etapa otoñal cargada de lucidez, incluye la inmensa tarea que llevó
a cabo para bien de cientos de miles de habitantes de la región oriental en
particular y de todo el país en sentido general. Resume con sencillez las
complejidades políticas y sociales de un importante tramo de la historia
nacional.
Muchos
otros escritores de gran valía nacional nacieron en Higüey o comarcas cercanas,
algunas de las cuales con el paso del tiempo fueron adquiriendo otras
categorías en la distribución política-administrativa del país.
Esos
autores son muestras sobresalientes de la prodigalidad del surco higüeyno:
Monseñor
Ramón Benito De la Rosa y Carpio,
quien ejerció, entre otros importantes cargos eclesiásticos, la elevada
posición de Arzobispo de la Arquidiócesis de Santiago. Es un formidable
ensayista con más de 70 obras publicadas sobre temas teológicos,
antropológicos, sociológicos y filosóficos. Las semillas de su mucho saber,
especialmente en su especialidad de teología dogmática, están esparcidas en
libros, revistas, periódicos y programas de radio y televisión, pero
especialmente en el púlpito.
La
lectura de Razones para Vivir, una de sus obras, contiene una prueba elocuente
de su profundidad analítica. Pero también importa mencionar como partos
ensayísticos de su mente obras sustanciales como Para vivir la Cuaresma,
Nuestra Señora de la Altagracia, El combate contra el maligno, Para vivir Pentecostés
siempre, y decenas de otros libros.
José Rijo De la
Cruz
nació en el año 1915, en el seno de una humilde familia de la Sección Matachalupe,
en el lado Oeste de Higüey. Fue poeta, cuentista, jurista, periodista, orador y
General de la Policía Nacional.
Su
cuento Chito comienza con una aparente acción cotidiana: “A cada latigazo el
cuerpecito de Chito culebreaba de dolor. Las manos de Pancho castigaban duro
con una soga la carne del muchacho que, retorciéndose como un bicho, pedía
perdón.”
Pero
el contenido general de esa formidable obra de ficción es una abierta denuncia
contra las tropas estadounidenses que invadieron el país en el 1916. El
discurrir de Chito hace que el lector compare “con la maldad del guaraguao
sobre el nidal de la gallina recentina” el comportamiento cruel que en pueblos
y campos del Este dominicano tuvieron entonces los intrusos del Septentrión
continental.
En
Chito José Rijo De la Cruz logró lo que Pedro Henríquez Ureña definió con su
genio proverbial como la “escala que va desde la dulzura de la carne hasta la
exaltación del ideal.”
Los
cuentos y relatos de Rijo De la Cruz (un autor opacado y olvidado por la
incuria que con frecuencia indeseada afecta a la sociedad dominicana) tienen el
impacto espiritual y visual que provocan cual rosa cromática los colores de esa
atracción turística que es la Escalera de Selarón, en Río de Janeiro, Brasil,
con su especial condición de estar “viva y mutante.”
Sus
obras Floreo y Entre la realidad y el sueño condensan, con elegancia literaria
y sobriedad de contenido, una visión clara y dramática de la sociedad
dominicana del siglo pasado. Permiten, si no hubiera tanta mezquindad, colocar
el nombre de José Rijo De la Cruz entre los que llegaron a dominar el difícil
arte de escribir cuentos. Su nombre pudiera estar instalado en el parnaso donde
moran Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Juan Bosch,
Juan Rulfo, Eliseo Diego, Alfredo Bryce Echenique, Sergio Ramírez, Abelardo
Díaz Alfaro, Augusto Monterroso, Arturo Uslar Pietri y William Faulkner, por sólo
citar algunos.
Félix Servio
Ducoudray Mansfield,
cuyo padre del mismo nombre fue un riquísimo higüeyano que le enseñó amar la
tierra de donde provenían sus ascendientes, entre los que se incluía al General
de División y héroe restaurador, de gran arrojo en asuntos de armas, Eustaquio
Ducoudray Villavicencio.
Ducoudray Mansfield siempre se sintió muy
vinculado a Higüey, y así lo expresaba en sus conversaciones y lo dejó escrito
en múltiples ocasiones.
Ese
ilustre dominicano está consagrado como uno de los más extraordinarios cronistas
de nuestros bosques, ríos, arroyos, dunas, peces, sapos, montañas, volcanes, desiertos,
flores, valles, manglares, playas, árboles, moluscos, insectos, humedales,
lagunas y lagos.
Sus
excelentes ensayos, crónicas y relatos fueron recopilados de modo póstumo en
seis tomos bajo el título de La Naturaleza Dominicana, en cuya presentación María
Ugarte, quien fuera reconocida escritora y académica, dice justicieramente que
“...es un homenaje a la naturaleza. Un homenaje rendido por alguien que no sólo
supo amarla, sino también entenderla, respetarla y defenderla...”
Un
solo párrafo (que figura en la página 196 del tomo 6 de la mencionada obra) da
una idea clara de la reciedumbre de investigador que caracterizaba a Félix Servio Ducoudray. Así escribía él: “La
codicia y el hambre: he ahí a los dos enemigos principales de la ecología, del
mundo natural. Porque ninguna de las dos calcula consecuencias. Esto indica que
quitándole el mando a la codicia y al hambre la naturaleza puede ser
aprovechada racionalmente por el hombre.”
No
hay que hacer exégesis del párrafo anterior para saber que tanto la codicia
como el hambre son dos formas de engendrar tristeza y de adelantar, la primera
una muerte espiritual, y la segunda la muerte física.
Perfectamente
cabe en este tramo, en conexión con el pensamiento de Ducoudray, recordar al
filósofo y poeta rumano Émile Cioran, autor de Breviario de Podredumbre, cuando
sentenciosamente dijo que “el hechizo de la tristeza se parece a las olas
invisibles de las aguas muertas.”
Luis Julián
Pérez,
autor de Santo Domingo Frente al Destino, obra de carácter histórico, que es en
sí una clarinada de atención a los dominicanos ante los retos que significan
para el país las contradicciones con el Estado Haitiano y sus desastrosas
consecuencias generales en perjuicio de la República Dominicana.
Ese afable jurista, economista y escritor
higüeyano ya extinto escribió en el aspecto político-social un libro de
reflexión sobre los avatares y perspectivas dominicanas, el cual tituló La
Democracia Nuestra. En el mismo vertió sus pareceres sobre hechos y actitudes que
han sido recurrentes, con ligeros matices, en el palenque de la política
criolla.
Julián
Pérez también incursionó con gracia y profundidad en la siempre árida
literatura jurídica con su texto de consulta “Fideicomiso o Trust”, que es un
conjunto de ensayos jurídicos de gran calado. Su publicación se hizo cuando ni
se soñaba crear en el país la Ley 189-11 para el desarrollo del mercado
hipotecario y el fideicomiso.
Ramón Marrero
Aristy nació
en el ahora municipio San Rafael de Yuma, cuando esa hermosa y productiva
tierra era una dependencia rural de Higüey. Además de novelista de alto calibre
fue historiador, cuentista, poeta, político, ensayista y periodista.
Su
novela Over, que originalmente él tituló La Bodega y luego cambió por
recomendación de su maestro Teófilo Hernández, constituye un timbre de orgullo
para las letras dominicanas.
En
esa obra se demuestran primero el dominio que de las técnicas de la escritura
tenía ese yumero excepcional y segundo su valentía al exponer como tema central
de la misma la explotación inmisericorde que sufrían los trabajadores de los
campos cañeros.
Como
escritor expresionista Marrero Aristy plasmó con buena tinta en Over, a través
del personaje Daniel Comprés, la cruda realidad humana de los bateyes, y lo que
no dijo expresamente lo acentuó de manera tácita en el fondo de su desgarrador
mensaje.
El
carácter de escritor que tenía Marrero Aristy comenzó a notarse al publicar su colección de narraciones Balsié (que no son
ligeros comentarios sobre el tambor de origen africano así llamado, el cual
forma parte de un segmento de la música popular dominicana) sino descripciones variopinta
de importantes vertientes sociales y políticas del pueblo dominicano.
Antes
de que surgiera a mitad del siglo pasado el llamado realismo mágico de América
Latina Ramón Marrero Aristy mezcló con gran maestría la cruda realidad de los
bateyes cañeros del Este dominicano con una narración cargada de metáforas y
elementos propios de la fantasía.
En
eso se puede afirmar, sin ningún resquicio de chovinismo, que fue precursor de
esa literatura que luego les dio fama a escritores de la talla de Gabriel
García Márquez, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa, Alejo
Carpentier, José Donoso y Carlos Fuentes, entre otros.
Marrero
Aristy también hizo sus aportes como historiador, pues escribió en varios tomos
algunos tramos de la historia nacional. Como periodista y ensayista dejó
profundas reflexiones sobre la cotidianidad política del país, a pesar que le
tocó desenvolverse en medio de las asperezas propias de un régimen dictatorial.
Ese
clásico novelista tuvo una vida intensa. Dejó su nombre en alto relieve en el
friso de las letras dominicanas, antes de bajar al sepulcro, con 47 años de
edad, asesinado por intrigas palaciegas cuando ya el régimen dictatorial al
cual sirvió estaba entrando en barrena.
Víctor Livio
Cedeño Jiménez
es un depurado académico y brillante tratadista de derecho civil, comercial,
bancario, electoral y penal. Ha escrito más de veinte obras, entre ellas la
Responsabilidad Civil Extracontractual en Derecho Francés y Derecho Dominicano,
La Cuestión Agraria, La Social Democracia en el Mundo, El Modelo Económico
Dominicano y El Derecho Electoral Dominicano.
Varios
de sus libros se han convertido con el paso de los años en fuentes de consultas
en universidades del país.
Como
se observa, por los títulos de sus obras, y especialmente por la enjundia de su
contenido, en Cedeño Jiménez, con sólida formación adquirida en famosas academias francesas, hay un consagrado
ensayista de envergadura en la literatura sobre asuntos jurídicos.
Antes
y ahora la ciudad de Higüey, y los pequeños pueblos y campos que han hecho
parte de ella, han tenido el privilegio de poseer buenos poetas.
En
este tipo de trabajo es imposible mencionar ni siquiera una parte representativa
de ellos, pero no puedo dejar de referirme a José Audilio Santana, poeta nacido en la Sección La Enea. Como
Jesucristo, sólo vivió en la tierra 33 años.
Dejó
plasmado en versos situaciones tan interesantes como la forma en que quería
existir y también como quería desmaterializarse o morir.
Ambas
cosas las expresó en versos. Sobre su vida escribió: “Yo no quiero entre
lágrimas vivir/ y ver a mi adversario con la gloria/yo tengo que en la lucha
sucumbir/o llevar con el triunfo la victoria.”
El
numen y el estro poéticos de José Audilio Santana estuvieron en una cota alta
al introducirse en el tema vinculado a su fallecimiento.
Como
si estuviera dictando su última voluntad, pero no en el tribunal de la
penitencia, sino en una especie de estrado poético, expresó que quería: “morir
besado por las brisas suaves que esparcen el perfume de las flores/ y por el
trino de las tiernas aves/ inocentes y dulces trovadores.”
Un
importante poeta higüeyano de esta época es Antonio (Macho) Cedeño Cedano. Es, además, jurista notable, narrador
sagaz y chispeante cronista del pasado reciente de la ciudad cuna de la virgen
de La Altagracia. Sus libros Amores Célebres y Rosa y Julia forman parte
sustanciosa de su producción literaria.
A
los invasores estadounidenses de 1965 les dedicó este aldabonazo poético, capaz
de derribar la Puerta Otomana: “Santo Domingo, eres el fuego/ donde el coloso se
derritió/con mil bazucas, con mil cañones/ con muchos tanques, con portaviones/
y el mundo entero te conoció.”
Rhina Castillo, poeta, maestra
y magistrada, le cantó a su pueblo con donaire y emoción: “Higüey, mi ciudad
natal/ la que me viera crecer/ con sus tardes perfumadas/ y la caricia del
Duey”.
Pertinente
es señalar que una distinguida higüeyana, Teresa Pérez Marcano, alumbró un trío
de poetas: Antonio, Tulio y Tirso
Valdez, los cuales dejaron una variada producción lírica, épica y dramática. Su
divulgación y ponderación todavía espera en ese lugar silencioso donde se
encuentra.
Algunos
autores no nacidos en Higüey han utilizado a esa comunidad como fuente o
escenario para escribir parte de su creación literaria o de investigación
histórica.
Pongo
de ejemplo al patriota restaurador Francisco Javier Angulo Guridi y su obra
titulada La fantasma de Higüey, considerada como la primera novela dominicana,
cuya edición original fue en Cuba, en el año 1857.
Monseñor
Hugo Eduardo Polanco Brito, que vivió durante veinte años en Higüey y allí está
sepultado, dejó entre su amplia bibliografía los libros Historia de Higüey y Ex
Votos de Higüey. La última obra tiene un especial valor por ser la única en su
género. El recuento de promesas cumplidas y de ofrendas que contiene permite
hacer un rastreo del pasado de devoción altagraciana de miles de creyentes
católicos dominicanos y de otros lugares del mundo.
El
filósofo e historiador suizo Rudolf Paul
Widmer publicó en el año 2004 un texto de historia colonial sobre compraventa,
reclamos y dificultades vinculadas con el manejo de fincas y hatos en la parte
más al Oriente del país: La Propiedad en Entredicho. Una historia documental de
Higüey, siglos XVll, XVlll y XlX.
Además
de los autores arriba comentados debo decir que es largo el listado de literatos
nacidos en Higüey (o en pequeños pueblos, villorrios, vecindarios y campos que
han hecho parte de esa ciudad) que han entrado en la vida pública nacional en
calidad de historiadores, narradores, ensayistas, periodistas, cuentistas o
poetas. Así también higüeyanos por adopción o de algunos cuya permanencia por
largo tiempo allí lo hicieron compenetrarse profundamente con la más vibrante
urbe del levante dominicano.
Entre
ellos, están los siguientes: Amadeo Julián Cedano, Marielys Duluc, Bienvenido
Alvarez Vega, José Clemente (Chichí) De Jesús Reyes, Miguel Angel Fornerín
Cedeño, César Amado Martínez de León, Denis Mota Alvarez, Isael Pérez
Rodríguez, Mario Julio Cedano, Manuel Quiterio Cedeño, Milcíades Herrera Ramírez,
Celio Guerrero Linares, Rafael Guerrero Ramírez, Justiniano Estévez, Emenegilda
Encarnación, Juana Escorbort, Brígido Peguero, Quintino Espinal, Frank Núñez
Gómez, Hugo Eduardo Polanco Brito, Frank Núñez Guerrero, Adriana Bayo García,
Amable Botello, Emma Botello Arache, Manuel García Garrido, Moisés De Soto Durán,
Máximo Arismendy Caraballo, Armando Antonio Almánzar Botello, Reyna Alfau,
Berkis Morla, Víctor Díaz, Daniel Del Carpio, Merkis Seded Méndez, Pablo Merino
Jiménez, Zenón Castillo de Aza, José Benito Taveras Hernández, José Carpio,
Luis Conrado Cedeño, Manuel Atilio Botello, Hernán Ramón Pillier, Bienvenido
Paniagua Perozo, Virginia Pepén Vicioso, Sergio Cedeño, Apolinar Cedeño,
Baldemaro Rijo, Luis Emilio Cueto, Luismil Castor Paniagua, Carlos Martínez,
Pedro Dalmau Rijo, Martín Cruzado, Rossio Salvador Ávila, José Martín Cruz,
Francisca Vallejo, Henry Colomé, Rafael Cedeño Valdez, Tomás Arévalo Cedeño,
Tarquino Donastorg, Manuel De Jesús
Mota, Rafael Chávez, Tomás Villavicencio, Plinio Ubiera de Jesús, Marcia
Rodríguez, Jhony Santana, Pascual Santillán y Miguel Severino.
Bibliografía:
1-La
Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Bartolomé De las Casas.
2-Historia
de las Indias. Bartolomé De las Casas.
2-La
Conquista del Cacicazgo de Higüey y la fundación de Salvaleón de Higüey. Amadeo
Julián Cedano.
3-Fantasías
Indígenas. José Joaquín Pérez.
4-La
Experiencia Literaria. Alfonso Reyes.
5-Panorama
Histórico de la literatura. Max Henríquez Ureña.
6-Análisis
de la literatura dominicana. Abigaíl Mejía Soliere.
7-Tratado
de Semiótica general. Umberto Eco.
8-De
Vetilio Alfau Durán:
a)
Contribución de Higüey a la Independencia Nacional.
b)
Mujeres de la Independencia.
c)
Los fundadores de la Trinitaria.
d)
V.A.D. en Clío (póstuma).
e)
V.A.D. en Anales (póstuma)
f)
El Derecho del patronato en la Rep.Dom.
g)
Escritos y Apuntes históricos.
9)
De Juan Félix Pepén Solimán:
a)
Riquezas del Espíritu
b)
Donde floreció el Naranjo
c)
Principios de moral profesional
d)
Semillas en el surco
e)
La Nación que Duarte quiso
f)
Un Garabato de Dios
g)
La palabra en Cuaresma
h)
La Altagracia: origen y significado de su culto
i)
La Cruz señaló el camino.
10-De
Ramón Benito De la Rosa y Carpio:
a)
Razones para Vivir
b)
Nuestra Señora de la Altagracia
c)
El combate contra el maligno
d)
Para vivir Pentecostés siempre.
11-De
Luis Julián Pérez:
a)
Santo Domingo frente al Destino
b)
La democracia nuestra
c)
Fideicomiso o Trust
12-De
Miguel Angel Fornerín Cedeño:
a)
La escritura de Pedro Mir
c)
Los letrados y la nacionalidad dominicana
d)
Puerto Rico y Santo Domingo también Son.
e)
El cuento dominicano y la generación del
ochenta
f)
Tú siempre crees que viene una guagua
g)
Antología esencial del cuento dominicano.
13-De
Antonio Cedeño Cedano:
a)
Amores Célebres
b)
Rosa y Julia
14-De
Hugo E. Polanco Brito:
a)
Historia de Higüey
b)
Ex votos de Higüey
15-
Valiente (poema).José Audilio Santana
16-De
Ramón Marrero Aristy:
a)
Over
b)
Balsié
c)
Perfiles agrestes.
17-Breviario
de podredumbre. Émile Cioran.
18-De
José Rijo De la Cruz:
a)
Floreo
b)
Toros en Higüey
c)
Entre la realidad y el sueño.
19-
De Víctor Livio Cedeño Jiménez:
a)
La Social Democracia en el mundo.
b)
La cuestión agraria
c)
La responsabilidad extracontractual en Derecho Francés y Derecho Dominicano.
d)
El Derecho electoral dominicano
e)
El modelo económico dominicano
20-Breve
historia de la devoción y culto a la Santísima Virgen de La Altagracia. Manuel
Otilio Rodríguez Botello.
21-La
Fantasma de Higüey. Francisco Javier Angulo Guridi.
22-
La Propiedad en Entredicho. Una historia documental de Higüey, siglos XVll,
XVlll y XlX. Rudolf Paul Widmer.
Publicado
4-abril-2020.
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