sábado, 4 de abril de 2020

DUARTE EN EL ALMA DOMINICANA (1)


DUARTE EN EL ALMA DOMINICANA (1)
                                                        (18-enero-2020)

                             POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Juan Pablo Duarte, el gran patricio de la nacionalidad dominicana, nació en la ciudad de Santo Domingo el 26 de enero de 1813. Fue el fruto esclarecido de  los señores Juan José Duarte Rodríguez, nacido en la pequeña población de Vejer de la Frontera, en la Cádiz de Andalucía, España, y Manuela Diez Jiménez, criolla nacida en el poblado de El Seibo, en el Este del país.
El fallecimiento de Duarte, después de una larga enfermedad y un extenso rosario de necesidades materiales, se  produjo en Caracas, Venezuela, el 15 de julio de 1876.
En Venezuela vivió más de veinte años, en condición de exiliado y carcomido por una miseria abyecta.
La parca, como se decía en la mitología romana, le llegó a Duarte en momentos en que la República Dominicana se encontraba sumida de nuevo en revueltas interminables, al extremo de que ni siquiera el entonces primer mandatario de la Nación, que era admirador suyo, pudo asegurar el retorno de sus restos mortales a la tierra donde nació y por la cual hizo tantos sacrificios personales.
El prócer Ulises Francisco Espaillat, que era el Presidente de la República al producirse el óbito del fundador de la nacionalidad dominicana, en carta dirigida a las hermanas Rosa y Francisca Duarte, fechada el 24 de agosto de 1876, respondiéndoles una de ellas del 27 del mes anterior, al noticiarles los movimientos armados de conspiración que prevalecían en el país les señalaba, con evidente impotencia y sinsabor, lo siguiente:
“¡Que sus restos encuentren pacífico descanso en esa tierra hospitalaria mientras la patria pueda disponer su digna traslación!”1
Desde niño Juan Pablo Duarte se inclinó por los estudios, para lo cual siempre fue apoyado por sus padres, quienes no escatimaron esfuerzos para que obtuviera una excelente instrucción.
Con motivo del cierre, por decisión despótica de los ocupantes haitianos, de la Universidad Santo Tomás de Aquino, primada de América, Duarte se trasladó a Barcelona, la principal ciudad de la región de Cataluña, en el noreste de España, a cursar sus estudios de alta academia. Allí aprendió filosofía, matemáticas, latín y en fin otras ramas del saber humano hasta completar su formación, que era más amplia que la de la mayoría de sus coetáneos criollos.
Los conocimientos, la templanza y la firme voluntad de llevar hacia la libertad a su pueblo, sin importar los sacrificios personales que a él le tocaran, era la máxima expresión heroica de Duarte, aunque él no fuera per se un émulo de Marte, el dios de la guerra en la mitología romana que usaba armadura yelmo en rostro y cabeza.
No es abundancia reiterar que Duarte no fue un guerrero propiamente dicho, en el sentido de que lo de él no era el manejo de las armas ni estar en zafarrancho de combate, o en grescas divisionistas. Pero su férrea voluntad de luchar por la soberanía de la patria hace de su figura histórica un combatiente de primera línea en los ideales supremos de la nación dominicana.
Lo indicado en la primera parte del párrafo anterior no quiere decir, como lo han descrito algunos, con no poca malicia subterránea, que Duarte fuera una especie de ser ensimismado o un hombre de vida contemplativa, y que viviera al margen del calor de la acción. Al contrario, él estaba convencido de que la libertad del pueblo dominicano sólo se lograría combinando la conciencia colectiva con el uso de las armas.
La prueba que refuta aquello de que Duarte era como un individuo místico, mejor conectado espiritualmente con el Más Allá que con la realidad humana y terrenal, es que no escatimó esfuerzos para dotar a los dominicanos de las herramientas necesarias para que formaran parte permanente del concierto de pueblos formalmente libres del mundo.
Con probados fundamentos de verdad el gran historiador Vetilio Alfau Durán afirmó en muchas ocasiones que una de las tareas de Duarte, en el proceso previo al alzamiento bélico que dio al traste con la ocupación de los haitianos, fue enseñar a sus compañeros matemáticas y otras ciencias.
Alfau Durán indica, además, que Duarte también se dedicó a transmitirles a los trinitarios conocimientos teóricos y prácticos “esgrima y tiro, con el fin de hacer de ellos más tarde los capitanes de su ejército patriota…todo eso dio a  esa generación un carácter austero y espartano, y la preparó a la lucha por el ideal y al vencimiento del derecho.”2
La Trinitaria y La Filantrópica
El 16 de julio de 1838, mientras cientos de feligreses se desplazaban por las calles de la entonces pequeña ciudad de Santo Domingo para celebrar con vocación católica el día dedicado a la celebración de las fiestas de la Virgen del Carmen, Duarte aprovechó la ocasión para junto a un grupo de jóvenes dejar establecida en la casa de Josefa Antonia Pérez de la Paz (doña Chepita Pérez), la madre del ilustre Juan Isidro Pérez, la sociedad secreta de carácter patriótico La Trinitaria, que fue el embrión del cual brotó varios años después la libertad del pueblo dominicano.
Los integrantes de La Trinitaria, con la sola excepción de Felipe Benicio Alfau Bustamante, comenzaron sus labores de reclutamiento de nuevos miembros con una clave especial de multiplicación por tres, teniendo como centro de acción inicial la ciudad de Santo Domingo y después las demás zonas del país.
También fue idea de Duarte la fundación de una segunda sociedad secreta con una estructura funcional distinta, pero con los mismos fines independentistas. Era una manera de burlar la vigilancia que se cernía sobre los trinitarios.
De esa manera surgió La Filantrópica, con aparentes fines recreativos, mediante la puesta en escena de obras teatrales impactantes, como La viuda de Padilla, del dramaturgo y poeta español Francisco Martínez de la Rosa.
 Del gran dramaturgo piamontés Vittorio Amadeo Alfieri se representaron en La Filantrópica Roma Libre y su particular versión en las tablas de la Antígona de Sófocles, entre otros dramas.
La temática teatral de Alfieri descansaba en las luchas de los seres humanos contra los gobiernos tiránicos y, además, en las constantes contiendas de los pueblos por su libertad.
La Filantrópica era menos vulnerable a los ojos de los representantes en el país del férreo gobernante haitiano Jean Pierre Boyer, y por lo tanto fue un importante resquicio por donde los trinitarios influyeron en muchas personas, a pesar de la asfixia moral que corroía al cuerpo social del país de entonces.
El romanticismo, con el significado que tenía en la época en que Duarte lidiaba por la Independencia Nacional, fue la apoyadura primordial que en términos teóricos tuvo el principal fundador de la nacionalidad dominicana para ir penetrando en los demás en procura de ser secundado en sus objetivos.
La afirmación precedente se desprende al analizar su ideario y comprobar las proyecciones que tenían sus hechos, centrados en obtener la libertad del pueblo dominicano. De ahí la trascendencia que tiene su figura histórica, a pesar de los avatares en que discurrió su vida desde el momento mismo en que efectuó los primeros pasos para crear la República Dominicana.
Con sobrada razón un pensador dominicano del calibre de Mariano Lebrón Saviñón escribió: “Los trinitarios en su contacto con Duarte, conocieron los pormenores del romanticismo, revolución de la vida y de las artes, de la literatura y del sentimiento.”3
El mismo Lebrón Saviñón, con su estatura intelectual y sus calificaciones morales, sentenció que “la Independencia de la República Dominicana es la obra de un romántico, porque eso, y no otra cosa fue el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte.”
Un ejemplo más de honradez
Hay múltiples maneras de calibrar la integridad de Duarte. Un ejemplo elocuente  de eso se puede comprobar en una comunicación suya del 12 de abril de 1844, dirigida a la Junta Central Gubernativa, en la cual hizo una rendición de cuentas sobre los mil pesos que le habían entregado para una misión en Sabana Buey, Baní, que arrancó desde Santo Domingo el 23 de marzo de 1844. Detalló el uso que les dio, en 19 días, a 173 pesos (menos del 20% de la suma que había recibido) al tiempo que devolvía 827 pesos para ser reintegrados al tesoro público, tal y como consta en la recepción anotada que de la misma hizo el compinche santanista Miguel Labastida.4
Duarte y los conservadores criollos
Algunos mentecatos no entendieron la pertinencia de las directrices dadas por Duarte a Mella para dirigirse al Sur de Haití, a fin de pactar con Charles Hérard el alzamiento que por luchas internas en aquel país se había planificado a iniciarse el 27 de enero de 1843 en el pueblo llamado Praslin, en  Port Salut, no muy lejos de la Bahía de Los Cayos.
Esa decisión permitió que se aireara la voluntad del pueblo dominicano de luchar sus derechos conculcados por los ocupantes del oeste de la isla. Dicho eso al margen de que Hérard traicionó lo pactado, incluso encarcelando a Mella.
 Los alegatos de los opositores de dicho acuerdo estaban anclados en motivaciones muy alejadas del más mínimo sentimiento patriótico. Los hechos posteriores así se encargaron de demostrar y poner a esos individuos en evidencia frente a la historia.
Los aludidos antagonistas de todo lo que partiera de los trinitarios eran los mismos que boicotearon la reunión encabezada por Duarte en la conocida Casa de los dos Cañones, en la parte colonial de la ciudad de Santo Domingo, cuyo propósito era articular mecanismos eficaces para luchar por la libertad del pueblo dominicano.
Los saboteadores del ideal duartiano eran prominentes miembros del grupo más conservador de la sociedad criolla, que preferían mantener su status quo, por pura mezquindad económica y por ventajismo personal y grupal.
La hostilidad de los conservadores hacia Duarte facilitó que los ocupantes haitianos desarrollaran una tenaz persecución en su contra, forzándolo a mantenerse en clandestinidad hasta su salida oculta del país en el 1843 hacia la isla caribeña de Curazao. En esa ocasión se fue al exterior por el puerto de Santo Domingo, para lo cual contó con la ayuda eficaz de Juan Alejandro Acosta, Juan Evertsz y Teodoro Ariza, entre otros.
A poco tiempo de retornar al país, luego de proclamarse la Independencia Nacional, y encontrándose en Puerto Plata, hacia aquella ciudad del atlántico dominicano envió el general Pedro Santana la embarcación bautizada con el sugerente nombre de  Separación Dominicana con el mandato expreso a su tripulación para que apresara a Juan Pablo Duarte y lo condujera a Santo Domingo.
 Era el inicio de una larga y sangrienta persecución contra los que disentían de los conservadores, quienes se apoderaron del poder con múltiples maniobras y añagazas, en los albores mismos de la Independencia,  y que nunca tuvieron fe en la viabilidad de una República Dominicana libre y soberana.
Los trinitarios y sus adherentes sufrieron cárcel, exilio, pérdida de sus bienes y muerte. El martirologio de esa época es extenso y las páginas amarillas de la historia dominicana contienen los nombres de  las víctimas y sus verdugos.
Después de sufrir cárcel en la Fortaleza San Felipe de Puerto Plata y en la Fortaleza Ozama de Santo Domingo, a Duarte lo embarcaron hacia la fría ciudad portuaria de Hamburgo, en el norte de Alemania.
Poco tiempo después el Patricio Mayor se acercaría al país por la ruta caribeña de Saint Thomas, desde donde pasó a Venezuela, moviéndose durante varios lustros por la ribera del río Orinoco y la amplia cuenca del Río Negro, en su curso hacia la vasta tierra brasileña.
Duarte por encima de pequeñeces personales
La elocuencia de los hechos demuestra que Juan Pablo Duarte anteponía la Libertad de la Patria a la rebatiña política y a los intereses particulares. El decía, con juicio sereno y conciencia plena de los alcances de sus palabras, que “todo pensamiento de mejora en que el sentimiento nacional se postergara a la conveniencia de partidos, debía siempre reprobarse, porque puesto en ejecución constituía delito de lesa patria.”5 
Es por ello que merece siempre resaltarse que en el terreno fáctico Duarte, muchos meses antes de luchar contra los que ocupaban el país, tuvo que enfrentarse al sentimiento de apatía colectiva y a la falta de fe que cubría los ánimos de muchos coterráneos, con relación a la posibilidad de que se rompieran las amarras del yugo de los ocupantes haitianos.
Una estampa elocuente del abatimiento y la indiferencia que había echado profundas raíces en muchos dominicanos, especialmente entre la juventud capitaleña, lo relata el azuano Félix María Ruiz, trinitario de gran reciedumbre moral, al confesar que cuando Duarte le planteó sus propósitos de iniciar los trabajos para proclamar la Independencia Nacional él mismo le dijo al patricio que era algo que veía irrealizable y aventurado.
Ruiz basaba su opinión, según su propio testimonio, “…por la desconfianza que inspiraban el indiferentismo, la apatía y el egoísmo de muchos dominicanos ya habituados a soportar un yugo de tantos años.”6
Hay que situarse en el contexto de las circunstancias que prevalecían entonces en una sociedad cuyo anquilosamiento anímico se arrastraba desde los tiempos coloniales. Era una población inoculada con elementos de interpretación general en que el racismo tenía un papel importante y la separación ( casi en compartimientos estancos) de las clases sociales había calado hondo, con una raigambre colectiva muy fuerte, tal y como bien lo explica el historiador Alcides García Lluberes en su obra Duarte y la unidad de raza.7
Vale por ello decir que Duarte, en sus afanes independentistas, tuvo que luchar contra la ignorancia de unos, la indiferencia de otros, el apego a intereses particulares de muchos, así como enfrentar  una visión contraria a los valores humanos de no pocos.
Por el cúmulo de circunstancias adversas en que Duarte tuvo que moverse desde el 1838 fue calificado con mucha razón por el médico, escritor y académico Mariano Lebrón Saviñón, en Historia de la Cultura Dominicana, de “trágico héroe del ideal y las abnegaciones.”8


Duarte y un  cónsul francés
La valentía de Duarte, y la trascendencia de su accionar, eran de perfiles más puros y elevados que los que le atribuía, con ideas mezquinas y en ánimo de disminuir su valía, el cónsul francés en Santo Domingo, República Dominicana, Eustache Juchereau de Saint Denys, en el repertorio de informaciones tendenciosas que le dirigió desde enero de 1844 hasta  mayo de 1846 al señor Francois Pierre Guizot, entonces Ministro de Negocios Extranjeros de Francia.
Tan lejos se fue dicho representante consular francés en sus mentiras contra Duarte que se atrevió a escribir (con el desenfado y la insolencia típicos de los que en un país pequeño y pobre encarnan la representación de un imperio) lo siguiente:
“Envidioso de la popularidad y de los sucesos militares del General Santana, Duarte, herido en su amor propio por los desdenes de este antagonista temido, ha creído deber, por interés solamente, juntarse con el partido hostil a la Francia.”9  
Contrario a la opinión desdeñosa de Saint Denys, lo incontrovertible es que Duarte, con su alforja repleta de conocimientos adquiridos en refinados salones de Europa, regresó a su tierra caribeña con ideas bien claras sobre la necesidad de luchar por la Independencia Nacional, objetivo que desde entonces fue el centro de su pensamiento y de sus acciones.
Bibliografía:
1-Escritos.SDB.Editora Amigo del Hogar, 1987.P292.Ulises Francisco Espaillat.
2- Vetilio Alfau Durán en Anales. Editora Corripio,1997.Pp 107 y 108.
3-Heroísmo e Identidad, Duarte: libertador, romántico y poeta. Instituto Duartiano. Volumen VI,1999.P9. Mariano Lebrón Saviñón.
4-Rendición de cuentas, viaje a Sabana Buey, Baní, 12 de abril de 1844. Juan Pablo Duarte.
5-Pensamiento y acción de los Padres de la Patria. Editora Taller, 1995.P19. Juan Daniel Balcácer.
6-Carta de Félix María Ruiz, vaciada en Historia de Santo Domingo, tomo IX.P509. AGN. Editora Centenario, 2015.Gustavo Mejía Ricart. 
7-Duarte y su época. Capítulo titulado la unidad de raza.P79.Editora CPEF, 2013.Volumen 2.Alcides García Lluberes.
8-Historia de la Cultura Dominicana.P186.Impresora Amigo del Hogar. Mariano Lebrón Saviñón.
9-Revista Clío.ADH.No.114.enero-junio 1959.P11.Víctor Garrido.
(Publicado el 18-enero-2020)

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