DUARTE
EN EL ALMA DOMINICANA (1)
(18-enero-2020)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Juan Pablo Duarte, el
gran patricio de la nacionalidad dominicana, nació en la ciudad de Santo
Domingo el 26 de enero de 1813. Fue el fruto esclarecido de los señores Juan José Duarte Rodríguez, nacido
en la pequeña población de Vejer de la Frontera, en la Cádiz de Andalucía,
España, y Manuela Diez Jiménez, criolla nacida en el poblado de El Seibo, en el
Este del país.
El fallecimiento de
Duarte, después de una larga enfermedad y un extenso rosario de necesidades
materiales, se produjo en Caracas,
Venezuela, el 15 de julio de 1876.
En Venezuela vivió más
de veinte años, en condición de exiliado y carcomido por una miseria abyecta.
La parca, como se decía
en la mitología romana, le llegó a Duarte en momentos en que la República
Dominicana se encontraba sumida de nuevo en revueltas interminables, al extremo
de que ni siquiera el entonces primer mandatario de la Nación, que era
admirador suyo, pudo asegurar el retorno de sus restos mortales a la tierra
donde nació y por la cual hizo tantos sacrificios personales.
El prócer Ulises
Francisco Espaillat, que era el Presidente de la República al producirse el
óbito del fundador de la nacionalidad dominicana, en carta dirigida a las
hermanas Rosa y Francisca Duarte, fechada el 24 de agosto de 1876,
respondiéndoles una de ellas del 27 del mes anterior, al noticiarles los
movimientos armados de conspiración que prevalecían en el país les señalaba,
con evidente impotencia y sinsabor, lo siguiente:
“¡Que sus restos
encuentren pacífico descanso en esa tierra hospitalaria mientras la patria
pueda disponer su digna traslación!”1
Desde niño Juan Pablo
Duarte se inclinó por los estudios, para lo cual siempre fue apoyado por sus
padres, quienes no escatimaron esfuerzos para que obtuviera una excelente
instrucción.
Con motivo del cierre,
por decisión despótica de los ocupantes haitianos, de la Universidad Santo
Tomás de Aquino, primada de América, Duarte se trasladó a Barcelona, la
principal ciudad de la región de Cataluña, en el noreste de España, a cursar
sus estudios de alta academia. Allí aprendió filosofía, matemáticas, latín y en
fin otras ramas del saber humano hasta completar su formación, que era más
amplia que la de la mayoría de sus coetáneos criollos.
Los conocimientos, la
templanza y la firme voluntad de llevar hacia la libertad a su pueblo, sin
importar los sacrificios personales que a él le tocaran, era la máxima
expresión heroica de Duarte, aunque él no fuera per se un émulo de Marte, el
dios de la guerra en la mitología romana que usaba armadura yelmo en rostro y
cabeza.
No es abundancia
reiterar que Duarte no fue un guerrero propiamente dicho, en el sentido de que
lo de él no era el manejo de las armas ni estar en zafarrancho de combate, o en
grescas divisionistas. Pero su férrea voluntad de luchar por la soberanía de la
patria hace de su figura histórica un combatiente de primera línea en los
ideales supremos de la nación dominicana.
Lo indicado en la
primera parte del párrafo anterior no quiere decir, como lo han descrito
algunos, con no poca malicia subterránea, que Duarte fuera una especie de ser
ensimismado o un hombre de vida contemplativa, y que viviera al margen del
calor de la acción. Al contrario, él estaba convencido de que la libertad del
pueblo dominicano sólo se lograría combinando la conciencia colectiva con el
uso de las armas.
La prueba que refuta aquello
de que Duarte era como un individuo místico, mejor conectado espiritualmente
con el Más Allá que con la realidad humana y terrenal, es que no escatimó
esfuerzos para dotar a los dominicanos de las herramientas necesarias para que
formaran parte permanente del concierto de pueblos formalmente libres del
mundo.
Con probados
fundamentos de verdad el gran historiador Vetilio Alfau Durán afirmó en muchas
ocasiones que una de las tareas de Duarte, en el proceso previo al alzamiento
bélico que dio al traste con la ocupación de los haitianos, fue enseñar a sus
compañeros matemáticas y otras ciencias.
Alfau Durán indica,
además, que Duarte también se dedicó a transmitirles a los trinitarios
conocimientos teóricos y prácticos “esgrima y tiro, con el fin de hacer de
ellos más tarde los capitanes de su ejército patriota…todo eso dio a esa generación un carácter austero y
espartano, y la preparó a la lucha por el ideal y al vencimiento del derecho.”2
La
Trinitaria y La Filantrópica
El 16 de julio de 1838,
mientras cientos de feligreses se desplazaban por las calles de la entonces
pequeña ciudad de Santo Domingo para celebrar con vocación católica el día
dedicado a la celebración de las fiestas de la Virgen del Carmen, Duarte
aprovechó la ocasión para junto a un grupo de jóvenes dejar establecida en la
casa de Josefa Antonia Pérez de la Paz (doña Chepita Pérez), la madre del
ilustre Juan Isidro Pérez, la sociedad secreta de carácter patriótico La
Trinitaria, que fue el embrión del cual brotó varios años después la libertad
del pueblo dominicano.
Los integrantes de La
Trinitaria, con la sola excepción de Felipe Benicio Alfau Bustamante,
comenzaron sus labores de reclutamiento de nuevos miembros con una clave
especial de multiplicación por tres, teniendo como centro de acción inicial la
ciudad de Santo Domingo y después las demás zonas del país.
También fue idea de
Duarte la fundación de una segunda sociedad secreta con una estructura
funcional distinta, pero con los mismos fines independentistas. Era una manera
de burlar la vigilancia que se cernía sobre los trinitarios.
De esa manera surgió La
Filantrópica, con aparentes fines recreativos, mediante la puesta en escena de
obras teatrales impactantes, como La viuda de Padilla, del dramaturgo y poeta
español Francisco Martínez de la Rosa.
Del gran dramaturgo piamontés Vittorio Amadeo
Alfieri se representaron en La Filantrópica Roma Libre y su particular versión
en las tablas de la Antígona de Sófocles, entre otros dramas.
La temática teatral de
Alfieri descansaba en las luchas de los seres humanos contra los gobiernos
tiránicos y, además, en las constantes contiendas de los pueblos por su
libertad.
La Filantrópica era
menos vulnerable a los ojos de los representantes en el país del férreo gobernante
haitiano Jean Pierre Boyer, y por lo tanto fue un importante resquicio por
donde los trinitarios influyeron en muchas personas, a pesar de la asfixia
moral que corroía al cuerpo social del país de entonces.
El romanticismo, con el
significado que tenía en la época en que Duarte lidiaba por la Independencia
Nacional, fue la apoyadura primordial que en términos teóricos tuvo el
principal fundador de la nacionalidad dominicana para ir penetrando en los
demás en procura de ser secundado en sus objetivos.
La afirmación
precedente se desprende al analizar su ideario y comprobar las proyecciones que
tenían sus hechos, centrados en obtener la libertad del pueblo dominicano. De
ahí la trascendencia que tiene su figura histórica, a pesar de los avatares en
que discurrió su vida desde el momento mismo en que efectuó los primeros pasos
para crear la República Dominicana.
Con sobrada razón un
pensador dominicano del calibre de Mariano Lebrón Saviñón escribió: “Los
trinitarios en su contacto con Duarte, conocieron los pormenores del
romanticismo, revolución de la vida y de las artes, de la literatura y del
sentimiento.”3
El mismo Lebrón
Saviñón, con su estatura intelectual y sus calificaciones morales, sentenció
que “la Independencia de la
República Dominicana es la obra de un romántico, porque eso, y no otra cosa fue
el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte.”
Un
ejemplo más de honradez
Hay múltiples maneras
de calibrar la integridad de Duarte. Un ejemplo elocuente de eso se puede comprobar en una comunicación
suya del 12 de abril de 1844, dirigida a la Junta Central Gubernativa, en la
cual hizo una rendición de cuentas sobre los mil pesos que le habían entregado
para una misión en Sabana Buey, Baní, que arrancó desde Santo Domingo el 23 de
marzo de 1844. Detalló el uso que les dio, en 19 días, a 173 pesos (menos del
20% de la suma que había recibido) al tiempo que devolvía 827 pesos para ser
reintegrados al tesoro público, tal y como consta en la recepción anotada que
de la misma hizo el compinche santanista Miguel Labastida.4
Duarte
y los conservadores criollos
Algunos mentecatos no
entendieron la pertinencia de las directrices dadas por Duarte a Mella para
dirigirse al Sur de Haití, a fin de pactar con Charles Hérard el alzamiento que
por luchas internas en aquel país se había planificado a iniciarse el 27 de
enero de 1843 en el pueblo llamado Praslin, en
Port Salut, no muy lejos de la Bahía de Los Cayos.
Esa decisión permitió
que se aireara la voluntad del pueblo dominicano de luchar sus derechos
conculcados por los ocupantes del oeste de la isla. Dicho eso al margen de que
Hérard traicionó lo pactado, incluso encarcelando a Mella.
Los alegatos de los opositores de dicho
acuerdo estaban anclados en motivaciones muy alejadas del más mínimo
sentimiento patriótico. Los hechos posteriores así se encargaron de demostrar y
poner a esos individuos en evidencia frente a la historia.
Los aludidos
antagonistas de todo lo que partiera de los trinitarios eran los mismos que
boicotearon la reunión encabezada por Duarte en la conocida Casa de los dos
Cañones, en la parte colonial de la ciudad de Santo Domingo, cuyo propósito era
articular mecanismos eficaces para luchar por la libertad del pueblo
dominicano.
Los saboteadores del
ideal duartiano eran prominentes miembros del grupo más conservador de la
sociedad criolla, que preferían mantener su status quo, por pura mezquindad
económica y por ventajismo personal y grupal.
La hostilidad de los
conservadores hacia Duarte facilitó que los ocupantes haitianos desarrollaran
una tenaz persecución en su contra, forzándolo a mantenerse en clandestinidad
hasta su salida oculta del país en el 1843 hacia la isla caribeña de Curazao.
En esa ocasión se fue al exterior por el puerto de Santo Domingo, para lo cual
contó con la ayuda eficaz de Juan Alejandro Acosta, Juan Evertsz y Teodoro Ariza,
entre otros.
A poco tiempo de
retornar al país, luego de proclamarse la Independencia Nacional, y
encontrándose en Puerto Plata, hacia aquella ciudad del atlántico dominicano
envió el general Pedro Santana la embarcación bautizada con el sugerente nombre
de Separación Dominicana con el mandato
expreso a su tripulación para que apresara a Juan Pablo Duarte y lo condujera a
Santo Domingo.
Era el inicio de una larga y sangrienta
persecución contra los que disentían de los conservadores, quienes se
apoderaron del poder con múltiples maniobras y añagazas, en los albores mismos
de la Independencia, y que nunca
tuvieron fe en la viabilidad de una República Dominicana libre y soberana.
Los trinitarios y sus
adherentes sufrieron cárcel, exilio, pérdida de sus bienes y muerte. El
martirologio de esa época es extenso y las páginas amarillas de la historia
dominicana contienen los nombres de las
víctimas y sus verdugos.
Después de sufrir
cárcel en la Fortaleza San Felipe de Puerto Plata y en la Fortaleza Ozama de
Santo Domingo, a Duarte lo embarcaron hacia la fría ciudad portuaria de
Hamburgo, en el norte de Alemania.
Poco tiempo después el
Patricio Mayor se acercaría al país por la ruta caribeña de Saint Thomas, desde
donde pasó a Venezuela, moviéndose durante varios lustros por la ribera del río
Orinoco y la amplia cuenca del Río Negro, en su curso hacia la vasta tierra
brasileña.
Duarte
por encima de pequeñeces personales
La elocuencia de los
hechos demuestra que Juan Pablo Duarte anteponía
la Libertad de la Patria a la rebatiña política y a los intereses particulares.
El decía, con juicio sereno y conciencia plena de los alcances de sus palabras,
que “todo pensamiento de mejora en que el sentimiento nacional se postergara a
la conveniencia de partidos, debía siempre reprobarse, porque puesto en
ejecución constituía delito de lesa patria.”5
Es por ello que merece
siempre resaltarse que en el terreno fáctico Duarte, muchos meses antes de
luchar contra los que ocupaban el país, tuvo que enfrentarse al sentimiento de
apatía colectiva y a la falta de fe que cubría los ánimos de muchos
coterráneos, con relación a la posibilidad de que se rompieran las amarras del
yugo de los ocupantes haitianos.
Una estampa elocuente
del abatimiento y la indiferencia que había echado profundas raíces en muchos
dominicanos, especialmente entre la juventud capitaleña, lo relata el azuano
Félix María Ruiz, trinitario de gran reciedumbre moral, al confesar que cuando Duarte
le planteó sus propósitos de iniciar los trabajos para proclamar la Independencia
Nacional él mismo le dijo al patricio que era algo que veía irrealizable y
aventurado.
Ruiz basaba su opinión,
según su propio testimonio, “…por la desconfianza que inspiraban el
indiferentismo, la apatía y el egoísmo de muchos dominicanos ya habituados a
soportar un yugo de tantos años.”6
Hay que situarse en el
contexto de las circunstancias que prevalecían entonces en una sociedad cuyo
anquilosamiento anímico se arrastraba desde los tiempos coloniales. Era una
población inoculada con elementos de interpretación general en que el racismo
tenía un papel importante y la separación ( casi en compartimientos estancos)
de las clases sociales había calado hondo, con una raigambre colectiva muy
fuerte, tal y como bien lo explica el historiador Alcides García Lluberes en su
obra Duarte y la unidad de raza.7
Vale por ello decir que
Duarte, en sus afanes independentistas, tuvo que luchar contra la ignorancia de
unos, la indiferencia de otros, el apego a intereses particulares de muchos,
así como enfrentar una visión contraria
a los valores humanos de no pocos.
Por el cúmulo de
circunstancias adversas en que Duarte tuvo que moverse desde el 1838 fue
calificado con mucha razón por el médico, escritor y académico Mariano Lebrón
Saviñón, en Historia de la Cultura Dominicana, de “trágico héroe del ideal y
las abnegaciones.”8
Duarte
y un cónsul francés
La valentía de Duarte,
y la trascendencia de su accionar, eran de perfiles más puros y elevados que los
que le atribuía, con ideas mezquinas y en ánimo de disminuir su valía, el
cónsul francés en Santo Domingo, República Dominicana, Eustache Juchereau de
Saint Denys, en el repertorio de informaciones tendenciosas que le dirigió
desde enero de 1844 hasta mayo de 1846
al señor Francois Pierre Guizot, entonces Ministro de Negocios Extranjeros de
Francia.
Tan lejos se fue dicho
representante consular francés en sus mentiras contra Duarte que se atrevió a
escribir (con el desenfado y la insolencia típicos de los que en un país
pequeño y pobre encarnan la representación de un imperio) lo siguiente:
“Envidioso de la
popularidad y de los sucesos militares del General Santana, Duarte, herido en
su amor propio por los desdenes de este antagonista temido, ha creído deber,
por interés solamente, juntarse con el partido hostil a la Francia.”9
Contrario a la opinión
desdeñosa de Saint Denys, lo incontrovertible es que Duarte, con su alforja
repleta de conocimientos adquiridos en refinados salones de Europa, regresó a
su tierra caribeña con ideas bien claras sobre la necesidad de luchar por la
Independencia Nacional, objetivo que desde entonces fue el centro de su
pensamiento y de sus acciones.
Bibliografía:
1-Escritos.SDB.Editora
Amigo del Hogar, 1987.P292.Ulises Francisco Espaillat.
2-
Vetilio Alfau Durán en Anales. Editora Corripio,1997.Pp 107 y 108.
3-Heroísmo
e Identidad, Duarte: libertador, romántico y poeta. Instituto Duartiano. Volumen
VI,1999.P9. Mariano Lebrón Saviñón.
4-Rendición
de cuentas, viaje a Sabana Buey, Baní, 12 de abril de 1844. Juan Pablo Duarte.
5-Pensamiento
y acción de los Padres de la Patria. Editora Taller, 1995.P19. Juan Daniel
Balcácer.
6-Carta
de Félix María Ruiz, vaciada en Historia de Santo Domingo, tomo IX.P509. AGN.
Editora Centenario, 2015.Gustavo Mejía Ricart.
7-Duarte
y su época. Capítulo titulado la unidad de raza.P79.Editora CPEF, 2013.Volumen
2.Alcides García Lluberes.
8-Historia
de la Cultura Dominicana.P186.Impresora Amigo del Hogar. Mariano Lebrón
Saviñón.
9-Revista
Clío.ADH.No.114.enero-junio 1959.P11.Víctor Garrido.
(Publicado
el 18-enero-2020)
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