LA
INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO (Y 2)
Publicado
el 25-abril-2020
POR
TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La
Inquisición en Santo Domingo fue una realidad que existió bajo el amplio
paraguas de injusticias que caracterizó en sentido general a esa institución
revestida de una dudosa legalidad.
La
existencia de La Inquisición y del Santo Oficio estaba afincada en alegatos que
luego fueron repudiados tanto por la iglesia católica como por muchos descendientes
de reyes y reinas que participaron en su creación o ayudaron a que echaran
raíces en varios lugares del mundo.
Los
inquisidores que operaron en Santo Domingo y en otros lugares de América
respondían a funcionarios y validos que formaban parte de las dinastías
reinantes en España.
Sujetos
como ellos, que se movían entre cortinajes, alfombras afelpadas y butacones de
palacios reales eran a quienes los griegos llamaban con cierta picardía
Basilikos. Tuvieron gran influencia con varios monarcas, así como ante
cardenales y obispos con predominio de poder.
En
ese orden de ideas hay que decir que los jueces inquisidores de Santo Domingo (seglares,
sacerdotes o religiosos) no eran islas sueltas en el archipiélago de
atrocidades y brutalidades que constituían la base de La Inquisición y del tribunal de Santo Oficio. A pesar de eso no se
singularizaron por replicar a pie juntillas las crueldades que ocurrieron en el
centro mismo de la Corona de España.
En
La Inquisición en Santo Domingo, como en otros lugares de América, hubo de
todo, incluyendo sobornos para que no se aplicaran algunas ordenanzas. El
tesorero Miguel de Pasamonte y varios
dueños de grandes haciendas y comerciantes como Diego Caballero de la
Rosa y Alonso Hernández Melgarejo (sin ser romanos ni samnitas) eran candidatos seguros a cruzar por la horca
caudina de esa institución medieval.
Ellos
y otros, merced a sus cuantiosos recursos económicos, en conjunción con
habilidades vinculadas con la crematística de que habló Tales de Mileto, se
libraron de la furia de inquisidores como los gobernadores coloniales Alonso
Arias de Herrera y Alonso de Zuazo, este último también abogado canonista y
Oidor.
Carlos
Esteban Deive, en su obra Los Judíos en La Española, cita una nota del Archivo
General de Indias publicada en el 1906, en la cual se narra que en Santo
Domingo el referido comerciante Alonso Hernández Melgarejo, apresado por una
delación de un competidor suyo, obtuvo la ayuda de Rodrigo de Bastidas y del
jefe de cárcel Gamarra para lograr su súbita libertad sin ningún trámite ordinario,
pero sí “vestido de sotana, breviario en manos y asomado a la ventana de su
calabozo.”1
Es
oportuno señalar que Rodrigo de Bastidas nació en la ciudad de Santo Domingo, capital
dominicana. Fue el primer obispo y también gobernador de Venezuela, y fue el segundo prelado en empuñar el báculo
del Obispado de Puerto Rico.
Todo
indica que Hernández Melgarejo no tuvo la necesidad de hacer travesías por
escondites y socavones carcelarios. Aunque su prisión al parecer era una más
del rosario de injusticias, su liberación rocambolesca tenía algún nivel de cohecho.
Juicio a
Bernardo Santín
Un
caso de La Inquisición en Santo Domingo que causó sonoridad, y por tragicómico
no poca hilaridad en algunos, fue el del prominente comerciante español Bernardo
Santín, cuyo negocio de mercancías ultramarinas era de los más florecientes en
el entorno del barrio La Atarazana.
Santín
era un monarquista consumado, un católico de comunión frecuente y obediente
cumplidor de los tributos de rentas;
siempre dispuesto a colaborar con las instituciones públicas. Era lo que se
denomina un hombre del sistema, acoplado a los resortes del poder colonial.
Sin
embargo, una madrugada cualquiera su sueño fue interrumpido con un piquete de
personas quienes con voz aguardentosa retumbaban en la puerta principal de su
hogar situado en la calle del Caño, que luego fue bautizada como calle
Principal de Santa Bárbara, calle de El Comercio, etc. Desde hace ahora 99 años
es la famosa arteria cultural y turística Isabel La Católica.
Los
aludidos visitantes inoportunos eran alguaciles y amanuenses emisarios de La
Inquisición. Alegaban que había una grave denuncia contra el comerciante
Santín. En un pasquín llegado de Lisboa se le acusaba de sacrilegio.
Se
trataba de una falsedad creada por resentidos competidores suyos que se
combinaron con comerciantes exportadores sefardíes que operaban en Portugal,
lugar desde donde el día anterior había llegado un cargamento de mercancías
consignadas a la casa comercial de Santín.
En
la carcasa interior de unos originales que formaban parte de las referidas
mercancías portuguesas aparecieron unas imágenes de santos, lo cual se
consideró una acción de grave profanación.
Esa
era la trampa urdida para destruir los negocios y la vida del infortunado Santín,
quien fue a parar con sus huesos a la cárcel y luego procesado por el tribunal
del Santo Oficio que actuaba dentro de La Inquisición en el Santo Domingo
colonial.
A
Bernardo Santín se le abrió un proceso; pero en los documentos de archivos
referentes a La Inquisición de Santo Domingo nunca se ha encontrado una
sentencia condenatoria o absolutoria de ese caso.
Todo
indica que el juicio en cuestión se abrió sin las clásicas tres moniciones
previas (como en el lenguaje de La Inquisición se les llamaba a las audiencias
iniciales, con un “discurso de vida” incluido) cuyo objetivo era una especie de
ablandamiento del acusado para que confesara y así mezclar un supuesto examen
de conciencia con la potencial clemencia
de los inquisidores dejando en libertad condicional al reo.
Ante
la monstruosidad y el origen de la delación, la grotesca acusación
derivada, y en aplicación a favor de
Santín de lo que en la jerga inquisistorial se denominaba la abjuración de
levi, o carencia de indicios inculpatorios en su contra, el caso fue sobreseído
y el acusado fue puesto en libertad sin posteriores consecuencias para su
persona y sus negocios.
Ese
proceso judicial fue otra prueba de que aunque para la época dominaba una
tendencia a validar mitos de una cosmogonía particularmente creada en los
mandos de poder de catedrales y palacios reales españoles, algunos de los que
integraron La Inquisición de Santo Domingo tenían un sentido lógico de aspectos
en los que otros, en otros lugares, se mantenían sordos, ciegos y mudos.
El
Consejo de Indias decidió el 13 de junio de 1609 trasladar la sede de La
Inquisición de Santo Domingo hacia Cartagena de Indias, dentro del territorio
entonces llamado Nueva Granada, hoy Colombia. Esa disposición se materializó el
25 de febrero de 1610.
Como
se deduce por el caso del comerciante Santín, La Inquisición en Santo Domingo
no tuvo los ribetes extravagantes que
experimentó esa entidad en México, por sólo citar un caso. Prueba al
canto:
Un perro prieto
y un cuervo
Un
indicio más de hasta dónde estaba extendida la irracionalidad auspiciada por La
Inquisición fue el runrún esparcido en noviembre de 1571 en ciudad de México,
donde la población de todo el valle donde está enclavada fue informada de que
se iba a realizar un auto de fe, que de no cumplirse implicaría llevar a la
hoguera a unos infortunados seres. Eso provocó un terror colectivo y la
consecuente intensidad emocional como reacción instintiva.
Las
víctimas de la ocasión serían una mujer, un canino y un pájaro del grupo
conocido como córvidos.
Claramente
aquel acto de barbarie que incluiría a un cuervo o cacalote fue mucho antes de
que existieran Grip, el cuervo parlanchín del novelista inglés Charles Dickens,
o el más célebre de todos los cuervos literarios, el que el poeta
estadounidense Edgar Allan Poe, en un “gélido diciembre”, “al filo de una
lúgubre media noche”, puso con la potencia de su genio literario ante un
amargado y enlutado amante innominado en ruta hacia la locura, al cual llenó de
“fantástico terror” con su temible y repetido graznido “nevermore”(nunca más).
En
el libro Inquisición y Crímenes, publicado por primera vez a mediado del siglo
pasado, su autor Artemio de Valle Arizpe se refiere con detalles a lo indicado
en el párrafo precedente. Señala que en la referida ciudad hasta “…a un perro
prieto y un cuervo los iban a quemar vivos por haber servido a una desgreñada bruja, ¡malhaya!, para sus
secretas artes adivinatorias.”2
Cohabitación de
poderes
Es
de rigor recordar que muchas veces hubo en España una cohabitación de poderes,
como la que existió en tiempos de la reina Isabel la Católica y el Cardenal
Gonzalo (Francisco) Jiménez de Cisneros, el más influyente cardenal español,
sin letras pequeñas. Otras veces la influencia clerical era tangencial, pero
siempre efectiva.
La
Inquisición, el Santo Oficio y el consorcio de gente de todo pelaje con
influencia en esa etapa de la historia española fue en sí una erosión histórica,
desprovista de nimiedades, muy pocas veces vista en otros lugares del mundo.
Dicho
lo anterior, a pesar de que se sabe que los cronistas coloniales fueron parcos
al escribir sobre La Inquisición, sometiendo con su silencio o soslayamiento a las futuras generaciones a la dificultad
extra de transitar por un pasillo informativo en penumbras.
Sólo
hay sumarios judiciales desperdigados en diferentes archivos de ambos lados del
Océano Atlántico e informes ordinarios de burócratas de aquella tenebrosa
época.
Con
ese material, apiñado sin rigor metodológico, investigadores, historiadores y
cientistas sociales han ido formando cabezales explicativos que ayudan a
entender el comportamiento siniestro de personajes influyentes de España, Portugal,
Francia, Italia y otras potencias europeas, quienes mantuvieron bajo terror,
por un largo tiempo, a una parte del mundo.
La
Inquisición, específicamente la de España, tenía un repertorio de las denominadas
herejías, y la población estaba obligada a reconocerlas e informar al Santo
Oficio, so pena de excomunión y marginación social, tal y como bien recoge
Ricardo Escobar Quevedo en su libro Inquisición y Judaizantes en América
Española.
Quedó
comprobado documentalmente que se inducía a la población, tanto de Santo
Domingo como de las demás colonias de España en América, a observar si alguna
persona hacía acto de cumplimiento a la ley mosaica o de Moisés, honrando
algunos sábados con ropas limpias y mejoradas, usando manteles en las mesas y
sábanas limpias; desaguado la carne a comer, sacado la landrecilla de la pierna
del carnero, o degollado reses y aves
diciendo ciertas palabras rituales; tanteando con cuchillo la uña del animal para
probar si tenía alguna mella; cubriendo la sangre con tierra, etc.
Sobre
situaciones similares a la descrita más arriba se habla en varios libros que
versan sobre la etapa colonial de los pueblos ubicados desde el Río Bravo hasta
la Patagonia argentina, incluyendo las muchas islas adyacentes al territorio
continental. Uno de esos libros lo escribió el referido Ricardo Escobar Quevedo,
colombiano apasionado con el tema de La Inquisición.3
Eran siameses
La
Inquisición como tal y también el Santo Oficio, que en muchos aspectos eran
como siameses, tuvieron una existencia cargada de sombras. Su posteridad ha
sido un permanente cuestionamiento que aún perdura no sólo en el pensamiento de
los que han estudiado ambas instituciones sino en la historia misma del
accionar humano.
Para
entender las prácticas que en el Santo Domingo colonial tuvieron ambas
instituciones y así poder hacer las correspondientes inferencias, es necesario
tener al menos nociones de cómo operaban dichos cuerpos represivos, porque eso
eran, en otras partes del mundo.
Es importante decir que en ocasiones ambas se
acoplaban en forma mimética, como si fueran especies en clave depredadora.
Ese
ejercicio comparativo es un imperativo para la mejor interpretación de las
siniestras prácticas que sufrieron en sus cuerpos y bienes miles de personas.
Cuatro potencias
europeas del medioevo
Francia, Italia, Portugal y España, así
como sus respectivas colonias, fueron los principales escenarios donde la
crueldad fue revestida con un ropaje de falsa justicia. Aunque La Inquisición
también funcionó, con sus matices, en otros países de Europa.
Desde
la perspectiva funcionalista es oportuno hacer breves anotaciones que permitan
comparar y tener tan siquiera una idea vaga del funcionamiento de La
Inquisición y del Santo Oficio en algunos lugares del mundo.
En
Santo Domingo La Inquisición, como he indicado antes, tuvo sus matices con
relación a la matriz española. Ello dicho al margen de que ya entrado el siglo
XIX todavía en textos sustantivos de la legislación de España el Santo Domingo
español estaba considerado como parte inalienable de su territorio, tal y como
se indicaba en una célebre Carta Magna.
En
efecto, en el artículo 10 de la Constitución de Cádiz del 1812, en el fragmento
descriptivo del territorio de las Españas, se hace expresa referencia a “la
parte española de la isla de Santo Domingo.”
No
obstante que se le consideró una Ley Sustantiva de avance para la época, el artículo
12 de dicho texto rezaba así: “La religión de la Nación es y será perpetuamente
católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes
sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.”4
Dicha
Ley Fundamental, de efímera vida por la convulsión política que entonces
imperaba en España, se le conoció popularmente como La Pepa, por haberse
promulgado un 19 de marzo, día dedicado por el santoral católico a San José.
En
la España absolutista La Inquisición comenzó sus tétricas labores formalmente
en el 1478 y fue abolida por las Cortes de Cádiz en el 1812, aunque siguió
operando hasta el 15 de julio de 1834.
Las
referidas cortes gaditanas estaban conformadas bajo las pautas trazadas por los
artículos 27 y siguientes de la Ley de Leyes mencionada.
Un rey sobornado
En
el caso de España hay pruebas más que indiciarias de que hasta el mismísimo rey
Felipe III fue sobornado en el año1601. Algunos con gran poder económico y
ascendencia política lograron que ese monarca se hiciera de la vista gorda e
impidiera que en varios casos puntuales actuara La Inquisición.
Dicho
rey no vetó procesos judiciales de La Inquisición por asuntos de escrúpulos
morales, ni por piedad ni por convicción sobre la inocencia de personas, sino
por puro lucro particular, tal y como lo documentó una autoridad en materia de
historia de la Iglesia en la Edad Media, el laborioso investigador
estadounidense Henry Charles Lea, en el tomo III de su monumental obra Historia
de la Inquisición en España.5
En
Francia La Inquisición surgió en el 1184, en la comuna Languedoc, en la zona
sur, entre Toulouse y Montpellier.
En
Portugal, la tierra del fado, ese mecanismo de terror funcionó desde el 1536 hasta el 1821. Hubo más de dos mil muertos, torturas, penalidades
diversas a más de 30 mil acusados y miles de propiedades confiscadas.
Papas en La
Inquisición italiana
Italia,
también conocida como la bota del Adriático, tuvo su Inquisición en los hechos
desde tiempos remotos; pero ese organismo de múltiple accionar, con los
detalles que se conocen en el hilo de la historia, fue fundado
institucionalmente allí para perseguir el protestantismo. Su claustro materno
fue la bula Licet ab Initio, promulgada el 21 de julio de 1542.
Su
fundador fue el Papa Paulo III, a quien historiadores y reconocidos
vaticanistas han descrito como amante del lujo y proclive al nepotismo. A pesar
de ello, y para salvar la verdad, hay que indicar que su papado tuvo sombras y
también luces.
Posteriormente
La Inquisición italiana fue dotada de mayor vigor por el Papa Paulo IV, en el año
1555, quien le agregó como parte de su competencia cualquier tema moral, además
de los asuntos de herejía y actividades vinculadas con potenciales actividades
cismáticas.
Se
impone reiterar que en las colonias y posesiones de ultramar de los mencionados
países también se aplicaron las prácticas inquisidoras, tal y como ha sido
recogido por la historia.
Esa
verdad inocultable fue explicada, por ejemplo, con su conocida brevilocuencia, por el intelectual francés Charles Amiel,
autor de varias textos de gran calado conceptual, entre ellos el titulado Criptojudaísmo
e Inquisición.
Casos
impactantes
Los
anales registran que la última sentencia de ejecución dictada por La
Inquisición en España fue el 24 de agosto de 1781.
La
víctima de esa postrera decisión fue una mujer andaluza, que era religiosa del
credo católico, ciega, miembro de una familia integrada también por un sacerdote
y una monja. Su nombre era María de los Dolores López.
El
dicho tribunal que dictó la que sería la última sentencia de muerte dispuesta
por La Inquisición en España operaba en Sevilla, aunque entidades judiciales
similares disfrazadas con otros nombres siguieron ahorcando y quemando personas
básicamente por asuntos de creencias religiosas.
Los
inquisidores emitieron una sentencia de 160 páginas para matar y quemar a la referida señora María de los Dolores López. Sus
cenizas fueron lanzadas a las aguas del río Guadalquivir, a su paso por
Sevilla, tal vez desde algún punto del barrio Triana.
En
la historia de La Inquisición en
Francia se observa que la misma tuvo también particularidades insólitas. Tal
vez por ello influyó en la visión que sobre determinados comportamientos de
seres humanos con mandos de poder tuvieron personajes europeos de tanto
prestigio como el filósofo y militar Francois La Rochefoucauld; el gran
cronista y moralista Jean de La Bruyére; el filósofo Arthur Schopenhauer y el
filólogo y poeta Friedrich Nietzche, por solo mencionar algunos.
Incursionando
en las añejas jurisprudencias francesas se encuentra uno con cosas tan
estrafalarias como la ocurrida en la comuna francesa de Falaise, en la Baja
Normandía, la tierra donde nació el célebre Guillermo El Conquistador.
En Francia La
Inquisición sentenció una cerda
En
Francia, en el año 1386, se acusó a una marrana (que no era ni cátara ni
albigense) de quitarle la vida a dentelladas a un niño del lugar. El caso fue
conocido en un tribunal de La Inquisición, como si la trágica cerda fuera un
ser humano, con capacidad de raciocinio.
A
la puerca en cuestión le pusieron ropa y calzado. Durante 9 días fue sometida a
un intenso interrogatorio, con una tanda de torturas y vejaciones. No hubo
confección de la acusada. Fue condenada a muerte. Su cuerpo ya hecho cadáver
fue quemado en la plaza pública, para un supuesto escarmiento colectivo.
Juicio a Galileo
Galilei
En
Italia hubo un caso muy conocido y dramático. Fue el juicio que se le hizo al
astrónomo y filósofo italiano Galileo Galilei. Fue enjuiciado porque sostenía
que el centro del Universo era el Sol y no la Tierra. Se trataba de la famosa
teoría heliocéntrica, en contraposición con la visión de los inquisidores y sus
valedores que planteaban la llamada teoría geocéntrica.
La
sentencia condenatoria se produjo el 21 de junio de 1633.Los jueces
inquisidores estaban encabezados por el cardenal Roberto Belarmino.
Galileo
fue condenado a prisión perpetua y se le obligó a renegar de sus ideas pero, según
algunos, entre ellos el escritor turinés Giuseppe Baretti, cuando el sabio
toscano nacido en Pisa se retiraba cabizbajo llegó a decir la célebre frase
“eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve).
En
el transcurso de los siglos siguientes hubo expresiones de reconocimiento de
que la verdad estaba del lado de Galileo, pero no fue sino 359 años, 4 meses y
9 días después de aquella infame sentencia del Santo Oficio cuando el Papa Juan
Pablo II lo reivindicó, al finalizar octubre de 1992.Aunque matizó su decisión
indicando que la susodicha sentencia fue
un malentendido entre fe y ciencia.
Bibliografía:
1-Los
judíos en La Española. Ciencia y Sociedad. Volumen XVII,
No.3.Julio-Sept.1992.Pp309-324.Carlos Esteban Deive.
2-Inquisición
y Crímenes. Editorial Maxtor,2016.Valladolid, España. P35.Artemio de Valle Arizpe.
3-Inquisición
y judaizantes en América Española (siglos XVI-XVII).Editorial Universidad del
Rosario, Bogotá. Primera edición 2008.P102. Ricardo Escobar Quevedo.
4-
Constitución de Cádiz del 1812, artículo 12.
5-Historia
de la Inquisición en España, publicada en el 1906. Henry Charles Lea.
Publicado
el 25-abril-2020
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