lunes, 27 de abril de 2020

LA INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO ( Y 2)


LA INQUISICIÓN EN SANTO DOMINGO (Y 2)
Publicado el 25-abril-2020
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La Inquisición en Santo Domingo fue una realidad que existió bajo el amplio paraguas de injusticias que caracterizó en sentido general a esa institución revestida de una dudosa legalidad.
La existencia de La Inquisición y del Santo Oficio estaba afincada en alegatos que luego fueron repudiados tanto por la iglesia católica como por muchos descendientes de reyes y reinas que participaron en su creación o ayudaron a que echaran raíces en varios lugares del mundo.  
Los inquisidores que operaron en Santo Domingo y en otros lugares de América respondían a funcionarios y validos que formaban parte de las dinastías reinantes en España.
Sujetos como ellos, que se movían entre cortinajes, alfombras afelpadas y butacones de palacios reales eran a quienes los griegos llamaban con cierta picardía Basilikos. Tuvieron gran influencia con varios monarcas, así como ante cardenales y obispos con predominio de poder.
En ese orden de ideas hay que decir que los jueces inquisidores de Santo Domingo (seglares, sacerdotes o religiosos) no eran islas sueltas en el archipiélago de atrocidades y brutalidades que constituían la base de La Inquisición y del  tribunal de Santo Oficio. A pesar de eso no se singularizaron por replicar a pie juntillas las crueldades que ocurrieron en el centro mismo de la Corona de España.
En La Inquisición en Santo Domingo, como en otros lugares de América, hubo de todo, incluyendo sobornos para que no se aplicaran algunas ordenanzas. El tesorero Miguel de Pasamonte y varios  dueños de grandes haciendas y comerciantes como Diego Caballero de la Rosa y Alonso Hernández Melgarejo (sin ser romanos ni samnitas)  eran candidatos seguros a cruzar por la horca caudina de esa institución medieval.
Ellos y otros, merced a sus cuantiosos recursos económicos, en conjunción con habilidades vinculadas con la crematística de que habló Tales de Mileto, se libraron de la furia de inquisidores como los gobernadores coloniales Alonso Arias de Herrera y Alonso de Zuazo, este último también abogado canonista y Oidor.
Carlos Esteban Deive, en su obra Los Judíos en La Española, cita una nota del Archivo General de Indias publicada en el 1906, en la cual se narra que en Santo Domingo el referido comerciante Alonso Hernández Melgarejo, apresado por una delación de un competidor suyo, obtuvo la ayuda de Rodrigo de Bastidas y del jefe de cárcel Gamarra para lograr su súbita libertad sin ningún trámite ordinario, pero sí “vestido de sotana, breviario en manos y asomado a la ventana de su calabozo.”1
Es oportuno señalar que Rodrigo de Bastidas nació en la ciudad de Santo Domingo, capital dominicana. Fue el primer obispo y también gobernador de Venezuela,  y fue el segundo prelado en empuñar el báculo del Obispado de Puerto Rico.
Todo indica que Hernández Melgarejo no tuvo la necesidad de hacer travesías por escondites y socavones carcelarios. Aunque su prisión al parecer era una más del rosario de injusticias, su liberación rocambolesca tenía  algún nivel de cohecho.
Juicio a Bernardo Santín

Un caso de La Inquisición en Santo Domingo que causó sonoridad, y por tragicómico no poca hilaridad en algunos, fue el del prominente comerciante español Bernardo Santín, cuyo negocio de mercancías ultramarinas era de los más florecientes en el entorno del barrio La Atarazana.
Santín era un monarquista consumado, un católico de comunión frecuente y obediente cumplidor de los tributos  de rentas; siempre dispuesto a colaborar con las instituciones públicas. Era lo que se denomina un hombre del sistema, acoplado a los resortes del poder colonial.
Sin embargo, una madrugada cualquiera su sueño fue interrumpido con un piquete de personas quienes con voz aguardentosa retumbaban en la puerta principal de su hogar situado en la calle del Caño, que luego fue bautizada como calle Principal de Santa Bárbara, calle de El Comercio, etc. Desde hace ahora 99 años es la famosa arteria cultural y turística Isabel La Católica.
Los aludidos visitantes inoportunos eran alguaciles y amanuenses emisarios de La Inquisición. Alegaban que había una grave denuncia contra el comerciante Santín. En un pasquín llegado de Lisboa se le acusaba de sacrilegio.
Se trataba de una falsedad creada por resentidos competidores suyos que se combinaron con comerciantes exportadores sefardíes que operaban en Portugal, lugar desde donde el día anterior había llegado un cargamento de mercancías consignadas a la casa comercial de Santín.
En la carcasa interior de unos originales que formaban parte de las referidas mercancías portuguesas aparecieron unas imágenes de santos, lo cual se consideró una acción de grave profanación.
Esa era la trampa urdida para destruir los negocios y la vida del infortunado Santín, quien fue a parar con sus huesos a la cárcel y luego procesado por el tribunal del Santo Oficio que actuaba dentro de La Inquisición en el Santo Domingo colonial.
A Bernardo Santín se le abrió un proceso; pero en los documentos de archivos referentes a La Inquisición de Santo Domingo nunca se ha encontrado una sentencia condenatoria o absolutoria de ese caso.
Todo indica que el juicio en cuestión se abrió sin las clásicas tres moniciones previas (como en el lenguaje de La Inquisición se les llamaba a las audiencias iniciales, con un “discurso de vida” incluido) cuyo objetivo era una especie de ablandamiento del acusado para que confesara y así mezclar un supuesto examen de conciencia con la  potencial clemencia de los inquisidores dejando en libertad condicional al reo.
Ante la monstruosidad y el origen de la delación, la grotesca acusación derivada,  y en aplicación a favor de Santín de lo que en la jerga inquisistorial se denominaba la abjuración de levi, o carencia de indicios inculpatorios en su contra, el caso fue sobreseído y el acusado fue puesto en libertad sin posteriores consecuencias para su persona y sus negocios.
Ese proceso judicial fue otra prueba de que aunque para la época dominaba una tendencia a validar mitos de una cosmogonía particularmente creada en los mandos de poder de catedrales y palacios reales españoles, algunos de los que integraron La Inquisición de Santo Domingo tenían un sentido lógico de aspectos en los que otros, en otros lugares, se mantenían sordos, ciegos y mudos.
El Consejo de Indias decidió el 13 de junio de 1609 trasladar la sede de La Inquisición de Santo Domingo hacia Cartagena de Indias, dentro del territorio entonces llamado Nueva Granada, hoy Colombia. Esa disposición se materializó el 25 de febrero de 1610.
Como se deduce por el caso del comerciante Santín, La Inquisición en Santo Domingo no tuvo los ribetes extravagantes que  experimentó esa entidad en México, por sólo citar un caso. Prueba al canto:

Un perro prieto y un cuervo

Un indicio más de hasta dónde estaba extendida la irracionalidad auspiciada por La Inquisición fue el runrún esparcido en noviembre de 1571 en ciudad de México, donde la población de todo el valle donde está enclavada fue informada de que se iba a realizar un auto de fe, que de no cumplirse implicaría llevar a la hoguera a unos infortunados seres. Eso provocó un terror colectivo y la consecuente intensidad emocional como reacción instintiva.
Las víctimas de la ocasión serían una mujer, un canino y un pájaro del grupo conocido como córvidos.
Claramente aquel acto de barbarie que incluiría a un cuervo o cacalote fue mucho antes de que existieran Grip, el cuervo parlanchín del novelista inglés Charles Dickens, o el más célebre de todos los cuervos literarios, el que el poeta estadounidense Edgar Allan Poe, en un “gélido diciembre”, “al filo de una lúgubre media noche”, puso con la potencia de su genio literario ante un amargado y enlutado amante innominado en ruta hacia la locura, al cual llenó de “fantástico terror” con su temible y repetido graznido “nevermore”(nunca más).
En el libro Inquisición y Crímenes, publicado por primera vez a mediado del siglo pasado, su autor Artemio de Valle Arizpe se refiere con detalles a lo indicado en el párrafo precedente. Señala que en la referida ciudad hasta “…a un perro prieto y un cuervo los iban a quemar vivos por haber servido a una  desgreñada bruja, ¡malhaya!, para sus secretas artes adivinatorias.”2

Cohabitación de poderes

Es de rigor recordar que muchas veces hubo en España una cohabitación de poderes, como la que existió en tiempos de la reina Isabel la Católica y el Cardenal Gonzalo (Francisco) Jiménez de Cisneros, el más influyente cardenal español, sin letras pequeñas. Otras veces la influencia clerical era tangencial, pero siempre efectiva.
La Inquisición, el Santo Oficio y el consorcio de gente de todo pelaje con influencia en esa etapa de la historia española fue en sí una erosión histórica, desprovista de nimiedades, muy pocas veces vista en otros lugares del mundo.
Dicho lo anterior, a pesar de que se sabe que los cronistas coloniales fueron parcos al escribir sobre La Inquisición, sometiendo con su silencio o soslayamiento  a las futuras generaciones a la dificultad extra de transitar por un pasillo informativo en penumbras.
Sólo hay sumarios judiciales desperdigados en diferentes archivos de ambos lados del Océano Atlántico e informes ordinarios de burócratas de aquella tenebrosa época.
Con ese material, apiñado sin rigor metodológico, investigadores, historiadores y cientistas sociales han ido formando cabezales explicativos que ayudan a entender el comportamiento siniestro de personajes influyentes de España, Portugal, Francia, Italia y otras potencias europeas, quienes mantuvieron bajo terror, por un largo tiempo, a una parte del mundo.
La Inquisición, específicamente la de España, tenía un repertorio de las denominadas herejías, y la población estaba obligada a reconocerlas e informar al Santo Oficio, so pena de excomunión y marginación social, tal y como bien recoge Ricardo Escobar Quevedo en su libro Inquisición y Judaizantes en América Española.
Quedó comprobado documentalmente que se inducía a la población, tanto de Santo Domingo como de las demás colonias de España en América, a observar si alguna persona hacía acto de cumplimiento a la ley mosaica o de Moisés, honrando algunos sábados con ropas limpias y mejoradas, usando manteles en las mesas y sábanas limpias; desaguado la carne a comer, sacado la landrecilla de la pierna del carnero, o degollado reses y  aves diciendo ciertas palabras rituales; tanteando con cuchillo la uña del animal para probar si tenía alguna mella; cubriendo la sangre con tierra, etc.
Sobre situaciones similares a la descrita más arriba se habla en varios libros que versan sobre la etapa colonial de los pueblos ubicados desde el Río Bravo hasta la Patagonia argentina, incluyendo las muchas islas adyacentes al territorio continental. Uno de esos libros lo escribió el referido Ricardo Escobar Quevedo, colombiano apasionado con el tema de La Inquisición.3
  
                                             Eran siameses

La Inquisición como tal y también el Santo Oficio, que en muchos aspectos eran como siameses, tuvieron una existencia cargada de sombras. Su posteridad ha sido un permanente cuestionamiento que aún perdura no sólo en el pensamiento de los que han estudiado ambas instituciones sino en la historia misma del accionar humano.
Para entender las prácticas que en el Santo Domingo colonial tuvieron ambas instituciones y así poder hacer las correspondientes inferencias, es necesario tener al menos nociones de cómo operaban dichos cuerpos represivos, porque eso eran, en otras partes del mundo.
 Es importante decir que en ocasiones ambas se acoplaban en forma mimética, como si fueran especies en clave depredadora.
Ese ejercicio comparativo es un imperativo para la mejor interpretación de las siniestras prácticas que sufrieron en sus cuerpos y bienes miles de personas.

Cuatro potencias europeas del medioevo

 Francia, Italia, Portugal y España, así como sus respectivas colonias, fueron los principales escenarios donde la crueldad fue revestida con un ropaje de falsa justicia. Aunque La Inquisición también funcionó, con sus matices, en otros países de Europa.
Desde la perspectiva funcionalista es oportuno hacer breves anotaciones que permitan comparar y tener tan siquiera una idea vaga del funcionamiento de La Inquisición y del Santo Oficio en algunos lugares del mundo.
En Santo Domingo La Inquisición, como he indicado antes, tuvo sus matices con relación a la matriz española. Ello dicho al margen de que ya entrado el siglo XIX todavía en textos sustantivos de la legislación de España el Santo Domingo español estaba considerado como parte inalienable de su territorio, tal y como se indicaba en una célebre Carta Magna.
En efecto, en el artículo 10 de la Constitución de Cádiz del 1812, en el fragmento descriptivo del territorio de las Españas, se hace expresa referencia a “la parte española de la isla de Santo Domingo.”
No obstante que se le consideró una Ley Sustantiva de avance para la época, el artículo 12 de dicho texto rezaba así: “La religión de la Nación es y será perpetuamente católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.”4
Dicha Ley Fundamental, de efímera vida por la convulsión política que entonces imperaba en España, se le conoció popularmente como La Pepa, por haberse promulgado un 19 de marzo, día dedicado por el santoral católico a San José.
En la España absolutista La Inquisición comenzó sus tétricas labores formalmente en el 1478 y fue abolida por las Cortes de Cádiz en el 1812, aunque siguió operando hasta el 15 de julio de 1834.
Las referidas cortes gaditanas estaban conformadas bajo las pautas trazadas por los artículos 27 y siguientes de la Ley de Leyes mencionada.

Un rey sobornado

En el caso de España hay pruebas más que indiciarias de que hasta el mismísimo rey Felipe III fue sobornado en el año1601. Algunos con gran poder económico y ascendencia política lograron que ese monarca se hiciera de la vista gorda e impidiera que en varios casos puntuales actuara La Inquisición.
Dicho rey no vetó procesos judiciales de La Inquisición por asuntos de escrúpulos morales, ni por piedad ni por convicción sobre la inocencia de personas, sino por puro lucro particular, tal y como lo documentó una autoridad en materia de historia de la Iglesia en la Edad Media, el laborioso investigador estadounidense Henry Charles Lea, en el tomo III de su monumental obra Historia de la Inquisición en España.5
En Francia La Inquisición surgió en el 1184, en la comuna Languedoc, en la zona sur, entre Toulouse y Montpellier.
En Portugal, la tierra del fado, ese mecanismo de terror funcionó desde el 1536 hasta el 1821. Hubo  más de dos mil muertos, torturas, penalidades diversas a más de 30 mil acusados y miles de propiedades confiscadas.
Papas en La Inquisición italiana

Italia, también conocida como la bota del Adriático, tuvo su Inquisición en los hechos desde tiempos remotos; pero ese organismo de múltiple accionar, con los detalles que se conocen en el hilo de la historia, fue fundado institucionalmente allí para perseguir el protestantismo. Su claustro materno fue la bula Licet ab Initio, promulgada el 21 de julio de 1542.
Su fundador fue el Papa Paulo III, a quien historiadores y reconocidos vaticanistas han descrito como amante del lujo y proclive al nepotismo. A pesar de ello, y para salvar la verdad, hay que indicar que su papado tuvo sombras y también luces.
Posteriormente La Inquisición italiana fue dotada de mayor vigor por el Papa Paulo IV, en el año 1555, quien le agregó como parte de su competencia cualquier tema moral, además de los asuntos de herejía y actividades vinculadas con potenciales actividades cismáticas.
Se impone reiterar que en las colonias y posesiones de ultramar de los mencionados países también se aplicaron las prácticas inquisidoras, tal y como ha sido recogido por la historia.
Esa verdad inocultable fue explicada, por ejemplo, con su conocida brevilocuencia,  por el intelectual francés Charles Amiel, autor de varias textos de gran calado conceptual, entre ellos el titulado Criptojudaísmo e Inquisición.
Casos impactantes

Los anales registran que la última sentencia de ejecución dictada por La Inquisición en España fue el 24 de agosto de 1781.
La víctima de esa postrera decisión fue una mujer andaluza, que era religiosa del credo católico, ciega, miembro de una familia integrada también por un sacerdote y una monja. Su nombre era María de los Dolores López.
El dicho tribunal que dictó la que sería la última sentencia de muerte dispuesta por La Inquisición en España operaba en Sevilla, aunque entidades judiciales similares disfrazadas con otros nombres siguieron ahorcando y quemando personas básicamente por asuntos de creencias religiosas.
Los inquisidores emitieron una sentencia de 160 páginas para matar y quemar a la  referida señora María de los Dolores López. Sus cenizas fueron lanzadas a las aguas del río Guadalquivir, a su paso por Sevilla, tal vez desde algún punto del barrio Triana.
En la historia de La Inquisición en Francia se observa que la misma tuvo también particularidades insólitas. Tal vez por ello influyó en la visión que sobre determinados comportamientos de seres humanos con mandos de poder tuvieron personajes europeos de tanto prestigio como el filósofo y militar Francois La Rochefoucauld; el gran cronista y moralista Jean de La Bruyére; el filósofo Arthur Schopenhauer y el filólogo y poeta Friedrich Nietzche, por solo mencionar algunos.
Incursionando en las añejas jurisprudencias francesas se encuentra uno con cosas tan estrafalarias como la ocurrida en la comuna francesa de Falaise, en la Baja Normandía, la tierra donde nació el célebre Guillermo El Conquistador.

En Francia La Inquisición sentenció una cerda

En Francia, en el año 1386, se acusó a una marrana (que no era ni cátara ni albigense) de quitarle la vida a dentelladas a un niño del lugar. El caso fue conocido en un tribunal de La Inquisición, como si la trágica cerda fuera un ser humano, con capacidad de raciocinio.
A la puerca en cuestión le pusieron ropa y calzado. Durante 9 días fue sometida a un intenso interrogatorio, con una tanda de torturas y vejaciones. No hubo confección de la acusada. Fue condenada a muerte. Su cuerpo ya hecho cadáver fue quemado en la plaza pública, para un supuesto escarmiento colectivo.
Juicio a Galileo Galilei

En Italia hubo un caso muy conocido y dramático. Fue el juicio que se le hizo al astrónomo y filósofo italiano Galileo Galilei. Fue enjuiciado porque sostenía que el centro del Universo era el Sol y no la Tierra. Se trataba de la famosa teoría heliocéntrica, en contraposición con la visión de los inquisidores y sus valedores que planteaban la llamada teoría geocéntrica.
La sentencia condenatoria se produjo el 21 de junio de 1633.Los jueces inquisidores estaban encabezados por el cardenal Roberto Belarmino.
Galileo fue condenado a prisión perpetua y se le obligó a renegar de sus ideas pero, según algunos, entre ellos el escritor turinés Giuseppe Baretti, cuando el sabio toscano nacido en Pisa se retiraba cabizbajo llegó a decir la célebre frase “eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve).
En el transcurso de los siglos siguientes hubo expresiones de reconocimiento de que la verdad estaba del lado de Galileo, pero no fue sino 359 años, 4 meses y 9 días después de aquella infame sentencia del Santo Oficio cuando el Papa Juan Pablo II lo reivindicó, al finalizar octubre de 1992.Aunque matizó su decisión indicando que  la susodicha sentencia fue un malentendido entre fe y ciencia.

Bibliografía:
1-Los judíos en La Española. Ciencia y Sociedad. Volumen XVII, No.3.Julio-Sept.1992.Pp309-324.Carlos Esteban Deive.
2-Inquisición y Crímenes. Editorial Maxtor,2016.Valladolid, España. P35.Artemio de Valle Arizpe.
3-Inquisición y judaizantes en América Española (siglos XVI-XVII).Editorial Universidad del Rosario, Bogotá. Primera edición 2008.P102. Ricardo Escobar Quevedo.
4- Constitución de Cádiz del 1812, artículo 12.
5-Historia de la Inquisición en España, publicada en el 1906. Henry Charles Lea.
Publicado el 25-abril-2020





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