SEMANA SANTA ATÍPICA
POR TEÓFILO LAPPOT
ROBLES
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Esta Semana Santa es atípica por
múltiples razones, todas centradas en una enfermedad denominada por la
Organización Mundial de la Salud con el nombre de La Covid-19, más conocida como
coronavirus.
Este introito es necesario porque los
expertos en medicina señalan que se trata de un repelente virus que los científicos no han
podido descodificar para crear una vacuna en su contra.
Al día de hoy no hay un remedio,
farmacológico o no, capaz de domeñarlo, aunque sí se conocen los detalles de su
forma de atacar.
Médicos y otros expertos sanitarios
insisten en decir que la manera más efectiva de combatir el nuevo mal que
mantiene bajo terror al mundo es mediante el distanciamiento de las personas y
rigurosas prácticas de higiene personal.
Algunos gobernantes, sin embargo, han
dado bandazos negando la realidad, en consonancia con su reconocida incapacidad
para salirse del guion de sus mentiras redomadas.
Hay un mar de especulaciones, muchas
estrafalarias, sobre el supuesto origen del coronavirus. Un bombardeo
informativo con verborrea desquiciante aumenta la tensión en una población
mundial anonadada por el brusco cambio de su cotidianidad.
Pero lo cierto es que la pandemia del
coronavirus ya ha provocado decenas de miles de muertos y hay más de un millón
de personas atacadas por sus fauces devoradoras, con proyecciones aterradoras
de ampliar el número de víctimas hasta cifras escalofriantes.
Esta inesperada y nueva enfermedad,
cuyo mortífero y rápido avance ya cubre el mundo en sus diversos rincones, ha
sido el más devastador ataque sufrido por el llamado mundo moderno, pues las
guerras mundiales tuvieron un radio de acción en Europa, algunos países de Asia
y una parte del Magreb, en el Norte de África, pero este enemigo esquivo corre
a velocidad de crucero y la humanidad no ha podido neutralizarlo.
Informaciones emitidas por la OMS
indican que sólo algunas pequeñas islas de Polinesia, Micronesia, Oceanía y el
Pacífico, así como dos países de Asia Central y un enclave en África del Sur,
no han registrado bajas por la pandemia referida (Tonga, Samoa, Tuvalu,
Kiribati, Vanuatu, Palaos, Comoras, Islas Marshall, Lesoto, Turkmenistán,
Tayikistán).
Hoy la locomotora económica del mundo
está paralizada, con sus múltiples vagones en posición de descanso, hasta que
los científicos y los heroicos médicos y todo el personal sanitario, con la
ayuda del Soplo de lo Alto, logren
doblegar al coronavirus.
Es en esa calamitosa situación que ha
llegado este año para los cristianos la Semana Mayor o Semana Santa, que dentro
de la Cuaresma comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Resurrección.
Se trata del período más intenso de la
historia de Jesús de Nazaret, con su pasión, muerte y resurrección, hechos
ocurridos en el valle de Cedrón, que es donde se ubican geográficamente el
monte de los Olivos, el huerto de Getsemaní y el cerro Gólgota.
Jesucristo, sin quizás, es la figura
más apasionante de la humanidad, especialmente para los creyentes cristianos,
pero también de gran interés y curiosidad reflexiva para aquellos que no lo son.
El Rabí de Galilea incluso ha sido
centro de juicios de valor para muchos ateos y agnósticos, básicamente para aquellos
de éstos que han profundizado en meditaciones filosóficas y teológicas, aunque
no lleguen a coincidir con Pablo de Tarso, en aquella aguda reflexión suya:
“para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas, y nosotros somos para él…”1-a
Pongo como ejemplo de lo anterior al
filósofo e historiador escocés David Hume quien en su obra Ensayos Políticos, y
en otros textos suyos, al establecer que el politeísmo “fue la primera religión
de los seres humanos”, nunca planteó con desdén la connotación que en la mente
de millones de seres humanos ha tenido la esplendente personalidad de
Jesucristo.
Coincidiendo así el ilustre escocés con
lo que 18 siglos atrás había analizado y difundido el filósofo judaico Filón de
Alejandría, quien desglosó con gran rigor el politeísmo. Aunque él era de
religión judía fue asimilado como propio por el cristianismo entonces
incipiente.
No tocaré ahora lo que dijo sobre temas
vinculados a lo precedente Karl Popper, el famoso filósofo austriaco, al
abordar sobre las vertientes espirituales del ser humano, que él analizó en el
plano de la ontología y en la escala de lo que es trascendente, con sus razonamientos
siempre profundos, singularmente en su libro La Lógica de la investigación
científica.
Este año los rituales de Semana Santa han
sido modificados. Lo que se conoce como el Triduo Pascual no se desarrollará
como es habitual. Curas y monaguillos están celebrando misas virtuales, con los
recursos de la cibernética, y los
feligreses más devotos participan desde
sus hogares, frente a la pantalla del televisor.
Por mantener vigencia en su contenido
me permito reproducir un artículo de mi autoría que vio la luz en este
periódico, en abril del año pasado:
El período de siete días, que abarca
desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, llamado por
millones de personas como la Semana Mayor, tiene una importancia extraordinaria
en la creencia religiosa de la humanidad.
Marcos, el sabio primer obispo de
Alejandría, describió con singular maestría la Pasión de Cristo, cuando en
Getsemaní les dijo a sus discípulos con una premonición perfecta: "Siento
en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos."1-b
La pasión de Cristo, con su infinita
estela de reverencia por el torturante sacrificio que padeció, es el punto
central de la Cuaresma y la esencia más que granítica de la Semana Santa.
Se trata del universo fascinante del
alma, con sus clásicos enemigos que la filosofía del Cristianismo centró desde
los tiempos más remotos en el demonio, la carne y el mundo.
Varios teólogos y canonistas de
formación ascética (aferrados a pie juntillas a los textos del misal y del
breviario, que ellos consideraban taxativos, así como a la simbología
inalterable del pontifical y el ritual) plantearon hace siglos, y algunos los
proyectan al presente, que en el campo espiritual el concepto mundo se combate
obliterando "pompas y vanidades"; al demonio se le frena "con
oración y humildad"; pero el tema de la carne, que digo aquí es como un
caballo de gran alzada y encabritado, sólo se frena "con disciplinas,
ayunos y mortificaciones."
Muchos creen que la fidelidad al
mensaje de Cristo se limita al "mobiliario litúrgico: púlpito,
confesionario, alcancías o cepillos petitorios, estatuas, imágenes..."2
La realidad cristológica es que la
figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se conmemoran con mayor énfasis
en estos días es más que lo referido en el párrafo anterior.
Por eso se puede decir que para
creyentes cristianos: católicos, coptos, ortodoxos, anglicanos y algunas
denominaciones protestantes como los adventistas y pentecostales, la Cuaresma y
la Semana Santa tienen un significado especial, con un impacto social que ha
logrado sobrepasar la hoja marchita del tiempo con sus inexorables cambios.
En el ámbito
del catolicismo se tiene como inicio institucional de la celebración de ese
tiempo particular que es la Cuaresma el año 314, fecha en que se celebró el
Concilio de Arlés, en la francesa región de Provenza.
Las primeras normas para los rituales
cuaresmales surgieron, empero, en el Concilio de Nicea, en el año 325, en medio
de los restos de las civilizaciones de los hititas y los cimerios, en la
Turquía entonces bajo el Imperio Romano.
Aunque al compás de la evolución social
se han producido ciertos cambios entre los católicos, lo cierto es que los
inmovilistas han logrado una especie de quietismo místico, con posturas teológicas
ancladas en etapas preconciliares del catolicismo.
Lo anterior se comprueba al observar
que las principales ceremonias, y la parte más notoria de la simbología de la
Cuaresma y de la Semana Santa, a lo interno de las iglesias, se han conservado sin
cambios significativos, comenzando por el ritual de la colocación de la ceniza
en la frente. Esto último se interpreta como una reminiscencia del Génesis:
"Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás."3
Teólogos tan famosos como Rhaner,
Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano están en
consonancia al plantear que el miércoles de ceniza es la entrada a la liturgia
de la Cuaresma.
En esa misma línea, aunque con notables
gradaciones, el filósofo católico Jacques Maritain, en su famoso discurso sobre
"Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz", y en otros
ensayos suyos, al abordar parcialmente el tema del ritualismo religioso se
acoraba en el realismo de Santo Tomás de Aquino para proclamar "esa
misteriosa fuente de la juventud que es la verdad."
Los Heraldos del Evangelio, creados en
el seno de la iglesia católica bajo la sabia y consagrada inspiración de
monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, sostienen que la Cuaresma se define como
una época de "cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita
a rechazar las seducciones del mundo..."4
Otra cosa muy diferente a lo anterior es lo que
ocurre fuera de los templos, donde los pueblos, incluyendo los creyentes
cristianos de cualquier lugar del mundo, han ido variando la ortodoxia o al
menos la antigua forma de vivir la Cuaresma y la Semana Mayor.
En algunos casos hasta se ha diluido el
hecho histórico único en el que el hijo de Dios, por claro designio superior,
se despojó de su rango con categoría divina y permitió su crucifixión en el
Gólgota.
Ello dicho al margen de que el
evangelista sinóptico Marcos atribuye a Jesús ordenar, desde la falda del monte
de los Olivos, la toma del burro en cuyo lomo entró a Jerusalén, y para eso usó
para sí el título de Señor, que para entonces se reservaba al emperador.
"Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo
necesita..."5
La evolución de las costumbres no
significa que todo está perdido en ese aspecto de la vida pía, pues hasta un
declarado agnóstico como Mario Vargas Llosa sostiene que "en la era
posmoderna la religión no está muerta y enterrada ni ha pasado al desván de las
cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad."6
La Cuaresma es el período en el cual se
recuerdan los 40 días que tuvo Jesús en el desierto de Judea, en un formidable
ejercicio personal para probar su fe.
Algunos investigadores de diferentes
disciplinas, como teólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos han agregado
que con la vigencia universal de la Cuaresma también se trata de mantener
presente la socorrida tesis de los 40 días del diluvio universal, los 40 años
de la marcha forzosa que padeció en pleno desierto el pueblo de Israel y,
además, se le agregan los 400 años de esclavitud impuesta por los egipcios a
los judíos.
Lo cierto e irrefutable es que para
cientos de millones de personas el tiempo cuaresmal rompe con lo cotidiano,
provocando en los creyentes una mayor animación espiritual. Y así fue también
para miles de millones de seres humanos que ya pasaron por la tierra.
Para muchos el final de la Cuaresma
abre paso a la Semana Santa. Otros han escrito y sostenido que el tiempo
cuaresmal abarca 46 días.
Lo cierto es que sobre ambas temporadas
especiales dentro del cristianismo no hay unificación de criterio sobre su
inicio y término.
Para unos la
Semana Santa abarca desde el domingo de ramos (cuando Jesús entra a Jerusalén
en un pollino, acorde con el relato del evangelista Juan, y como muchos siglos
después pintó Giotto, el genial artista florentino propulsor del Renacimiento,
en un hermoso fresco en una capilla de la ciudad italiana de Padua) hasta el
sábado santo.
Para otros esa conmemoración comienza
el Viernes Santo y concluye el Domingo de Resurrección. Para sostener dichos
pareceres cada cual ha dado sus explicaciones y se ha explayado en
justificaciones. El asunto viene de lejos. La discusión al respecto se pierde
en la pátina del tiempo.
Entrar en disquisiciones religiosas es
como hacer malabarismo en el filo de una navaja. Preferible es, en consecuencia,
zanjar esas diferencias dejando los matices al albedrío de cada grupo de
opinantes.
Para muchos, a través del fondo de los
siglos, la Cuaresma y la Semana Santa han sido sinónimos de vida, muerte y
resurrección del Divino Rabí de Galilea. Al mismo tiempo para no pocos
representan un haz con destellos misteriosos y un foco de no pocas
controversias.
Ello es comprensible si se toma en
cuenta que la Cuaresma es un tiempo litúrgico que motiva la conversión de los
creyentes para entrar con la alforja de creencias en la fiesta de la Pascua.
Aunque la filmografía universal tiene
cientos de películas, largometrajes y documentales sobre la semana más
dramática de Cristo (aquella en la cual hasta ateos lúcidos han reconocido que
demostró con mayor intensidad su amor al prójimo), lo cierto es que la mayoría
de esas obras de imágenes en movimiento son o alambicadas o simplistas y en no
pocos casos mostrencas, en esta última vertiente por la torpeza de su
contenido, lo cual no permite captar a plenitud la apasionante vida, la
tumultuosa muerte (incluido el "ecce homo" de Poncio Pilato) y la
sorprendente y secreta resurrección de Jesucristo.
Ante esa falencia cinematográfica sobre
la vida, muerte y resurrección del Nazareno uno presume que hubiera sido
formidable un filme hecho por dos católicos geniales, como fueron los italianos
Cesare Zavattini y Vittorio De Sica.
"La Semana Santa es el tramo final
de la Cuaresma", así de claro, y con su alta autoridad, lo dijo el Papa
León Magno, el mismo que impulsó y proclamó que Cristo es "consustancial
al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad."7
Monseñor Juan
Félix Pepén Solimán, un sabio dominicano que dedicó su vida al sacerdocio
católico, al criticar las deformaciones (que no ajustes acordes con una lógica
evolución social) que se han ido produciendo en nuestro medio con relación a la
Cuaresma, sentó cátedra a explicar que: "...la máscara con que nos
encubrimos sólo puede engañar a los hombres. No a Dios, que todo lo sabe y todo
lo ve y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros
corazones."8
El gran prelado higüeyano Pepén
Solimán, viendo y sufriendo esa realidad, acotó que: "Hay un patrimonio
espiritual común en la humanidad y ese patrimonio resulta ser un tesoro que hay
que cuidar y defender..."9
El misionero Emiliano Tardif, gran
parte de cuyo apostolado religioso lo desarrolló en República Dominicana,
acostumbraba a decir en sus múltiples intervenciones ante fieles cautivos por
su verbo fácil y profundo que: "Cuando las cosas van bien, digo:
"estamos en Domingo de Ramos". Si hay dificultades, simplemente
afirmo: "estamos en Semana Santa."10
Vista como una milenaria tradición
eclesial, en la Cuaresma se dan como en ningún otro escenario del cristianismo
"los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su
enseñanza", tal y como proclamó el Papa Juan Pablo II.11
Es oportuno recordar que a través de
los siglos se han publicado encíclicas, cartas papales, reflexiones colectivas
de obispos escritas al alimón, exhortaciones de religiosos de las diferentes
denominaciones en que se divide el arcoíris cristiano, obras teatrales,
ensayos, tratados, novelas y hasta libros con acentuadas expresiones satíricas
basadas en la época de Cuaresma y particularmente en la Semana Mayor.
Por ejemplo, El Arcipreste de Hita,
cuyo verdadero nombre era Juan Ruiz, y cuya fama como poeta trascendió el
Medioevo español, al escribir la que tal vez sea su producción literaria
fundamental, el Libro del Buen Amor, hace un sabroso relato de la batalla entre
Don Carnal, con su vida libidinosa y cargada de exagerados placeres; y doña
Cuaresma, simbolizada en una existencia ajustada a la lógica de la austeridad y
a modales inspirados en la tranquilidad de un espíritu sosegado.12
En dicha obra Doña Cuaresma salió con
la victoria frente a Don Carnal, pero en la cotidianidad de la vida terrenal no
siempre ocurre de ese modo. Así lo demuestra la historia de la humanidad.
Sobre ese tema, que es sal de la vida
para los cristianos, cada grupo de creyentes le pone su propio acento y
matices, aunque la esencia sea la misma.
En el 1975 la Sociedad Dominicana de
Bibliófilos se encargó de unificar y publicar, en un tomo titulado Al Amor del
Bohío, las separatas que en los años 1919 y 1927 había publicado el poeta Ramón
Emilio Jiménez sobre costumbres dominicanas. Esa entidad cultural, que aglutina
parte del saber criollo, hizo otra edición de dicha obra en octubre del 2001,
en la que figura un relato de dicho autor sobre La Cuaresma.
Como la Semana Santa es parte esencial
de la Cuaresma es pertinente refrescar ahora, en medio de esta pandemia del
coronavirus, una estampa del pasado criollo narrada por el referido autor.
"Mucho de original y típico tiene
la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno
revestía una gravedad que ahora no tiene...Los amantes no podían casarse en
este tiempo...Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan
eucarístico...Penitencia y querencia repelíanse...Hoy se baila en cuaresma lo
mismo que en carnaval. Antes no...El plato favorito de cuaresma son los
"frijoles con dulces".
El poeta Jiménez también dejó plasmado
en sus escritos que gran parte del pueblo dominicano creía que cuando la
"cuaresma es hembra" viene la lluvia y cuando es "macho" se
apodera la sequía.13
Como se puede observar con la cita
anterior, ya en el 1919 el referido bardo, y recopilador de tradiciones
dominicanas, comprobaba cambios considerables en el país, en lo referente a las
observancias y prácticas de la Cuaresma y la Semana Santa.
Eduardo Matos Díaz, otro escritor
costumbrista dominicano, evocando la Semana Santa en su niñez de principios del
pasado siglo, hace una extensa radiografía de ese período especial de la
cristiandad, en el ámbito criollo: "Entonces eran días de verdadero recogimiento,
de meditación, de auténtica unción, cuando reinaba el más absoluto
silencio...En las casas de familia, durante esos días santos, no se majaban
especias, ni se barría, ni se hacía nada que pudiera hacer ruido...Por las
calles no circulaba un solo vehículo...ni se oía un grito de la chiquillada,
reinaba sólo el silencio. Se decía entonces que quien se bañaba en los días
santos se volvía sirena o pez."14
Por todas las transformaciones, con
variantes de banalidad, que a través del tiempo han tenido la Cuaresma y la
Semana Santa, es pertinente repetir que muchos, como dijo en la Cuaresma del
2018 el Papa Francisco: "se dejan fascinar por las lisonjas de un placer
momentáneo, al que se le confunde con la felicidad...Es el engaño de la
vanidad, que nos lleva a pavonearnos....haciéndonos caer en el
ridículo..."15
Bibliografía:
1a-Primera epístola a los corintios.
8:6.San Pablo.
1b-Marcos.Capítulo 14, versículos 32 y
siguientes. Biblia Latinoamérica. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo
Testamento.Pp136 y siguientes.
2-Rouco (biografía no
autorizada).Ediciones B,S.A., Barcelona, España,2014.P157.José Manuel Vidal.
3-Génesis, capítulo 3, versículo 19. La
Biblia.
4-Revista Heraldos del Evangelio
No.164.pág.16.Marzo 2017.
5- Marcos. Capítulo 11, versículos 2 y
siguientes. Biblia Latinoamericana. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo
Testamento, pp123 y 124.
6-La civilización del espectáculo.
Santillana Ediciones Generales, 2012. p157.Mario Vargas Llosa.
7-Documento Pontificio, Año 461.Papa
León I, el Magno.
8-La Palabra en Cuaresma. Editora Amigo
del Hogar, 1982.Juan Félix Pepén Solimán.
9-Riqueza Del Espíritu, p11.. Impresora
Amigo del Hogar, 1995. Juan Félix Pepén Solimán
10-Jesús está vivo, p29.Emiliano
Tardif.
11-Carta Encíclica Fides et Ratio, p99.
Impresora Amigo del Hogar, julio 1999. Juan Pablo II.
12- Libro del Buen Amor. Biblioteca
Económica de Clásicos Castellanos. Juan Ruiz, El Arcipreste de Hita.
13-Al Amor del Bohío. Pp.242-245.
Editora Búho. Octubre 2001. Ramón Emilio Jiménez.
14-Santo Domingo de Ayer. Págs.122-124.
Editora Taller, diciembre 1985. Eduardo Matos Díaz.
15-Mensaje de Cuaresma 2018. Papa
Francisco.
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