DUARTE EN EL ALMA DOMINICANA
(y 3)
(1-febrero-2020)
POR
TEÓFILO LAPPOT ROBLES
DUARTE CONTRA LOS OBSTÁCULOS
Antes y después de la Independencia Nacional los
enemigos de Duarte, que eran los mismos de la Patria, le cayeron encima como
enjambre de estorninos, esas avecillas ruidosas con capacidad actoral que
suelen verse en algunos lugares de Europa; plumíferos diminutos tan famosos que
William Shakespeare los menciona en varias de sus obras dramáticas y poemas.
Duarte, en su exitoso proyecto independentista, tuvo
que enfrentar dificultades y obstáculos
internos y externos.
El Padre de la Patria no sólo luchó contra los
ocupantes y contra los criollos que no creían en su proyecto de dotar a los
dominicanos de soberanía, sino que
también tuvo que sufrir la indiferencia de algunos de los que iniciaron el proceso liberador de las
colonias españolas en América.
Bolívar, a
pesar de su remoto origen de genes dominicanos, pues su quinto abuelo fue una figura
de gran respetabilidad en la ciudad de Higüey, nunca le interesó, por
diferentes motivos, la suerte de lo que ya se perfilaba como la nación
dominicana.
A Francisco de Miranda, llamado El Precursor de la
emancipación de América, hay que
exceptuarlo de ese comportamiento porque su acción pionera fue antes de las
primeras señales reales de las expresiones independentistas encabezadas por
Duarte. La Reconquista de Juan Sánchez Ramírez nada tenía que ver con la
soberanía del pueblo dominicano, pues lo de él era volver bajo el fuero
español.
A José de San Martín tampoco se le puede tildar de
indiferente a la causa dominicana, en razón de que cuando el país fue invadido
en el 1822 por los haitianos él cesaba su carrera militar entregándole a
Bolívar el mando del Ejército de los Andes en las costas guayaquileñas, en el
Pacífico de Ecuador.
Pero otros grandes caudillos militares sudamericanos
independentistas de la época fueron abúlicos con los anhelos de libertad que
latía entre los criollos de la parte antes española de la isla de Santo
Domingo.
En el plano interno ya es historia sabida que muchos
se acomodaban a la creencia, macerada generalmente por el statu quo, de que los
dominicanos jamás serían independientes y que era una idea desquiciada pretender
vencer al entonces poderoso ejército haitiano, que había heredado la maquinaria
de guerra francesa.
En una clara política de ficción los contrarios a
Duarte decían una cosa y hacían otra, mientras él trataba siempre de
concretizar en beneficio colectivo lo que decía y hacía.
Duarte llevaba en su ADN patriótico los elementos que
distinguen la soberanía del pueblo dominicano. No así en los individuos que le
adversaban. Había una enorme diferencia ética entre él y ellos, tanto en la
teoría como en la praxis misma de sus respectivos quehaceres.
Por el conjunto de sus virtudes la figura histórica de
Duarte no necesita que se le añadan candilejas y mucho menos que otros, aunque
fueran sus contrarios, sufran mermas de equipaje para ataviarlo a él.
En eso hay que reflexionar, aunque con mucha reserva,
por la intencionalidad manifiesta, sobre lo dicho el 26 de enero de 1969,
frente a una estatua de Duarte, por un personaje de novela (La Fiesta del
Chivo, pág.127), el reconocido forofo santanista Francisco Elpidio Beras:
“Obviamente es viciosa la tendencia a deshumanizarle
hasta hacer de él, en hecho, una individualidad seráfica; como lo es,
igualmente, acogerse al artificio literario de los contrastes, opacando otras
luminarias del santoral patrio, con ánimo de avivar las fulguraciones de quien
las posee sobranceras y cegadoras.”1
La verdad incontrovertible, empero, es que a partir
del 27 de febrero de 1844 los grupos más conservadores, con los hateros
santanistas a la cabeza, aplicaron su poder, presentando su musculatura
económica y social para imponerse en el orden político y militar.
Juan Bosch sintetizó de manera magistral la figura
histórica de Duarte al calificarlo de un hombre de coraje y al señalar que
tenía “una fe inconmovible en la capacidad de lucha del pueblo dominicano.”
Es válido decir que lo anterior no bastaba para que
Duarte dominara el escenario, tomando en cuenta la etapa efervescente que
entonces vivía el país.
Asimismo, al
analizar el poder social y la autoridad
política que prevalecían luego de proclamarse la Independencia Nacional Bosch
explica en su obra Composición Social Dominicana que “la composición social del
país, pues, determinó la eliminación de Duarte y de los líderes trinitarios
como jefes de la República que nacía.”2
Así también el gran jurista, fecundo poeta, brillante
escritor y meritorio educador Víctor
Villegas, al analizar en abril del 2000 el tema de la identidad nacional, los
intereses particulares y las luchas en que ha participado el pueblo
dominicano, concluye que el combatiente
independentista “no seguía a los trinitarios, sino a los caudillos hateros que
también lo que defendían era su pedazo de tierra, sobre todo Santana.”3
SOBRE EL IDEARIO DE
DUARTE
Al estudiar la parábola vital de Juan Pablo Duarte (nacido
exactamente 12 años después de que el mariscal de campo español Joaquín García
le entregó a Tousaint Louverture, el 26 de enero del 1801, las llaves de los
tres portones de la ciudad de Santo Domingo, dizque en supuesto cumplimiento
del artículo IX del Tratado de Basilea de 1795, lo cual desató un vendaval de
tropelías contra el pueblo dominicano en formación) se comprueba que su misión en la vida estaba marcada por un
haz de coincidencias históricas.
El ideario de Duarte no es una reflexión poética. Es
uno de los mejores legados de reafirmación de la soberanía nacional que el
Padre de la Patria dejó para los dominicanos. Muchos son los mensajes de
trascendencia histórica que integran ese cuerpo de ideas duartianas. Sería
interesante detallarlos todos, pero es difícil por razón de espacio, cumplir
esa tarea en estos comentarios.
Es una obligación moral y de responsabilidad colectiva
leer y estudiar sus frases llenas de consejos; muchas son auténticas
jaculatorias cuya dimensión tiene un anclaje permanente en el alma del pueblo
dominicano.
Desde el mismo Juramento Trinitario se capta la
irreductible decisión de Duarte de crear un país basado en la libertad, con un
pueblo en el disfrute de su soberanía y enarbolando su carácter independiente
frente a cualquier intento de dominación de extranjeros que pretendieran
mancillar su autodeterminación.
Juan Pablo Duarte y sus adeptos sostenían, en los
albores organizativos de los trabajos independentistas, que la existencia
política de la nación dominicana, basada en garantías de libertad, pasaba por
conquistar la Independencia.
Por eso le escribió a su amigo Félix María del Monte
que: “Vivir sin Patria, es lo mismo que vivir sin Honor.”4
El máximo exponente de la nacionalidad dominicana era
partidario de la existencia de un aparato de justicia eficiente, libre de
impurezas, manchas y trapisondas.
En su proyecto de Ley Fundamental profundizó mucho
sobre la importancia de la transparencia de los textos legales que formen parte
de las normativas que deben regir a la sociedad dominicana en el espectro del
campo democrático.
El ilustre hijo
de Juan José Duarte y Manuela Diez hacía énfasis en que todos, gobernantes y
gobernados, tenían la obligación de guiarse de conformidad con las
disposiciones legales.
Sin embargo los órganos de ejecución de las leyes
dominicanas son caricaturas de lo que Duarte quería. Y, además, el grueso de
los individuos busca vadear sus obligaciones legales utilizando atajos
coyunturales de conveniencia particular.
En el apogeo de su vida pública él mismo fue víctima
de las injusticias, siendo la más proterva su expulsión del país por el grupo
que él llamó con gran razón “el bando parricida”, que luego vendió al
extranjero la Patria, con la nefasta Anexión a España.
El nombre de Duarte, en calidad de víctima, forma
parte de la vasta jurisprudencia de la infamia generada en nuestros tribunales
a lo largo del tiempo.
Nunca transigió con los traidores, lo que demuestra
que estaba consciente del gran daño que esa morralla espiritual es susceptible
de causar, especialmente a la Nación vista en su conjunto.
En su carta del 7 de marzo de 1865, enviada desde
Caracas, Venezuela, le indicaba al señor Teodoro Heneken, Ministro de
Relaciones Exteriores del Gobierno Restaurador Provisional, encabezado por
Benigno Filomeno de Rojas, esta lapidaria reflexión:
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se
debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus
maquinaciones.”5
Para los que desde aquí, como quinta columna, en estos
tiempos de vacilaciones y desapego a lo que significa la dominicanidad, les
hacen coro ora en una alianza vituperable ora en componenda interesada, a
poderosos grupos de presión extranjeros que pregonan la peregrina idea de hacer
de la isla un solo país, es pertinente indicarles que Duarte se anticipó en
negativa rotunda a ese disparate, al decir que “entre los dominicanos y los
haitianos no es posible una fusión.”6
En su ideario también abordó la filantropía y la
desobediencia a cualquier autoridad no legítima, adelantándose en más de 100
años a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es en sí mismo un
documento declarativo de libertad emitido en París, Francia, el 10 de diciembre
de 1948, en el cual se sostiene que es “esencial que los derechos humanos sean
protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea
compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.”7
DUARTE EN LA RESTAURACIÓN.
Duarte había sido expulsado del país el 10 de
septiembre de 1844.Luego de un largo ostracismo de 20 años regresó por la
costeña ciudad de Montecristi, el 25 de marzo de 1864, dispuesto a enfrentar
todos los riesgos para contribuir a restaurar la soberanía nacional que había
sido vendida a España por Santana y sus áulicos. Esos vendepatria eran los
mismos que lo habían expulsado de su tierra.
En una comunicación fechada el 21 de abril de 1864,
dirigida al Gobierno Restaurador, en fase provisional, Duarte le hace saber a
su cúpula que él jamás ha sido “piedra de escándalo ni manzana de la
discordia”, pero con gallardía le señalaba que su presencia en tierra
dominicana, después de un larguísimo exilio, era para “participar de los
riesgos y peligros que arrostran en los campos de batalla los que con las armas
en la mano sostienen con tanta gloria los derechos sacrosantos de nuestra
querida Patria…”8
Ya antes, el 7 de marzo del referido año, Duarte había
proclamado, que “por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la
causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi
sangre.” Y profundizando en su
determinación de ofrendar su vida por la soberanía dominicana, en ese momento
pisoteada por los anexionistas, fue más contundente aún cuando señaló que
“Nuestra patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera, o
se hundirá la isla.”9
Su presencia en tierra dominicana, en esa ocasión, fue
muy frustratoria para sus expectativas de patriota. Los motivos de eso se han
explicado de múltiples maneras, desde entonces hasta hoy.
Duarte tuvo que salir pronto al exterior, a cumplir
por mandato superior una misión diplomática un poco improvisada, tal vez por
circunstancias internas y apremiantes del Gobierno Restaurador Provisional.
El Padre de la Patria tenía el encargo especial de
constatar al entonces presidente de Venezuela, el mariscal Juan Crisóstomo
Falcón, que era de origen dominicano y en quien palpitaba el deseo de ayudar a los
restauradores, pero estaba maniatado por sus enemigos que acosaban ferozmente a
su debilitado gobierno, amén de que la enfermedad que padecía limitaba su
control de los resortes del poder, lo cual aprovechaban grupos sin control que
fueron los antecedentes de lo que en aquel país mucho tiempo después pasó a
llamarse Guarimbas.
En la Guerra de Restauración, antes de salir a cumplir
la diligencia diplomática en el extranjero indicada más arriba, Duarte
participó en algunos enfrentamientos armados librados contra los anexionistas
en los campos de Yamasá y Monte Plata.
DUARTE EMPUÑÓ LAS ARMAS
Varios historiadores, unos pocos cronistas y algunos
simples diletantes al relatar hechos del pasado dominicano han cometido errores
o perpetrado actos de pura maldad en perjuicio de la figura de Duarte como
hombre de acción.
Se ha creado una especie de leyenda negra, cargada de
elementos fantásticos que nada tienen que ver con la realidad del Duarte
siempre dispuesto a participar en los combates armados contra los enemigos.
En su obra El Cristo de la Libertad Joaquín Balaguer,
al referirse a los vínculos de Duarte con el misionero portugués San Gerví,
ubica al Padre de la Patria en un plano místico, de contacto cotidiano con la
divinidad, con lo cual lo coloca en una especie de vida contemplativa y lo saca
de los afanes del diario vivir. Al tocar el aspecto de su conciencia la dispara
hacia “una limpidez extraterrena.”10
De la citada obra, edulcorada adrede y en gran parte
artificiosa, el laborioso historiador Rufino Martínez dijo que su autor buscaba
con ella, entre otras cosas, “lavarse con agua lustral”; recordando que
Balaguer había calificado a Trujillo de “el hombre único”, titulándolo de
ensayista y “magno creador.”11
Debo señalar, porque es la verdad, que cuando Balaguer
escribió esa biografía de Duarte, en el 1950, servía de manera activa al
régimen que con sus toscos modales militaristas eclipsó por 30 años a la más
ilustre figura de la historia dominicana. En la realidad pura y cruda dicho
biógrafo representaba todo lo contrario del “símbolo de la pureza del
patriotismo” que Duarte encarnó.
El escritor Américo Lugo, de grato recuerdo por sus
aportes positivos al país, también se equivocó inicialmente con relación a
Duarte. El 3 de marzo de 1934 escribió de él, frente a los riesgos y la
persecución, que “las cuerdas de su virilidad se aflojaron y rompieron.” La
realidad es que eso nunca ocurrió. Lugo, al parecer advertido de su error, tuvo
que tocar la palinodia. Veintiún días después de ese desaguisado redactó y
publicó que Duarte nunca estuvo “de ningún modo exento de valor personal y de
pundonor militar.”12
El gran historiador Vetilio Alfau Durán, cuya cuna se
meció en la ciudad de Higüey, realizó un estudio profundo y esclarecedor sobre
las condiciones de hombre de pensamiento y también de acción del fundador de La
Trinitaria.
En su ensayo titulado ¿Alertó Juan Pablo Duarte
virtudes viriles?”Alfau Durán desmonta las falsedades y mitos en torno a la
disponibilidad del Padre de la Patria para tomar las armas en defensa de la
soberanía nacional.
Frente a los que (por desconocimiento, mala fe o
sirviendo como “orcopolitas” a los intereses bastardos de siempre) colocan a
Duarte en el tren de los cobardes el relevante historiador mencionado apuntó lo
siguiente: “La verdadera historia, empero, la que no desnaturaliza ni desfigura
los hechos, apoyada en documentos fehacientes de la mayor fuerza probante,
afirma y demuestra precisamente lo contrario.”13
Leonidas García Lluberes, en su obra titulada Crítica
Histórica, publicada dos años después de su fallecimiento, al hacer un amplio
recuento de las actividades de Duarte en campaña militar, con pruebas documentales
a manos, indica que éste “aspiró con legítimo orgullo a singularizarse también
en los campos de batalla.”14
Tal y como señalé en una entrega anterior de esta
breve serie, entre las clases impartidas por Duarte a los Trinitarios y adeptos
estaba la esgrima. Prescindiendo del resultado, dadas las circunstancias
imperantes y el desbalance de fuerzas, el 24 de marzo de 1843 Duarte se
presentó al entonces descampado ahora conocido como parque Colón, paralelo a la
Catedral Primada de América, y allí junto a decenas de sus seguidores portando
armas blancas, escopetas y pistolas se enfrentaron a la gendarmería de
ocupación haitiana.
Ese enfrentamiento, escaramuza o como se le quiera
definir, fue el primer desafío armado de Duarte y sus seguidores con los
intrusos que menos de un año después pusieron pies en polvorosa.
Luego de la batalla del 19 de marzo de 1844, ganada
por los dominicanos en Azua, y la inmediata y al menos extraña retirada hacia Sabana Buey,
Duarte fue enviado allí, desde Santo Domingo, con un contingente militar para
organizar junto a Pedro Santana los correspondientes ataques a las tropas
haitianas que formadas en pelotones y escuadrones pululaban por los contornos
de esa zona del país.
Acoplar trabajos de tácticas y vertebrar una
estrategia de guerra compartida era una misión imposible frente a un hombre que
se movía en las tinieblas de sus intereses grupales y poseedor de un temperamento agreste como
Santana, quien además ya tenía en su mente la desgracia que materializó el 18
de marzo de 1861, con la Anexión a España, cercenando así la soberanía de la
recién nacida República Dominicana, lo cual fue el casus belli para la Guerra
de Restauración.
Otra prueba que echa por tierra la leyenda de que
Duarte era un contemplativo incapaz de guerrear es la carta que envió el
primero de abril de 1844, desde el Cuartel General de Baní, en la cual él ponía
en conocimiento del gobierno colegiado de entonces su disposición, junto con el
cuerpo militar bajo su mando, de reanudar los combates con los invasores
haitianos que se movían en el Sur.
En dicha comunicación Duarte le informó a la Junta
Central Gubernativa lo siguiente: “Es por tercera vez que pido se me autorice
para obrar solo con la división…Hace ocho días que llegamos a Baní, y en vano
he solicitado del general Santana que formemos un plan de campaña para atacar
al enemigo. La división que está bajo mi mando sólo espera mis órdenes, como yo
espero las vuestras, para marchar sobre el enemigo…”15
Frente al cúmulo de obstáculos puestos por Santana y
las vacilaciones de la Junta Central Gubernativa, Duarte, mirando más allá de
la nariz, decidió retornar a Santo Domingo.
Partiendo de la premisa anterior considero correcto el
contenido del ensayo de Mariano A. Cestero, publicado en el 1900, (reproducido
por el Archivo General de la Nación en el 2009) titulado 27 de Febrero de 1844,
uno de cuyos puntos esenciales se sintetiza así:
“Duarte no debía permanecer junto a Santana
compartiendo el mando; no era de fácil práctica, conocido el díscolo compañero,
“aquella eminencia escabrosa”…Duarte pues cumplió estrictamente su deber:
aconsejó, instó, rogó; ofrecióse para la inmediata operación de decampar
avanzando…”16
En un relato salpicado con trasunto de verosimilitud
histórica, titulado La patria, entre la razón y la fuerza, José Miguel Soto
Jiménez, al referirse a la misión de Duarte ante Santana, en su campamento de
Sabana Buey, Baní, expresa lo siguiente:
“Un solo instante bastó para que ambos se calaran el
alma y se rechazaran de una vez y para siempre. Duarte no tuvo siquiera que
meditar para sentir sobre la piel del civilista el espigón irracional del
déspota. Adivinó en su mirada fría y penetrante la cólera intransigente de un
corazón altisonante…”17
Como se indica más arriba, en la Guerra de
Restauración Duarte también empuñó las armas para combatir a los anexionistas,
a pesar de sus dificultades de salud en ese momento. Su escenario de combate
entonces fueron los campos de Yamasá y Monte Plata.
En resumen,
sólo los mezquinos, los envidiosos o los colocados al margen de la verdad y la
justicia pueden negar que Juan Pablo Duarte reunía las condiciones de inspirador,
pensador, organizador y combatiente por la libertad dominicana.
Bibliografía:
1-Clío, órgano de la Academia Dominicana de la
Historia.Enero-agosto 1969.P14. Francisco Elpidio Beras.
2-Composición Social Dominicana.Impresora Soto
Castillo, 2013.Pp225 y 226. Juan Bosch.
3-Los Dominicanos.AGN.Editora Búho.P200. Ángela Peña.
4-Carta de Duarte a Félix María del Monte.
5-Carta de Duarte del 7 de marzo de 1865 a Teodoro
Heneken, Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Restaurador Provisional.
6-Apuntes para la historia de los Trinitarios,
fundadores de la República Dominicana. Reproducido en febrero de 1944 por el
Archivo General de la Nación, en su boletín correspondiente a febrero de dicho
año.
7-Resolución No.217, Asamblea General de la
Organización de las Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1948.
8-Carta al Gobierno Restaurador Provisional, fechada
el 21 de abril de 1864.Juan Pablo Duarte.
9- Ideario de Duarte.
10-Obras Selectas. Tomo VII. El Cristo de la
Libertad.P183.Editora Corripio,2006. Joaquín Balaguer.
11-Hombres Dominicanos.Tomo III.Pp466, 674 y 675.Editora
Búho, 2009.Rufino Martínez.
12-Revista Bahoruco Nos.184 y 187, días 3 y 24 de marzo
de 1934, respectivamente. Américo Lugo.
13-Vetilio Alfau Durán en el Listín Diario.Escritos I.Editora
Corripio, 1994.Pp371 y 372.
14-Crítica Histórica. Editora Montalvo. Edición 1964.P208.Leonidas
García Lluberes.
15-Carta a la Junta Central Gubernativa. Primero de
abril de 1844. Juan Pablo Duarte.
16-Escritos (2): Artículos y Ensayos. AGN. Volumen LXXVI.
Editora Búho,2009.P127 y 128. Mariano Antonio Cestero.
17- Memorias de Concho Primo. Editora Búho,
2006.P96.José Miguel Soto Jiménez.
(Publicado el 1-febrero-2020)
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