domingo, 10 de julio de 2022

LILÍS Y MOYA, ELECCIONES, ANÉCDOTAS

 

                               LILÍS Y MOYA, ELECCIONES, ANÉCDOTAS

                                      POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

En los tres últimos lustros del siglo 19 la ciudad de Santo Domingo era como un enorme cangilón que recibía envueltos en la neblina de la política criolla hechos extraños e insólitos, con características anecdóticas.

Los días 26, 27 y 28 de junio del 1886 fueron fijadas las elecciones para escoger al próximo presidente de la República. Los principales contendientes eran Ulises Heureaux y Casimiro  N. de Moya.

Uno de esos días, en medio de “alboroto, bandereos, música y cohetes” un fortachón operador político, seguramente vestido con su “ropa mágica de milicia”, acompañado de un perro de cacería y unos cuantos seguidores, se presentó al lugar de votación situado en la calle La Atarazana y allí provocó un mayúsculo incidente paralizando el proceso electoral en la principal ciudad del país.

Las boletas que representaban a Moya tenían impresa la imagen de la Virgen de la Altagracia y las de Heureaux a la Virgen de las Mercedes. Tal vez un caso anecdótico único en el mundo. Una escena surrealista nacida en el corazón de las Antillas.

Fue un uso político malicioso de esas imágenes religiosas. Dicho lo anterior porque esos candidatos no eran cardenales papables aferrados a la virgen de su devoción en un cónclave para elegir a uno de ellos en la triple condición de obispo de Roma, Papa y jefe del Estado Ciudad del Vaticano.

El proceso electoral del año 1886 fue calificado de fraudulento por Moya y sus seguidores, quienes enarbolaban como escudo a la Virgen de  la Altagracia. Esa decisión tuvo implicaciones políticas y militares.

Casimiro N. de Moya y sus partidarios dieron inicio a una guerra civil que produjo cientos de muertos, especialmente en la parte norte del país.

El fracaso de dicha insurrección tuvo múltiples motivos, pero especialmente por lo que consignó en sus reflexiones el acucioso historiador Julio Genaro Campillo Pérez: “el soborno hizo más estragos que las balas…” (Elecciones Dominicanas, edición 1978.)

No era la primera vez que surgían anécdotas políticas en recintos electorales dominicanos. Tampoco sería la última ocasión.

Hay que anotar que para  esa época la capital dominicana parecía adormecida con su abundancia de “almendros de elegantes amplias copas”,  con  guayabos silvestres y frondosos uveros que se desplazaban “hasta las ríspidas malezas de la Punta Torrecilla”, como así la describía desde su celda de preso político, empinado en una “silla de sabina y majagua”, en la cárcel Torre del Homenaje, Antonio Portocarrero, el personaje principal de la novela La Sangre, de Tulio M. Cestero.

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