ANÉCDOTAS
POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (3)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Félix María del
Monte
Uno
de los trinitarios más prominentes fue el poeta, dramaturgo, periodista y
jurista Félix María del Monte.
Se
le considera la principal figura literaria de la entidad secreta que sirvió de
cuna a la independencia dominicana. En su paso por la vida pública nacional
dejó un amplio anecdotario.
Fue
el autor del primer himno nacional, el cual se mantuvo como tal hasta el 17 de agosto
de 1883, fecha en que se interpretó por primera vez el que compusieron Emilio
Prud’Homme y José Reyes.
Algunos
de sus poemas dramáticos, como el titulado Las Vírgenes de Galindo, han servido
de inspiración para obras clásicas de la literatura criolla.
Fue
el primer abogado titulado que tuvo el país, por resolución dictada por la
Suprema Corte de Justicia el 11 de agosto de 1845.
En
esa condición sobresalió por su gran capacidad jurídica, demostrada en defensas
tan conocidas como las que hizo en favor del prócer Antonio Duvergé y el
general Santiago Pérez, entre muchas otras.
Fue
ministro de Relaciones Exteriores, de Interior y Policía, de Hacienda y
Comercio, de Guerra y Marina, etc. Siempre se ha resaltado su honradez en los
elevados cargos públicos que desempeñó.
Fue
arrestado por un hecho con carácter de anécdota cuando era ministro interino de
Guerra y Marina, en el gobierno llamado de los Seis Años, encabezado por
Buenaventura Báez.
Esa
acción anecdótica se produjo cuando él se presentó al portón frontal de la
Fortaleza Ozama, entonces la mayor guarnición militar del país, para tener allí
un encuentro con el gobernador de la para ese tiempo provincia de Santo Domingo,
que no era la misma de ahora.
El
patriota independentista Félix María del Monte llegó de primero a dicho recinto
militar. Cuando el centinela y el oficial de servicio le dieron el alto de
rigor y él se identificó con su alto cargo gubernamental le pidieron el “santo
y seña” para dejarlo ingresar. Su contesta fue que se le había olvidado.
Ese
formulismo de reconocimiento es usual en la milicia, por cuestiones de
seguridad. Ese olvido, aunque el aludido oficial sabía la personalidad de que
se trataba, provocó su arresto de inmediato.
Cuando
llegó al lugar convenido el gobernador Damián Báez, y le recordó a del Monte la
clave que le habían solicitado, el arresto quedó sin efecto. Ambos pudieron
celebrar su reunión nocturna.
Otra
anécdota protagonizada por Félix María del Monte se produjo en su propia casa,
a la cual un mal día llegó sin previo aviso el general Manuel Ventana,
considerado un fanfarrón de aquellos tiempos.
Dicho
individuo soltó algunos dichos para que le franquearan la entrada, los cuales
llegaron a oídos de del Monte, quien salió a su encuentro con ánimo resuelto.
Cuando
ambos se miraron cara a cara el inoportuno visitante le dijo con voz
estentórea: -¡Yo soy Manuel Ventana!
Como
el general Ventana tenía fama de ser lo que popularmente se conoce como “un
perdonavidas” pensó que iba a impresionar con su fama de engreído al poeta del
Monte. Lo que recibió, por el contrario, fue una tremenda reprimenda.
En
lenguaje dominicano se puede decir que Félix María del Monte repajiló al
referido general Ventana con esta anecdótica respuesta: “-¡Pues yo soy la
Puerta Otomana!”, en clara referencia a uno de los símbolos del poder del
antiguo Imperio otomano.
Un rey apodado Sol
Luis
XIV, también conocido como el rey Sol, nació en París el 5 de septiembre de
1638. Fue un Borbón sobresaliente, perteneciente a la dinastía de los Capetos.
De
manera nominal fue titular hereditario de la Corona francesa desde el 14 de
mayo de 1643. Tenía 5 años de edad.
Para
entonces los que en realidad ejercían el mando en Francia eran su madre Ana de
Austria y el cardenal Jules Mazarino, un audaz político y alto clérigo nacido
en Los Abruzos, en el centro-sur de Italia, quien no era sacerdote pero recibió
aquella dignidad eclesiástica por parte del papa Urbano VIII para complacer al
rey francés Luis XIII.
A
pesar de que Mazarino al morir el 9 de marzo de 1661 dejó su enorme fortuna a
Luis XIV (luego transferida por este a los herederos de aquel), lo cierto es
que cuando un palaciego le informó que
dicho cardenal acababa de “entregar su alma a Dios”, el rey Sol soltó esta
perla:
“-¿Estay
seguro de que Dios la ha aceptado?”
El
nombre de pila del heredero del mencionado rey Luis XIII era Luis Diosdado de
Borbón. La ceremonia formal de su coronación fue en el 1654.
Luis
XIV llevó consigo el máximo de los símbolos reales hasta su muerte, ocurrida el
primero de septiembre de 1715, momento en el cual un cortesano suyo produjo una
anécdota cuyo mensaje no dejaba duda de su poder absoluto: “Si se ha muerto el
Rey Sol ya se puede creer en todo.”
Gran
parte de los 72 años, 3 meses y 18 días en que Luis XIV fue rey desempeñó el
mando como un monarca absoluto. Era un hombre de acción. En Europa fue parte protagónica de 3 guerras.
Pocos
en la historia patentizaron como él eso que el eminente profesor francés Marc
Abélés definió en uno de sus ensayos de antropología política como “las
gramáticas del poder…las prácticas que conforman la esfera de lo público.”
En
eso de imponer su voluntad sin miramientos el rey Luis XIV ha tenido una legión
de imitadores en todo el mundo.
Su
manera de gobernar lo llevó a pronunciar una frase de trascendencia política y
de alto relieve anecdótico, que se ha quedado desde hace casi 3 siglos flotando
en los salones de mando de los palacios de gobiernos que en el mundo hay.
Es
oportuno señalar aquí que en el siglo 17 una de las principales misiones del
parlamento francés era analizar, con facultad de modificar y anular, las
decisiones ordenadas por el monarca de turno.
Un
día el rey Luis XIV abandonó provisionalmente la práctica de la cinegética, que
realizaba en uno de sus cotos en la zona de Vincennes, y con su indumentaria de
cacería se presentó en París para enfrentar con tono airado a los
parlamentarios que acababan de rechazar una de sus decisiones de Estado.
En
la sede del congreso proclamó con voz firme que desde ese momento quedaba
eliminada la facultad de los legisladores para cuestionar sus disposiciones.
Esa orden creó un cataclismo político en Francia.
Con
tacto, prudencia y valentía el presidente del parlamento le dijo al llamado rey
Sol que el papel principal de ese órgano elaborador, reformador y aprobador de
leyes era trabajar por el bien del Estado.
La
contundente y anecdótica respuesta del rey Luis XIV fue la siguiente: “-El
Estado soy yo.”
Algunos
historiadores han cuestionado la autoría de esa frase. Se la atribuyen a
enemigos de ese soberano, pero si se analiza el talante de dicho personaje se
puede afirmar que ella pudo haber salido de su boca.
Esa
expresión quedó en el anecdotario político mundial como la máxima demostración
del absolutismo. Cientos de gobernantes han actuado bajo la cubierta de la
misma, eliminando en sus respectivos pueblos el derecho a disentir.
Tal
vez esa jaculatoria monárquica sirvió de algún modo como inspiración al
filósofo y ensayista francés Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, para escribir sobre la importancia de la separación
de poderes y la monarquía constitucional, que es en sí la esencia de su clásica
obra El espíritu de las leyes, publicada en el 1748; vale decir 33 años después
de la muerte de aquel gobernante absolutista que ordenó construir el fastuoso y
célebre Palacio de Versalles.
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