domingo, 10 de julio de 2022

REY LUIS XIV (Anécdotas)

                                                                  REY LUIS XIV

                                                     (Anécdotas)

                                POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

Luis XIV, también conocido como el rey Sol, nació en París el 5 de septiembre de 1638. Fue un Borbón sobresaliente, perteneciente a la dinastía de los Capetos.

De manera nominal fue titular hereditario de la Corona francesa desde el 14 de mayo de 1643. Tenía 5 años de edad.

Para entonces los que en realidad ejercían el mando en Francia eran su madre Ana de Austria y el cardenal Jules Mazarino, un audaz político y alto clérigo nacido en Los Abruzos, en el centro-sur de Italia, quien no era sacerdote pero recibió aquella dignidad eclesiástica por parte del papa Urbano VIII para complacer al rey francés Luis XIII.

A pesar de que Mazarino al morir el 9 de marzo de 1661 dejó su enorme fortuna a Luis XIV (luego transferida por este a los herederos de aquel), lo cierto es que  cuando un palaciego le informó que dicho cardenal acababa de “entregar su alma a Dios”, el rey Sol soltó esta perla:

“-¿Estay seguro de que Dios la ha aceptado?” 

El nombre de pila del heredero del mencionado rey Luis XIII era Luis Diosdado de Borbón. La ceremonia formal de su coronación fue en el 1654.

Luis XIV llevó consigo el máximo de los símbolos reales hasta su muerte, ocurrida el primero de septiembre de 1715, momento en el cual un cortesano suyo produjo una anécdota cuyo mensaje no dejaba duda de su poder absoluto: “Si se ha muerto el Rey Sol ya se puede creer en todo.”

Gran parte de los 72 años, 3 meses y 18 días en que Luis XIV fue rey desempeñó el mando como un monarca absoluto. Era un hombre de acción. En Europa  fue parte protagónica de 3 guerras.

Pocos en la historia patentizaron como él eso que el eminente profesor francés Marc Abélés definió en uno de sus ensayos de antropología política como “las gramáticas del poder…las prácticas que conforman la esfera de lo público.”

En eso de imponer su voluntad sin miramientos el rey Luis XIV ha tenido una legión de imitadores en todo el mundo.

Su manera de gobernar lo llevó a pronunciar una frase de trascendencia política y de alto relieve anecdótico, que se ha quedado desde hace casi 3 siglos flotando en los salones de mando de los palacios de gobiernos que en el mundo hay.

Es oportuno señalar aquí que en el siglo 17 una de las principales misiones del parlamento francés era analizar, con facultad de modificar y anular, las decisiones ordenadas por el monarca de turno.

Un día el rey Luis XIV abandonó provisionalmente la práctica de la cinegética, que realizaba en uno de sus cotos en la zona de Vincennes, y con su indumentaria de cacería se presentó en París para enfrentar con tono airado a los parlamentarios que acababan de rechazar una de sus decisiones de Estado.

En la sede del congreso proclamó con voz firme que desde ese momento quedaba eliminada la facultad de los legisladores para cuestionar sus disposiciones. Esa orden creó un cataclismo político en Francia.

Con tacto, prudencia y valentía el presidente del parlamento le dijo al llamado rey Sol que el papel principal de ese órgano elaborador, reformador y aprobador de leyes era trabajar por el bien del Estado.

La contundente y anecdótica respuesta del rey Luis XIV fue la siguiente: “-El Estado soy yo.”

Algunos historiadores han cuestionado la autoría de esa frase. Se la atribuyen a enemigos de ese soberano, pero si se analiza el talante de dicho personaje se puede afirmar que ella pudo haber salido de su boca.

Esa expresión quedó en el anecdotario político mundial como la máxima demostración del absolutismo. Cientos de gobernantes han actuado bajo la cubierta de la misma, eliminando en sus respectivos pueblos el derecho a disentir.

Tal vez esa jaculatoria monárquica sirvió de algún modo como inspiración al filósofo y ensayista francés Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu,  para escribir sobre la importancia de la separación de poderes y la monarquía constitucional, que es en sí la esencia de su clásica obra El espíritu de las leyes, publicada en el 1748; vale decir 33 años después de la muerte de aquel gobernante absolutista que ordenó construir el fastuoso y célebre Palacio de Versalles.

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