ANÉCDOTAS POLÍTICAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ (5)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Vicente Celestino Duarte
Vicente Celestino Duarte era un hombre de acción
militar, lo cual demostró antes y en la
proclamación de la independencia nacional, así como en los hechos que ocurrieron
posteriormente.
Por eso para nadie fue sorpresa que al retornar al
país por el puerto de Monte Cristi, el 25 de febrero de 1864, poniendo fin a su
último exilio en Venezuela, lo primero que le dijo al general Benito Monción, a
la sazón jefe restaurador en esa zona del territorio dominicano, fue que le
enviaran de inmediato a los frentes de combates más activos en ese momento.
En efecto, Vicente Celestino Duarte fue enviado a
Yamasá, Monte Plata y zonas aledañas (Guerra, Bayaguana, etc.) escenarios de
jornadas gloriosas para las armas nacionales en el tramo final de esa epopeya
que fue la Guerra Restauradora.
En las cuencas fluviales de los ríos Yabacao, Ozama y
sus afluentes los restauradores obtuvieron triunfos en cadenas contra las
fuerzas anexionistas. A los patriotas dominicanos que tenían dos años y meses
luchando contra fuerzas militarmente superiores se unieron Vicente Celestino y
otros próceres revolucionarios que hicieron tierra por la ciudad más al
noroeste del país.
Al frente de los rebeldes dominicanos que iban
venciendo a los anexionistas estaba el bizarro general Gregorio Luperón, quien
designó al coronel Vicente Celestino Duarte en la importante función de
comisario pagador de las tropas.
Cuando era inminente un sangriento combate entre
restauradores y anexionistas, en la Sabana de Guabatico, Luperón consideró que
por su edad (62 años) no era conveniente que tan ilustre personaje estuviera en
la línea de fuego, motivo por el cual le solicitó que saliera del lugar por una
ruta segura.
Lo que no esperaba el adalid puertoplateño,
considerado como la primera espada de la restauración de la soberanía dominicana,
era la contundente respuesta que a su prudente petición le hizo el coronel Vicente Celestino Duarte,
quien rompiendo el principio de la cadena de mando, le dijo lo siguiente:
“No, no me
retiraré, General, que hoy hay gloria para todos los dominicanos.”
Ante el patíbulo
Hace sólo unos días se cumplieron 161 años de la
hecatombe hecha en el valle de San Juan por los anexionistas encabezados por
Pedro Santana y otros gerifaltes militares (españoles y criollos) contra los
patriotas dominicanos que vinieron a luchar por devolver la soberanía a la
República Dominicana, arrebatada cuando se produjo la fatídica anexión a
España, anunciada el 18 de marzo de 1861 desde un balcón frente al Parque
Colón, así llamado desde el 27 de febrero de 1887.
Al evocar situaciones como esa masacre de San Juan
vale recordar a la filósofa cristiana Simone Weil, quien al tratar sobre la
opresión y la libertad, en su libro de ensayos llamado Escritos en Londres,
narra que un día al pisar el umbral de su iglesia sufrió un dramático bloqueo
mental con una carga de dudas sobre la cuestión de: “pensar al mismo tiempos en
la desdicha de los hombres, la perfección de Dios y el lazo que une a los dos.”
Como en esta
corta serie sobre anécdotas políticas hay que dejar de lado ese mensaje
subliminal de Simone Weil, y no tocar
tampoco las profundidades de los análisis del famoso antropólogo y teólogo
cristiano Pierre Teillard de Chardin, en su obra titulada El fenómeno humano,
es pertinente continuar refrescando la memoria con hechos anecdóticos del
pasado.
A las 4 de la
tarde del fatídico 4 de julio de 1861, frente al patíbulo levantado en el
cementerio de San Juan de la Maguana, un patriota apodado “Medio Mundo” dijo
una impactante frase que quedó como un símbolo de conciencia y compromiso
patrio en el altar del sacrificio de miles de dominicanos.
Rudescindo de León, que era el nombre de pila del
héroe y mártir referido, antes de caer fulminado por balas anexionistas
proclamó, con la energía del valiente que sabe que va a morir por una causa
justa, lo siguiente: “¡Señores, ya sí se acabó Medio Mundo!”, en clara
referencia a su sobrenombre.
En ese mismo lugar de inmolación, en aquel día triste
para la patria, luego de una pantomima de juicio, fueron fusilados el patricio
Francisco del Rosario Sánchez y 21 otros patriotas.
Allí se produjo otra anécdota envuelta en un mensaje
histórico cuando el valiente capitaleño Francisco Martínez, soldado
independentista y restaurador, a quien apodaban Quiquita, le dijo con voz firme
a uno de sus compañeros de infortunio estas palabras impactantes:
“Levanta la cabeza para que no diga Santana que has
estado triste.”
Como en el juego de la baraja española
Luego de la muerte del sátrapa Ulises Heureaux (cuya
última respiración fue en un callejón de Moca, el 26 de julio de 1899) sus
principales seguidores pretendieron mantenerse en el poder, generando sus
acciones un mar de anécdotas de política criolla.
Los generales lilisistas Wenceslao Figuereo, Teófilo
Cordero Bidó, José Dolores (Loló) Pichardo, José de Jesús Álvarez y otros,
quienes formaban una abigarrada mezcla de antiguos partidarios de los partidos
Rojo y Azul, quisieron aplicar métodos parecidos a los utilizados por su jefe
ya difunto.
Los remanentes lilisistas sólo pudieron sostener el
régimen descabezado durante un mes y 4 días. Como ocurrió con la famosa
carabina de Ambrosio, el tiro le salió por la culata. El presidente Figuereo
fue sustituido por Horacio Vásquez, uno de los conjurados en la gesta histórica
de Moca.
En narraciones dominicanas del pasado se describe que
el general Teófilo Cordero Bidó, “un personaje indispensable” en el régimen
herido de muerte en una angosta calle mocana, trató de atajar la revuelta
desatada en diversos lugares del norte
del país para expulsar del poder a los que entonces pretendían mantenerse al
frente de la llamada Cosa Pública utilizando el espectro del implacable
puertoplateño que primero se llamó Hilarión Lebert, hasta que su padre, al
darle su apellido Heureaux, le puso por nombre Ulises.
Cuando la balanza de la lucha armada que se realizaba
en pueblos y campos del Cibao se inclinaba en favor de los rebeldes el referido
general Teófilo Cordero Bidó le envió a su jefe inmediato el siguiente
telegrama:“Presidente de la República. Capital. Sólo necesito oro. Por lo
demás, con mi espada me basto. Cordero.”
Al leer ese breve texto el mencionado Loló Pichardo,
que al parecer era experto en el juego de baraja española (oro, espada, basto,
copa) amén de que era un hombre culto y con un gran sentido del humor, y quien
luego de la muerte del tirano movía los hilos del gobierno en desbandada, atinó
a decirle a Figuereo:
-“¿Oro, espada y basto? Presidente: tengamos mucho
cuidado con este hombre, porque nos copa.”
Abraham Lincoln
En la abultada biografía de Abraham Lincoln hay una
miríada de anécdotas producidas en las
diferentes facetas de su esplendente personalidad: abogado de intensa
actividad, político, legislador, combatiente en la guerra de Secesión, decimosexto presidente de los EE.UU.,
abolicionista de la esclavitud, etc.
En su condición de abogado en ejercicio, mucho antes
de ser primer mandatario de su país, le correspondió llevar el mismo día y ante
el mismo tribunal dos asuntos contenciosos muy parecidos.
En ambos casos hizo planteamientos diferentes, pues en
uno actuó como acusador, defendiendo al demandante, y en el otro estaba en la
barra de la defensa de un acusado.
En el primer lance el tribunal acogió su tesis sobre
los agravios sufridos por su cliente. Le dio ganancia de causa en todos los
aspectos planteados y Lincoln se sintió eufórico por esa victoria procesal.
Tres horas más tarde estaba en la barra de enfrente,
representando a un comerciante demandado por sus hechos personales.
Lincoln hizo piruetas verbales para convencer al mismo
juez que conoció el caso anterior sobre la inocencia de su cliente, pero en su
segundo discurso forense eran evidentes las contradicciones con la forma
expresiva que argumentó en horas de la mañana.
Concluidos los debates, y antes de dictar su fallo, el
juez actuante, dejando de lado lo que en Derecho se conoce como la casuística, le
preguntó de manera algo socarrona a Lincoln sobre su ambivalencia jurídica.
Quien luego se convirtió en una figura histórica de
alcance mundial le dio una respuesta que se convirtió en un clásico del
anecdotario judicial mundial:
-“Magistrado, esta mañana pude tener errores
conceptuales, pero ahora, en este segundo caso estoy seguro que tengo la
razón.”
Luego de 133 años de su muerte una anécdota surgida en
el 1998, por un escándalo sexual en la Casa Blanca (suceso Clinton-Lewinsky),
hizo reaparecer en la escena pública estadounidense la sagacidad que tuvo Lincoln como abogado:
Entonces se hizo popular una comparación anecdótica:
Lincoln nunca mentía. Nixon nunca decía verdad y Clinton no reconoce diferencia
entre verdad y mentira.
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