MACABÓN, GOBERNADOR DE SAMANÁ
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El
general Moisés Alejandro Anderson, mejor conocido como Macabón, comenzó su vida
pública como jefe de una pequeña embarcación comercial que realizaba viajes de
cabotaje en el Atlántico y el Caribe dominicanos.
En
esa chalupa prestó valiosos servicios de apoyo logístico a los patriotas que
ganaron la Guerra de Restauración, llevándoles mensajes, alimentos y armas en
el trayecto marítimo que cubre desde la bahía de Manzanillo hasta la península
de Samaná.
En
esas labores corría un gran riesgo porque la costa norte del país estaba
entonces vigilada por barcos y espías españoles que se movían desde Cuba,
Puerto Rico y otros territorios insulares cercanos.
Para
esa época Macabón era un treintañero en quien latía un sentimiento de amor a la
tierra que acogió a sus padres y abuelos llegados de los sureños campos cañeros
y algodoneros de Virginia, Georgia, Alabama y Luisiana, en los EE.UU.
Cuando
Ulises Heureaux, alias Lilís, llevaba varios años encaramado en el poder
decidió nombrar a Macabón como gobernador de Samaná, transformándose este en un
eficiente administrador de la represión gubernamental.
En
ese alto cargo, que abarcaba gran parte del nordeste dominicano, fue tan
despiadado como su jefe. Tuvo un comportamiento muy diferente a sus hermanos
Elías, Carlos y Jeremías Anderson, quienes no comulgaban con sus abusos.
Algunas
de las anécdotas con filo político ocurridas en la pesada dictadura lilisista
salieron de la mente retorcida y el accionar público siniestro de Macabón.
Al
poco tiempo de su dicha designación lanzó de manera teatral unos planazos en
una rústica mesa que le servía de escritorio, y alzando la voz sentenció con su
particular sintaxis ajena a las reglas del idioma castellano, (“un patuá
picaresco”) que en Samaná él era “ley, batuta y constitución.”
Cuando
algún enemigo del régimen era llevado a su presencia decía con un deleite
macabro: “Pirata y náufrago es la misma cosa”. De inmediato tronaba, con su
típica grosería, con esta orden funesta: ¡“fusílenlo!”
Acostumbraba
a decir en forma burlona que las elecciones eran libres, y que cada cual votaba
por quien quisiera. Sin embargo, al mismo tiempo, tornando los ojos y moviendo
la mandíbula, proclamaba en forma amenazante: “Pero ay del que no vote por el
general Lilís...”
Ese
general Macabón fue el mismo que en una ocasión envió a Santo Domingo a decenas
de infelices mozalbetes ganapanes, desdichados hijos del arroyo, capturados en
veredas y callejones del territorio peninsular de Samaná, para que sirvieran
como soldados del ejército particular del presidente Heureaux.
Confió
la custodia de los mismos a su ayudante de campo, portador ante el sátrapa
Lilís de este un mensaje anecdótico: “Ahí le envío esos voluntarios, devuélvame
la soga.”
Macabón
era muy diferente a otro samanés también lilisista llamado Peter Van der Horst,
cuya decencia, hombría de bien y alto sentido de la responsabilidad fue motivo
para que se le tronchara su carrera de
legislador.
Como
anécdota vale decir que relatos de antaño revelan que Peter Van der Horts se
trasladaba a pie desde Samaná hasta Santo Domingo para cumplir con su deber
como congresista.
Al
discutirse en el congreso una propuesta presidencial para subir los impuestos
Van der Horts votó en contra. De inmediato Lilís lo encaró advirtiéndole con
palabras absurdas que ese era un deseo colectivo (“el reloj público” alegaba) y que por eso el pueblo de Samaná no lo
reelegiría como su representante en las próximas elecciones.
Demás
está decir que Lilís usó sus conocidas marrullerías para que el honrado y
valiente Peter Van der Horts perdiera su escaño congresual.
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