domingo, 10 de julio de 2022

MACABÓN, GOBERNADOR DE SAMANÁ

 

MACABÓN, GOBERNADOR DE SAMANÁ


POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES


El general Moisés Alejandro Anderson, mejor conocido como Macabón, comenzó su vida pública como jefe de una pequeña embarcación comercial que realizaba viajes de cabotaje en el Atlántico y el Caribe dominicanos.

En esa chalupa prestó valiosos servicios de apoyo logístico a los patriotas que ganaron la Guerra de Restauración, llevándoles mensajes, alimentos y armas en el trayecto marítimo que cubre desde la bahía de Manzanillo hasta la península de Samaná.

En esas labores corría un gran riesgo porque la costa norte del país estaba entonces vigilada por barcos y espías españoles que se movían desde Cuba, Puerto Rico y otros territorios insulares cercanos.

Para esa época Macabón era un treintañero en quien latía un sentimiento de amor a la tierra que acogió a sus padres y abuelos llegados de los sureños campos cañeros y algodoneros de Virginia, Georgia, Alabama y Luisiana, en los EE.UU.

Cuando Ulises Heureaux, alias Lilís, llevaba varios años encaramado en el poder decidió nombrar a Macabón como gobernador de Samaná, transformándose este en un eficiente administrador de la represión gubernamental.

En ese alto cargo, que abarcaba gran parte del nordeste dominicano, fue tan despiadado como su jefe. Tuvo un comportamiento muy diferente a sus hermanos Elías, Carlos y Jeremías Anderson, quienes no comulgaban con sus abusos.

Algunas de las anécdotas con filo político ocurridas en la pesada dictadura lilisista salieron de la mente retorcida y el accionar público siniestro de Macabón.

Al poco tiempo de su dicha designación lanzó de manera teatral unos planazos en una rústica mesa que le servía de escritorio, y alzando la voz sentenció con su particular sintaxis ajena a las reglas del idioma castellano, (“un patuá picaresco”) que en Samaná él era “ley, batuta y constitución.”

Cuando algún enemigo del régimen era llevado a su presencia decía con un deleite macabro: “Pirata y náufrago es la misma cosa”. De inmediato tronaba, con su típica grosería, con esta orden funesta: ¡“fusílenlo!”

Acostumbraba a decir en forma burlona que las elecciones eran libres, y que cada cual votaba por quien quisiera. Sin embargo, al mismo tiempo, tornando los ojos y moviendo la mandíbula, proclamaba en forma amenazante: “Pero ay del que no vote por el general Lilís...”

Ese general Macabón fue el mismo que en una ocasión envió a Santo Domingo a decenas de infelices mozalbetes ganapanes, desdichados hijos del arroyo, capturados en veredas y callejones del territorio peninsular de Samaná, para que sirvieran como soldados del ejército particular del presidente Heureaux.

Confió la custodia de los mismos a su ayudante de campo, portador ante el sátrapa Lilís de este un mensaje anecdótico: “Ahí le envío esos voluntarios, devuélvame la soga.”

Macabón era muy diferente a otro samanés también lilisista llamado Peter Van der Horst, cuya decencia, hombría de bien y alto sentido de la responsabilidad fue motivo para  que se le tronchara su carrera de legislador.

Como anécdota vale decir que relatos de antaño revelan que Peter Van der Horts se trasladaba a pie desde Samaná hasta Santo Domingo para cumplir con su deber como congresista.

Al discutirse en el congreso una propuesta presidencial para subir los impuestos Van der Horts votó en contra. De inmediato Lilís lo encaró advirtiéndole con palabras absurdas que ese era un deseo colectivo (“el reloj público” alegaba)  y que por eso el pueblo de Samaná no lo reelegiría como su representante en las próximas elecciones.

Demás está decir que Lilís usó sus conocidas marrullerías para que el honrado y valiente Peter Van der Horts perdiera su escaño congresual.

 

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