GENERAL CABRAL Y
LUNA: PATRIOTA ILUSTRE (y 2)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El general José
María Cabral y Luna fue un campesino
sancristobalense educado en Liverpool, la famosa ciudad marítima del noroeste
de Inglaterra.
Tal vez en aquella
fría tierra británica adoptó su actitud sosegada y sus largos silencios
semejantes a los de un ermitaño.
Participó con
papeles protagónicos en las luchas que durante años libró el pueblo dominicano
para consolidar su independencia. Fue el
más entusiasta y prominente de los fundadores del Partido Azul.
Se le reconoce ser
el responsable de elaborar muchas de las
tácticas eficaces de las luchas restauradoras que culminaron con el plan
estratégico de derrotar a los ocupantes españoles.
Culminó su vida
apegado a los valores patrios, combatiendo la sanguinaria dictadura baecista en
la guerra de los Seis Años. Ese fue un período nefasto de la historia
dominicana, en el cual héroes de antaño se convirtieron en villanos.
En esa época los
baecistas o rojos que combatían en la manigua sureña eran motejados como
sandolios y a los enemigos de Buenaventura Báez, arremolinados en el partido
Azul, les apodaban cacoces.
El general Cabral
y Luna combatió sin tregua el propósito de Báez y su claque que pretendían anexar el país a los Estados
Unidos de Norteamérica.
La historiografía
dominicana, en gran parte romántica, tradicional y adocenada no se ha atrevido
aún a desmitificar, como corresponde, a muchos traidores.
Está comprobado
que los historiadores santanistas y baecistas, en su papel de consumados
amanuenses, con la clavija de un falso patriotismo y con vuelos de alas cortas,
lo han tergiversado todo. Eran y son especialistas en la recurrente táctica de
abonar el terreno con escupitajos de mentiras para enterrar honras de aquellos
que no se prosternaban ante los designios proditorios de Santana y de Báez.
En contraposición
de esa práctica malsana muchos rufianes fueron nimbados con el rugido sonoro de
un falso pedestal de proceridad histórica, lo cual es socialmente todavía más
negativo. En el presente otros cultivadores de la mendacidad y de la nostalgia
de los caudillos Santana y Báez han continuado esa antinomia lacerante. Por eso
son necesarias las rectificaciones y cribaciones históricas.
Cabral fue
descrito por el historiador Sócrates Nolasco así: “alto y seco, sobrio y frío,
de templanza admirable y de admirable entereza en los padecimientos…Es difícil
encontrar otro libertador de América tan paciente para leer injurias contra su
reputación sin conmoverse ni contestarlas.”
Al resaltar el
perfil patriótico del guerrero Cabral agrega lo siguiente: “La Guerra de los
Seis Años no debe ser considerada como una de nuestras contiendas civiles, sino
la tercera guerra para sostener la independencia de Santo Domingo…” 6
Es importante
divulgar que Nolasco fue un minucioso esclarecedor de muchas páginas de la
historia nacional referentes a batallas, combates, escaramuzas y hechos
acontecidos en el Sur dominicano y, además, fue reivindicador del valor y la
integridad de personajes que desarrollaron sus actividades de armas en esta
zona del país.
De José María
Cabral dice otro de sus biógrafos (Cassá) que: “Probablemente en todas las
guerras que se sucedieron a lo largo del siglo XIX no se encuentre otro jefe
militar que superara el coraje de Cabral...Estaba revestido de un sentido
estricto de honradez...Nunca temió quedarse solo defendiendo la libertad de la
patria.” 7
Siendo la guerra
un roce permanente con la muerte (ese efecto terminal de cada ser vivo que
algunos describen con patas peludas, pezuñas largas y empuñando en una mano un
tridente y en la otra una guadaña) hay que imaginarse el valor infinito y las
profundas convicciones de amor a la Patria que adornaban la personalidad de ese
gran dominicano que fue José María Cabral y Luna, quien nunca rehuyó decir
presente en decenas de combates donde predominaban las granizadas de balas, con
su olor a pólvora y el resplandor de un fuego mortal.
Al analizar los
aspectos principales de los volúmenes del tratado De la Guerra, del eminente
historiador militar Carl von Clausewitz, y comprobar con documentos históricos
fidedignos e irrefutables el despliegue de pasión, cálculo e inteligencia que
en el fragor de los combates distinguía al general José María Cabral y Luna,
hay que convenir que entre ambos estrategas guerreros había una perfecta
sintonía de pareceres, a pesar de que el prusiano murió 13 años antes de que el
dominicano brillara en los campos de la guerra liberadora dominicana, tal vez
sin conocer la voluminosa obra de aquel.
Cabral siempre
impuso su capacidad militar aunque algunos pocos, en clave de mezquindad, han
pretendido torcer el curso de sus hazañas como táctico y estratega. Para el
sabio doctrinario militar Carl von Clausewitz la guerra “constituye un acto de
fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad”.
Esa reflexión está en plena armonía con el accionar marcial del general Cabral
y Luna.
Este guerrero de
pies a cabeza se lanzaba de hoz y coz al combate, vibrando sin cesar bajo el
fuego de los cañones enemigos. En cada combate actuaba como si el riesgo de
morir fuera cero.
Mientras eso hacía
este titán de nuestras libertades, sus detractores estaban en confortables
zonas capitalinas ejerciendo su cotidianidad como “señores del placer, de
chambergos con vistosas plumas, de blancas gorgueras y elegantes
ferreruelos...”, para decirlo con las palabras que en febrero de 1918 utilizó,
para referirse a otros individuos, el insigne periodista, soldado y escritor
vegano de gran valía antillana Lorenzo Despradel Suárez, el gran patriota
Muley.
Hay pruebas a borbotones
que comprueban que el general Cabral siempre estuvo dispuesto a cumplir su cita
en Samaria. Dicho esto para recordar la célebre fábula del siglo IX
escenificada en el suroeste asiático y protagonizada por la muerte, un mercader
de Bagdad y su criado.
En una proclama hecha el 24 de diciembre de 1860, el
general José María Cabral, frente a los aprestos ya visibles de Santana para
vender a España la soberanía dominicano, expresó entre muchas y jugosas
reflexiones que son material de historia, lo siguiente: “ Dominicanos:
Constancia, valor, patriotismo…Señaladme un puesto, un lugar cualquiera y al
instante estaré con vosotros. Quiero ser de los primeros en combatir, en
triunfar o perecer. Mi sangre es de la Patria….escarmentemos para siempre a los
traidores.”8
Generalmente se le
apodaba el Protector. Federico Henríquez y Carvajal lo calificó como el
“Cromwell imposible”9.
Cabral fue
presidente de la República en dos ocasiones. La primera vez ascendió al solio
presidencial el 4 de agosto de 1865, con el título de Protector de la
República. La segunda oportunidad fue el 22 de agosto de 1866, sustituyendo
entonces al triunvirato integrado por los generales Gregorio Luperón, Pedro
Antonio Pimentel y Federico de Jesús García.
En las lides
políticas perteneció al Partido Azul, entidad de factura liberal y de corriente
nacionalista. Era también el partido de Gregorio Luperón y Ulises Francisco
Espaillat, entre otras grandes figuras de la vida pública dominicana.
En sus
administraciones presidenciales “la mayoría de los hombres que acompañaron a
Cabral en su gabinete, y en los demás empleos del Estado, eran honrados y de
muy buenas disposiciones. Muy pronto hubo economías en la hacienda y orden en
todos los ramos de la cosa pública.”10
Cabral y Luna
nunca fue un figurante de la guerra ni usó evasivas para posponer la muerte,
como hicieron muchos que aparecen en las páginas de nuestra historia con
méritos añadidos y protagonismo inmerecido.
Cuando se verifica
la densa hoja de servicios públicos del general Cabral y Luna se comprueba que
debajo de su perfil taciturno había un formidable administrador de su torrente
de energías interiores. Eso quedó demostrado de manera elocuente, entre otros
muchos hechos, cuando al frente de 200 dragones se dirigió a la finca de El
Prado, en El Seybo, e hizo preso y condujo hasta Santo Domingo al general Pedro
Santana.
Cabral articulaba
meticulosamente sus tácticas bélicas, las cuales transformaba al momento de la
acción en el rugido de un trueno incontenible contra sus enemigos, que los
había de todos los pelajes: haitianos, españoles y seudos dominicanos, de esos
definidos como vendepatria.
Sus críticos han
sacado a relucir el intento de arrendamiento de la Bahía de Samaná. La realidad
sobre ese tema es que fue un desliz de corto aliento, un bandazo episódico en
su segundo mandato, que por cierto fue sometido al acoso implacable e
irracional de los baecistas.
Afortunadamente
eso no cuajó. Tampoco opacó su figura de alto perfil histórico, a pesar de que
algunos historiógrafos y cagatintas filo baecistas y santanistas han
desencadenado en su contra los demonios del odio.
Varias veces tuvo
que emprender el camino del exilio, pero siempre pensando en luchar por su
país. El 28 de abril de 1866 lanzó desde Curazao una proclama al pueblo
dominicano, que lo retrata de cuerpo entero.
En efecto, en esa
ocasión Cabral dijo, entre otras cosas, lo siguiente: “…me encontrará, pero al
lado de los amigos fieles de la República, en el bando de los buenos servidores
de la Patria, y finalmente al lado de los que han combatido y combatirán
siempre por la libertad y las garantías sociales que deben ser la base de
nuestras instituciones….”
El ponciopilatismo
de algunos cronistas y el linchamiento moral que de él hicieron otros no podrán
jamás descabalgarlo del pedestal de sus méritos como combatiente por la
libertad dominicana ni impedir que el nombre de José María Cabral y Luna quede
bien valorado en las páginas de la historia nacional.
A ese
extraordinario dominicano: “Le quedaba la satisfacción de haber contribuido al
bien de la Patria en lo que le fue posible, sin perseguir riquezas, poder o
gloria…” 11
La figura del
General José María Cabral queda colocada con letras doradas en la historia
dominicana al analizar las múltiples batallas libradas contra los invasores
haitianos, luego de la proclamación de la Independencia Nacional, el 27 de
febrero de 1844; y la epopeya restauradora del pueblo en armas que culminó con
la salida estrepitosa del territorio dominicano de las tropas españolas,
mediante fuga negociada entre el 10 y el 25 de julio de 1865.
En el quinto y último gobierno de Báez, de sólo un
año y meses (del 26-diciembre-1876 al 2 de marzo de 1878), Cabral participó en
la administración pública, conjuntamente
con otros ciudadanos ilustres como José Gabriel García, Mariano Cestero
y Emiliano Tejera, cuyo accionar en la vida pública estaba marcado por la buena
fe y el respeto a los derechos ciudadanos y la soberanía nacional.
Ellos y otros,
creyeron en el mea culpa del hábil político que sus contemporáneos apodaban El
Jabao. Éste había proclamado que haría
un gobierno de bien común, en plena armonía con los principios de la democracia
y en consonancia con los mejores postulados del pueblo dominicano.
En el minuto final
de su agitada existencia el formidable guerrero que fue el general José María
Cabral y Luna bien pudo decir, con merecida satisfacción, lo que aparece en el
primer verso de un clásico poema de Francisco de Quevedo: “Cerrar podrá mis
ojos la postrera/Sombra que me llevare el blanco día.”
Es oportuno
señalar que en la toponimia dominicana existe un municipio que honra la memoria
del General José María Cabral. Es el pueblo antes llamado Rincón y ahora
Cabral.
En el siglo XIX esa
comunidad era un nudo de caminos donde no pocas veces se enfrentaron los
patriotas dominicanos, tanto independentistas como restauradores; contra
haitianos y españoles.
También hubo allí rudos
enfrentamientos entre luchadores por la
libertad del pueblo dominicano y los seguidores asalariados los dictadores y mandones
de turno.
La localidad de
Cabral es carnavalesca. Sus moradores celebran una comparsa anual, con gran
atractivo popular y mucha vistosidad, con participantes de diferentes lugares
del país, dando pie a que en ocasiones en las calles y demás lugares públicos
del pueblo se arme una verdadera tremolina, como si fuera una versión caribeña
del chotis madrileño de Agustín Lara.
Uno de los
símbolos del folklor nacional es el famoso grupo denominado Las Cachúas,
formado por cabraleños que han afianzado durante más de cien años esta
manifestación de la cultura popular. Usan fascinantes vestuarios y una
acentuación de la identidad dominicana por medio de una añeja y llamativa
tradición carnavalesca.
Bibliografía:
1- Las 58 Leyes
del Poder de Juancito Trucupey. Págs. 72 y 73. Publicado en el 2015. José
Miguel Soto Jiménez.
2- Duartes y otros
temas. Pág. 500, Editora del Caribe, 1971.Alcides García Lluberes.
3- Divulgaciones
Históricas. Págs.118 y 128. Impresa en 1989. César Herrera Cabral.
4- Guerra
Domínico-Haitiana. Pág.285. Edición 1957. Emilio Rodríguez Demorizi.
5- Notas
Autobiográficas y Apuntes Históricos del General Gregorio Luperón. Tomo I.
Págs. 292 y 331. Edición 1974.
6- José María
Cabral (el guerrero). Obras completas. Ensayos históricos.Pp449-468. Editora
Corripio, 1994. Sócrates Nolasco.
7- Personajes
Dominicanos tomo I, páginas 373 y siguientes. Edición 2013. Roberto Cassá.
8- Proclama
de Cabral. Reproducida en la Revista Clío No.57-58, año 1945.
9- Seudónimos
Dominicanos. Emilio Rodríguez Demorizi. Editora Taller en 1982.
10- Ibídem.
Gregorio Luperón. Pág. 358.
11- Ibídem.
Roberto Cassá. Pág. 396.
No hay comentarios:
Publicar un comentario