sábado, 6 de febrero de 2021

LA RESTAURACIÓN Y LA ANEXIÓN (y 2)

 

LA RESTAURACIÓN Y LA ANEXIÓN (y 2)

 

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Pareceres sobre la Anexión a España

 

Uno de los héroes claves de la consolidación del proceso independentista dominicano, el general Pedro Santana Familia, en la ocasión nucleando los sectores más conservadores del país, encabezó la fronda de los traidores  que cometieron el matricidio contra la Patria que recién comenzaba su presencia en el concierto de los pueblos libres del mundo.

La parábola vital de Santana demuestra que nunca creyó en los destinos nacionales, y que las jornadas bélicas que encabezó con su peonada seibana se sustentaban en otros motivos.

Una de las tantas pruebas elocuentes que reafirma el criterio de que el nombrado Marqués de Las Carreras nunca pensó en la viabilidad de una República Dominicana libre se extrae de los ataques que lanzó contra Núñez de Cáceres, cuando el 18 de marzo de 1861, en los actos protocolares de la Anexión, dijo ante los nuevos amos neocoloniales sandeces como éstas:

“Sólo la ambición y el resentimiento de un hombre nos separó de la madre patria…La España nos protege…reconoce nuestras libertades…España trae paz a este suelo tan combatido, y con la paz sus benéficas consecuencias.”1

Son múltiples las interpretaciones que desde el primer momento se fueron divulgando sobre los porqué del nefasto acto anexionista. Algunos de manera simulada y otros de forma abierta justifican el desposo de la soberanía que el pueblo dominicano sólo había disfrutado durante 17 años. Once de esos años fueron batallando contra los vecinos del oeste de la isla, que pretendían volver hacia la tierra ubicada al este del río Masacre, alegando unos fueros nulos, inexistentes.

Los hechos históricos no se pueden tapar con la gruesa lona del olvido. Tarde o temprano la verdad aflora. Hay abundante documentación en los archivos coloniales españoles que revelan el disgusto de la Casa Real de España con motivo de la Independencia dominicana de 1844, pues la veían como un comportamiento que podía ser imitado por otros pueblos antillanos que aún estaban bajo su control (Cuba, Puerto Rico).

Al poco tiempo del  glorioso trabucazo de Mella en la Puerta de la Misericordia comenzó un laborantismo para cercenar la libertad del pueblo dominicano. La abundante glosa histórica con relación a esa verdad sin maquillaje recoge los intercambios entre el General Serrano, a la sazón máximo representante de España en Cuba, y emisarios de los hateros y otros conservadores criollos, entre ellos el españolizado Felipe Alfau Bustamante, cuya lucha en los campos de batallas donde se batió contra los haitianos nunca fue por amor a la República Dominicana.

Esas informaciones permitieron al historiador Víctor Garrido hablar de felonía y  sostener que: “La Anexión no fue un acto improvisado. Fue premeditado, deliberado y negociado durante un largo tiempo…No obedeció tampoco a la necesidad de preservarnos, como se ha dicho por algunos.”2

Sobre ese punto de nuestra historia ha escrito abundantemente, y con pruebas de gran valor documental, Luis Álvarez–López, catedrático dominicano en la Universidad CUNY, de la ciudad de New York. Su ensayo histórico sobre la Anexión y la Restauración es una fuente confiable para entender muchos aspectos de ambos hechos que forman parte sustantiva de la historia dominicana.3

La Anexión vista desde el Oeste del Paso de los Vientos

 

El despojo de la soberanía del pueblo dominicano, en el año 1861, fue objeto de gran preocupación en otros pueblos antillanos.

 Se interpretó, con sobrada razón, que se trataba de un hecho que marcaría la voluntad de España en expandir en el Caribe su pasada hegemonía colonial.

El culto investigador cubano Enrique Piñeyro publicó en Francia, en el 1908, un libro titulado “Cómo acabó la dominación española en América”. En dicha obra, bastante abarcativa, se aborda el tema de la Anexión de la República Dominicana a España.

Las opiniones  del historiador Piñeyro son de interés, al margen de que en lo concerniente a nuestro país, al no abrevar en la fuente del sentir de la casi totalidad del pueblo, contiene algunos flecos erráticos y juicios con tintes de falsedad total, al dejar entrever que la Anexión fue una decisión del pueblo, cuando lo cierto es que se trató de una iniciativa prohijada por unos cuantos renegados que no creyeron en el espíritu de combate de los dominicanos.

Sus comentarios sobre la entrega de la soberanía dominicana a España, que todavía tenía los bríos de una potencia, no tienen un valor histórico cerrado, sin importar que ellos no sean producto de una visión chata y tendenciosa, sino más bien el resultado de una falta de investigación sobre los hechos y los intereses que llevaron a Santana y sus secuaces a ese crimen.

Así definió  el referido autor la Anexión: “La reanexión a España de la parte oriental  de la antigua isla Española fue error muy craso y muy grave. Ambas partes procedieron bien engañadas; Santo Domingo creyó obtener con España la paz y tranquilidad que el estado anárquico de la república y el miedo a posibles invasiones del vecino Haití irremediablemente le quitaban; y España imaginó que Santo Domingo sería una colonia más a explotar y gobernar como explotaba a Cuba y Puerto Rico, sin reconocer ni otorgar a sus hijos especie alguna de franquicia local ni derecho político.”4

Otros autores de América Latina también han analizado tanto la Anexión como la Restauración. El grueso de las opiniones sobre ambos hechos históricos se decanta en ensalzar el carácter bizarro del pueblo dominicano, que fue capaz de derrotar de manera contundente a decenas de miles de soldados españoles curtidos en guerras en diferentes lugares del mundo.

 

La curia en la Anexión y en la Restauración

 

Si algún sacerdote quiso mantener de manera solapada su condición de anexionista fue el mismo Pedro Santana quien se encargó de delatarlo, pues el 20 de diciembre de 1862 divulgó una lista de los curas que apoyaban la entrega de la soberanía dominicana a España. Comenzaba con el célebre hombre de mundo Gabriel Moreno del Christo; quien con alzacuello y otros ornamentos clericales llevó una vida sibarita, y concluía con Francisco Xavier Billini.5

El padre Francisco Jaxier Billini fue un anexionista de primera hora y así se mantuvo cuando ya la bandera tricolor dominicana volvió a ondear con el simbolismo que ella representa.

Los más gruesos calificativos negativos, pero realistas, hacia Billini los expresa José Luis Sáez Ramo, un culto historiador y sacerdote jesuita que dirige el Archivo de la Catedral Metropolitana, quien maneja abundantes documentos sobre el pasado eclesiástico criollo y  quien a su vasta cultura une un espíritu justo y sereno al momento de hacer la exégesis de la actuación de personajes católicos del pasado dominicano, importándole poco el espeso maquillaje con que estén revestidos como figuras connotadas, siendo muchos de ellos perfectos sepulcros blanqueados.

Contrario a Billini, Fernando Arturo de Meriño defendió al principio la Independencia Nacional. Cuando ya estaban abiertas todas posibilidades de que se le diera un zarpazo a la libertad conquistada por el pueblo dominicano, como en efecto ocurrió el 18 de marzo de 1861, cuando bajó a ras de suelo la bandera confeccionada por Concepción Bona y subió hasta la cúspide de un mástil el lienzo de España, el Arzobispo Fernando Arturo de Meriño no se anduvo por las ramas.

 El 27 de febrero anterior, aniversario de la Patria, frente a Pedro Santana Familia, apodado el Chacal de Guabatico, Meriño habló del egoísmo, como una filosofía subversiva, que se anida y queda simbolizado en la pasión por incentivos poderosos. En  esa misma pieza oratoria sostuvo que el patriotismo es la primera de las virtudes cívicas y el lazo fraternal que estrecha a los hijos de un mismo país.6

Luego, tal vez por los avatares de su existencia en el exilio, Meriño tuvo una deriva en su pensamiento, como se comprueba sin anfibología de ningún tipo en la misiva que le remitió desde su canonjía en Puerto Rico, el 16 de agosto de 1863, a su amigo Carlos Nouel.7

Incluso, por la verdad histórica, se impone decir que el Padre Meriño “prestó juramento de fidelidad a S.M. y a las leyes del Reino”, tal y como consta en un ensayo sobre la Anexión, de la autoría del historiador Alcides García Lluberes.8

Poniendo en perspectiva, o más bien en su justo lugar, los hechos de nuestro pasado, en este caso específico la Anexión y la Restauración, se impone recordar, en medio de las anomias del presente, a un educador y ensayista de la calidad de Enrique Patín Veloz cuando al exponer sobre el complejo de Concho Primo lo sintetizó así:

“Es el conjunto de pensamientos prejuiciosos originados por el estilo de vida de nuestros antepasados durante el período revolucionario de nuestra historia.”9

Bibliografía:

1-Discurso del 18 de marzo de 1861.Pedro Santana Familia.

2-Los Puello. Editora Taller, 1974.Víctor Garrido.

3-Dieciséis conclusiones fundamentales sobre la Anexión y la Guerra de la Restauración (1861-1865). Editora Argos, 2005. Luis Álvarez–López.

4-Cómo acabó la dominación española en América. Editora Rarebook, 2013, (tomado de la edición Garnier Hermanos del 1908).Enrique Piñeyro.

5-Antecedentes de la Anexión a España. Editora Montalvo,1995.P308. Emilio Rodríguez Demorizi.

6-Discurso por el 17 aniversario de la Independencia Nacional. 27 de febrero de 1861.Fernando Arturo de Meriño.

7-Correspondencia de Fernando Arturo de Meriño a Carlos Nouel. 16 de agosto de 1863.

8-De la Era de la Anexión. Revista Clío. Edición No.90. Mayo-agosto, 1951.P 99.Alcides García Lluberes.

9-Complejo de Concho Primo. Observaciones de nuestra psicología popular. Publicado en el 1950.Enrique Patín Veloz.

 

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