LA RESTAURACIÓN Y LA ANEXIÓN (y 2)
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Pareceres sobre la Anexión a España
Uno de los héroes claves de la consolidación del
proceso independentista dominicano, el general Pedro Santana Familia, en la ocasión nucleando los sectores más
conservadores del país, encabezó la fronda de los traidores que cometieron el matricidio contra la Patria
que recién comenzaba su presencia en el concierto de los pueblos libres del
mundo.
La parábola vital de Santana demuestra que nunca creyó
en los destinos nacionales, y que las jornadas bélicas que encabezó con su
peonada seibana se sustentaban en otros motivos.
Una de las tantas pruebas elocuentes que reafirma el
criterio de que el nombrado Marqués de Las Carreras nunca pensó en la
viabilidad de una República Dominicana libre se extrae de los ataques que lanzó
contra Núñez de Cáceres, cuando el 18 de marzo de 1861, en los actos
protocolares de la Anexión, dijo ante los nuevos amos neocoloniales sandeces
como éstas:
“Sólo la ambición y el resentimiento de un hombre nos
separó de la madre patria…La España nos protege…reconoce nuestras
libertades…España trae paz a este suelo tan combatido, y con la paz sus
benéficas consecuencias.”1
Son múltiples las interpretaciones que desde el primer
momento se fueron divulgando sobre los porqué del nefasto acto anexionista.
Algunos de manera simulada y otros de forma abierta justifican el desposo de la
soberanía que el pueblo dominicano sólo había disfrutado durante 17 años. Once
de esos años fueron batallando contra los vecinos del oeste de la isla, que
pretendían volver hacia la tierra ubicada al este del río Masacre, alegando
unos fueros nulos, inexistentes.
Los hechos históricos no se pueden tapar con la gruesa
lona del olvido. Tarde o temprano la verdad aflora. Hay abundante documentación
en los archivos coloniales españoles que revelan el disgusto de la Casa Real de
España con motivo de la Independencia dominicana de 1844, pues la veían como un
comportamiento que podía ser imitado por otros pueblos antillanos que aún
estaban bajo su control (Cuba, Puerto Rico).
Al poco tiempo del
glorioso trabucazo de Mella en la Puerta de la Misericordia comenzó un
laborantismo para cercenar la libertad del pueblo dominicano. La abundante
glosa histórica con relación a esa verdad sin maquillaje recoge los intercambios
entre el General Serrano, a la sazón máximo representante de España en Cuba, y
emisarios de los hateros y otros conservadores criollos, entre ellos el
españolizado Felipe Alfau Bustamante, cuya lucha en los campos de batallas
donde se batió contra los haitianos nunca fue por amor a la República
Dominicana.
Esas informaciones permitieron al historiador Víctor
Garrido hablar de felonía y sostener
que: “La Anexión no fue un acto improvisado. Fue premeditado, deliberado y
negociado durante un largo tiempo…No obedeció tampoco a la necesidad de
preservarnos, como se ha dicho por algunos.”2
Sobre ese punto de nuestra historia ha escrito
abundantemente, y con pruebas de gran valor documental, Luis Álvarez–López,
catedrático dominicano en la Universidad CUNY, de la ciudad de New York. Su
ensayo histórico sobre la Anexión y la Restauración es una fuente confiable
para entender muchos aspectos de ambos hechos que forman parte sustantiva de la
historia dominicana.3
La Anexión vista desde el Oeste del Paso de los Vientos
El despojo de la soberanía del pueblo dominicano, en
el año 1861, fue objeto de gran preocupación en otros pueblos antillanos.
Se interpretó,
con sobrada razón, que se trataba de un hecho que marcaría la voluntad de
España en expandir en el Caribe su pasada hegemonía colonial.
El culto investigador cubano Enrique Piñeyro publicó
en Francia, en el 1908, un libro titulado “Cómo acabó la dominación española en
América”. En dicha obra, bastante abarcativa, se aborda el tema de la Anexión
de la República Dominicana a España.
Las opiniones del historiador Piñeyro son de interés, al
margen de que en lo concerniente a nuestro país, al no abrevar en la fuente del
sentir de la casi totalidad del pueblo, contiene algunos flecos erráticos y
juicios con tintes de falsedad total, al dejar entrever que la Anexión fue una
decisión del pueblo, cuando lo cierto es que se trató de una iniciativa
prohijada por unos cuantos renegados que no creyeron en el espíritu de combate de
los dominicanos.
Sus comentarios sobre la entrega de la soberanía
dominicana a España, que todavía tenía los bríos de una potencia, no tienen un
valor histórico cerrado, sin importar que ellos no sean producto de una visión
chata y tendenciosa, sino más bien el resultado de una falta de investigación
sobre los hechos y los intereses que llevaron a Santana y sus secuaces a ese
crimen.
Así definió el
referido autor la Anexión: “La reanexión a España de la parte oriental de la antigua isla Española fue error muy
craso y muy grave. Ambas partes procedieron bien engañadas; Santo Domingo creyó
obtener con España la paz y tranquilidad que el estado anárquico de la
república y el miedo a posibles invasiones del vecino Haití irremediablemente
le quitaban; y España imaginó que Santo Domingo sería una colonia más a
explotar y gobernar como explotaba a Cuba y Puerto Rico, sin reconocer ni
otorgar a sus hijos especie alguna de franquicia local ni derecho político.”4
Otros autores de América Latina también han analizado
tanto la Anexión como la Restauración. El grueso de las opiniones sobre ambos
hechos históricos se decanta en ensalzar el carácter bizarro del pueblo
dominicano, que fue capaz de derrotar de manera contundente a decenas de miles
de soldados españoles curtidos en guerras en diferentes lugares del mundo.
La curia en la Anexión y en la Restauración
Si algún sacerdote quiso mantener de manera solapada
su condición de anexionista fue el mismo Pedro Santana quien se encargó de
delatarlo, pues el 20 de diciembre de 1862 divulgó una lista de los curas que
apoyaban la entrega de la soberanía dominicana a España. Comenzaba con el
célebre hombre de mundo Gabriel Moreno del Christo; quien con alzacuello y
otros ornamentos clericales llevó una vida sibarita, y concluía con Francisco
Xavier Billini.5
El padre Francisco Jaxier Billini fue un anexionista
de primera hora y así se mantuvo cuando ya la bandera tricolor dominicana
volvió a ondear con el simbolismo que ella representa.
Los más gruesos calificativos negativos, pero
realistas, hacia Billini los expresa José Luis Sáez Ramo, un culto historiador
y sacerdote jesuita que dirige el Archivo de la Catedral Metropolitana, quien
maneja abundantes documentos sobre el pasado eclesiástico criollo y quien a su vasta cultura une un espíritu
justo y sereno al momento de hacer la exégesis de la actuación de personajes
católicos del pasado dominicano, importándole poco el espeso maquillaje con que
estén revestidos como figuras connotadas, siendo muchos de ellos perfectos
sepulcros blanqueados.
Contrario a Billini, Fernando Arturo de Meriño
defendió al principio la Independencia Nacional. Cuando ya estaban abiertas
todas posibilidades de que se le diera un zarpazo a la libertad conquistada por
el pueblo dominicano, como en efecto ocurrió el 18 de marzo de 1861, cuando
bajó a ras de suelo la bandera confeccionada por Concepción Bona y subió hasta
la cúspide de un mástil el lienzo de España, el Arzobispo Fernando Arturo de
Meriño no se anduvo por las ramas.
El 27 de
febrero anterior, aniversario de la Patria, frente a Pedro Santana Familia,
apodado el Chacal de Guabatico, Meriño habló del egoísmo, como una filosofía
subversiva, que se anida y queda simbolizado en la pasión por incentivos
poderosos. En esa misma pieza oratoria
sostuvo que el patriotismo es la primera de las virtudes cívicas y el lazo
fraternal que estrecha a los hijos de un mismo país.6
Luego, tal vez por los avatares de su existencia en el
exilio, Meriño tuvo una deriva en su pensamiento, como se comprueba sin
anfibología de ningún tipo en la misiva que le remitió desde su canonjía en
Puerto Rico, el 16 de agosto de 1863, a su amigo Carlos Nouel.7
Incluso, por la verdad histórica, se impone decir que
el Padre Meriño “prestó juramento de fidelidad a S.M. y a las leyes del Reino”,
tal y como consta en un ensayo sobre la Anexión, de la autoría del historiador
Alcides García Lluberes.8
Poniendo en perspectiva, o más bien en su justo lugar,
los hechos de nuestro pasado, en este caso específico la Anexión y la
Restauración, se impone recordar, en medio de las anomias del presente, a un
educador y ensayista de la calidad de Enrique Patín Veloz cuando al exponer
sobre el complejo de Concho Primo lo sintetizó así:
“Es el conjunto de pensamientos prejuiciosos
originados por el estilo de vida de nuestros antepasados durante el período
revolucionario de nuestra historia.”9
Bibliografía:
1-Discurso del 18 de marzo de 1861.Pedro Santana
Familia.
2-Los Puello. Editora Taller, 1974.Víctor Garrido.
3-Dieciséis conclusiones fundamentales sobre la
Anexión y la Guerra de la Restauración (1861-1865). Editora Argos, 2005. Luis
Álvarez–López.
4-Cómo acabó la dominación española en América.
Editora Rarebook, 2013, (tomado de la edición Garnier Hermanos del 1908).Enrique
Piñeyro.
5-Antecedentes de la Anexión a España. Editora
Montalvo,1995.P308. Emilio Rodríguez Demorizi.
6-Discurso por el 17 aniversario de la Independencia
Nacional. 27 de febrero de 1861.Fernando Arturo de Meriño.
7-Correspondencia de Fernando Arturo de Meriño a
Carlos Nouel. 16 de agosto de 1863.
8-De la Era de la Anexión. Revista Clío. Edición No.90.
Mayo-agosto, 1951.P 99.Alcides García Lluberes.
9-Complejo de Concho Primo. Observaciones de nuestra
psicología popular. Publicado en el 1950.Enrique Patín Veloz.
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