viernes, 9 de septiembre de 2011

EL PAÍS NO PERECERÁ


A lo largo y lo ancho de nuestra agitada vida republicana han surgido voces pesimistas que han cuestionado la posibilidad de que los dominicanos nos mantengamos como una opción válida en el concierto de los pueblos libres.
Se alega que hemos vivido atrapados en una especie de atomización de voluntades que no nos ha dejado desarrollar nuestras potencialidades y que somos un fracaso como nación.

Don Américo Lugo, cuya figura histórica debe ser destacada con el respeto y la dignidad que en vida se ganò, señala en su famoso ensayo “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, editado en el año 1916, que: “El pueblo dominicano no es una nación porque no tiene conciencia de la comunidad que constituye…”

El Dr. Lugo expresó tan fuerte jaculatoria en un momento estelarmente difícil de nuestra vida republicana. La carga de crudeza que acompaña dicha expresión debe mantenerse como una luz roja, de alerta permanente, en la conciencia de los dominicanos; como un reto para todas las generaciones.

En el decurso de nuestra historia, sin embargo, siempre hemos podido salir a flote en medio de las más difíciles adversidades. Esa realidad histórica nos permite decir que la indolencia actual, prohijada adrede desde las instancias gubernamentales, no podrá sepultar el gentilicio dominicano.

Sencillamente no pereceremos. Seguiremos siendo una realidad imbatible, a pesar de todos los pesares, pues como decía Ghandi la fuerza no está en la capacidad física sino en la voluntad indoblegable.
El componente humano de nuestra nación es valiosísimo. Somos un filón inagotable de riqueza humana. En esta etapa finisecular muchas paradojas nos dejan perplejos, pero no debemos cejar en nuestro derecho a la sobrevivencia.
Debemos sí prepararnos para agotar nuestra capacidad de asombro porque se verán cosas con relieves y caracteres insólitos.

El hado de la gracia, con un combinación de truchimanería política le ha dado la oportunidad al Presidente Balaguer para que sea él el que trace los lineamientos generales para nuestra entrada al siglo 21.
Sin embargo, todo indica que él no tiene el más mínimo interés en corregir los entuertos que abaten al cuerpo social dominicano, pues precisamente eso es lo que le ha permitido permanecer en el poder a base de trapisondas de todo tipo.

El está a tiempo de oxigenar la administración pública y sentar cátedra de moralidad, porque no le falta ni talento ni valor cívico para limpiar el país de lo que monseñor Nouel llamó certeramente la polilla palaciega. Pero pedir eso es como arar en el desierto.

Los actores de nuestro drama actual están bien identificados: por un lado están aquellos amanuenses cuya corta moral raya en cero y del otro lado una extraordinaria muchedumbre de hombres y mujeres con una alforja personal repleta de dignidad.

Ello permite decir, sin ser maniqueísta, que el bien se impondrá al mal. No pereceremos como nación. Seguiremos sobreviviendo. El mejor pie de amigo que tenemos los dominicanos de ahora para mirar hacia adelante son las jornadas heroicas que nos legaron nuestros antepasados.

Nuestro país está lleno de valores humanos dispuestos a luchar para salir del atolladero en que malos dominicanos nos han metido.
Los higüeyanos, con la valentía y la intrepidez con que hemos participado en todas las luchas libradas a través de la historia, no podemos ahora llamar a retirada y seguro que aportaremos una buena dosis de fervor dominicanista para honra de nuestros héroes y mártires.

Debemos tener fe, pues, en nuestro porvenir.
Los Nubarrones no podrán borrarnos de la faz de la tierra. Seguiremos siendo viables como pueblo civilizado. Tenemos el privilegio de ser un pueblo joven, y como dice el Papa Juan Pablo Segundo, en la página 134 de su ya famoso libro Cruzando el Umbral de la Esperanza: “En los jóvenes hay un inmenso potencial de bien, y de posibilidades creativas….Tenemos necesidad del entusiasmo de los jóvenes.”

El cañón de la alarma de nuestra crisis actual debe ser acicate y aliento. Jamás deberá ser ni tragedia ni pesimismo.
El espíritu crítico debe emplearse para enterrar todo lo que huele a moho y anacronismo.
Veamos nuestro presente y proyectemos el futuro con criterio perspicaz, como quien dice escalera arriba; dejando atrás, en el sótano del olvido, el enanismo mental que tanto daño nos ha hecho.

Teófilo Lappot Robles
Publicado en el periòdico El Cometa, el 27 de marzo del año 1995.

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