sábado, 3 de septiembre de 2011

VIAJANDO POR EL SUR DE REPUBLICA DOMINICANA

Esta crónica se desarrolla en una sola jornada, lo cual no es usual en descripciones de viajes, razón por la cual es importante señalar de entrada que muchas cosas se me quedarán en el tintero, como se dice popularmente.
Sin embargo, tal vez no sea un atrevimiento lo que me propongo más adelante, pues, sin ninguna pretensión, me limitaré a plasmar las impresiones captadas en un viaje por una porción del sur del país durante un día y parte de su noche.
Bueno es recordar ahora que una obra fundamental en la literatura universal,Ulises,del célebre escritor irlandés James Joyce, abarca, en centenares de páginas, el recorrido que el 16 de junio de 1904 hizo Leopold Bloom por lugares ya famosos de la ciudad de Dublín.

En efecto, el día 3 de mayo del año 2007, a las 5:15 de la mañana, entre claro y oscuro, salimos desde Santo Domingo el Lic. Félix Ruiz Sánchez, el Ing.Miguel Restituyo y quien esto escribe, en un viaje de trabajo hacia el punto geográfico ubicado más al oeste del país: Pedernales.
El lugar de partida para tan fascinante viaje fue el más hermoso balcón marino que ojos humanos puedan ver, que a mi juicio lo es el malecón de la ciudad de Santo Domingo.
Fue deslumbrante contemplar el majestuoso espectáculo visual del alba, cuando casi se asoman los rayos luminosos del Sol para estrellarse con los hilos ondulantes del cuerpo de agua marina del Mar Caribe. Lo que ví allí era una atmósfera de ensoñación indescriptible. Una verdadera performance de la naturaleza.
Ciertamente estábamos ante un bello amanecer, observando los pajaritos que tienen su hábitat en las palmeras del Malecón trinando y revoloteando, y a los madrugadores que caminan en el más grande paseo de toda el área del Caribe. Divisamos en lontananza las siluetas de algunas embarcaciones, grandes y pequeñas, unas que se acercaban y otras que se alejaban de los puertos vecinos.
A esa hora todavía el pesado tráfico vehicular de la gran ciudad no se hace sentir.
Nuestra salida del casco urbano fue rápida. En pocos minutos estábamos atravesando el río Haina, otrora un verdadero tesoro ecológico, por su configuración orográfica, por la importancia de su cuerpo de agua y por la hermosa historia que lo acompaña desde antes de que aquí llegaran los colonizadores españoles. Muchos hitos de nuestra historia ocurrieron en sus riberas y en su estuario. En su dársena, frente al Mar Caribe, hay un apostadero de pequeñas embarcaciones y unos metros más adelante están los dos puertos de Haina, principal lugar de entrada de mercadería extranjera al país.
Con pena hay que consignar que desde hace varias décadas este gran río está contaminado. La polución ambiental ha sentado sus reales en su lecho.
Después de cruzar este importante río atravesamos por los frentes de los pobladitos de Barsequillo, La Pared, El Carril, Hatillo y la parte norte de Haina. Los ríos Nigua y Yubazo son simples recuerdos de lo que en el pasado fueron.
Antes de las seis de la mañana los vendedores de carne de chivo y víveres estaban preparándose para recibir a sus clientes, nativos y forasteros. Faenar este tipo de carne es típica de esta zona del país.
San Cristóbal es una ciudad emblemática por múltiples razones. Es cuna de la primera Constitución de la República, aprobada el 6 de noviembre del año 1844, por decisión de la Constituyente que presidió Manuel María Valencia. De ahí que se puede decir que esta villa blasonada dio origen al tinglado constitucional que nos rige, a pesar del famoso artículo 210 que el dictador en cierne Pedro Santana hizo que se insertara usando la fuerza de los fusiles y la ominosidad de las bayonetas.
Los orígenes de San Cristóbal se sitúan en los primeros años del desembarco de los españoles en este rincón del Caribe, pues fue Bartolomé Colón quien ordenó, en el año 1500, que se fundara aquí un bastión para ensanchar el proceso de explotación de yacimientos de oro, pero tal y como nos relata la historia fue el célebre sacerdote Juan Ayala el que le dio los perfiles de villa al pequeño caserío original.
Esta breve crónica no persigue relatar hechos históricos, pues el propósito de la misma es dar unas breves pincelas de percepciones de un viajero curioso, pero al cruzar por San Cristóbal no puedo olvidar que aquí se construyó el primer ingenio azucarero del Continente Americano, llamado Diego Caballero. Era en verdad un trapiche movido por animales, pero que surtía el efecto buscado por los conquistadores y colonizadores españoles.
Su historia está pletórica de grandes hazañas y de su vientre han surgido desde criminales, como el dictador Trujillo, hasta figuras a quienes la Patria les debe mucho como, por ejemplo, el General José María Cabral, máximo héroe de la célebre batalla de Santomé y el héroe independentista, y también restaurador Coronel José de las Mercedes.

Al abandonar el casco urbano, ya por la entrada de Canastica e Ingenio Nuevo, comenzamos a observar los tarantines donde los lugareños, horas más tarde, colocarían las frutas y viandas que ofrecen en venta a los viajeros.

Esta vez estaban vacíos, pero allí en otras ocasiones he sido tentado con el ofrecimiento de unas sabrosas y aromáticas semillas de cajuil, esa fruta de múltiples usos que en otros lugares también se conoce como marañón.

Este producto de nuestra campiña generalmente provoca en el estómago complicaciones en el enigmático campo de la escatología. Lo que explica en gran medida la tesis del premio Nóbel de literatura Alexis Carrel, quien en su obra la “Incógnita del Hombre” sostiene que el ser humano es esencialmente un aparato digestivo con otros aditamentos.

Luego de atravesar los campos y pintorescos pobladitos más cercanos a San Cristóbal (donde pude contemplar la belleza salvaje de las lomas de Duveoux y la hermosura de grandes extensiones de tierra sembradas de caña de azúcar), continuamos nuestra ruta. Dejamos esa histórica provincia al cruzar el río Nizao, cuyo lecho es permanentemente atacado por las empresas constructoras y por la indolencia generalizada que mantiene nuestro sistema ecológico en grave peligro.
Contemplé con ojos de admiración el verdor del distrito municipal de Paya, donde venden el famoso dulce banilejo, huevos de codornices y frutas y vegetales. Es, en realidad, una estampa bien caracterizada de la tipología de los banilejos, Se trata de una comarca originalmente formada por agricultores y obreros cañeros, situada entre la Cordillera Central y el mar Caribe.
Desde San Cristóbal a Paya la carretera está en construcción, pero eso no impide ver y disfrutar por un lado los gigantescos árboles de amapola florecidos, con sus multicolores semejando un arcoiris vegetal; y por el otro lado en una vertiente de la Cordillera Septentrional, inmensas hileras de pinos serranos. Es un auténtico festival visual que me avivó aun más el espíritu. Allá, a una buena distancia, visualicé una bandada de pájaros que con las ondulaciones de sus alas me hicieron recordar a Juan Salvador y a Pedro Pablo Gaviota, las más famosas gaviotas de la literatura universal, inmortalizadas en el mundo de la fábula por su creador, Richard Bach.
No hay dudas de ningún tipo de que todo nuestro Sur es paradisíaco. Creo, sin exageración, que la mano de Dios hizo filigranas para crear un entorno cuasi mágico.
Luego de atravesar la ubérrima campiña de Paya, con sus amapolas, pinos, mangos, cítricos y vegetales, arribamos a la hermosísima ciudad de Baní, lugar donde tiene su domicilio mi ilustre acompañante, el licenciado Félix Ruiz Sánchez.
De Baní es mucho lo que se puede hablar, pues es uno de los pueblos más emblemáticos del país, con una rica historia desde los albores de nuestra existencia hasta el presente.
Mucha razón tuvo el Lic. Félix Ruiz para radicarse con su familia en esta ciudad que subyuga al que la visita.
Es una de las más antiguas y hermosas poblaciones del país. Según documentos históricos fue fundada el día 3 de marzo del año 1764. Se le identifica también como la perla del sur. Baní fue uno de los principales escenarios de las luchas independentistas en la región Sur. El General, que luego fue Presidente de la República, Manuel de Regla Mota, comandó cientos de banilejos que tomaron a Azua para extender hasta allí la lucha por la Independencia Nacional.
Nuestro Padre de la Patria Juan Pablo Duarte estuvo en Baní coordinando con el General Pedro Santana las acciones para preservar, del entonces poderoso ejército haitiano, la Independencia recientemente obtenida. A pesar de ser una población pro española, en los tiempos de la Anexión, algunos de sus hijos más preclaros desempeñaron un papel importante en la lucha restauradora, como fue el caso de los señores Francisco Gregorio Billini y Marcos A.Cabral. Está situada en las estribaciones meridionales de la Cordillera Central. Tiene inmensas llanuras, extensas lomas y hermosas playas. Las presas de Jigüey, Aguacate, Valdesia y el contraembalse de Las Barias se surten de sus aguas. Es bueno resaltar que el nombre Baní significa abundancia de agua. Sus calles son de las más limpias de toda la República. Su parque central es bellísimo y luce bien cuidado. Es gran productora de ganado vacuno, plátanos, cítricos, legumbres, cebolla, ajo, ajíes, arroz, tomate, café, cacao, sal. Posee Las Dunas, que son una reserva científica designada con el nombre de mi ilustre compueblano, el higüeyano Félix Servio Ducoudray. Tiene también la Bahía de La Caldera, donde hay un astillero para construir y reparar barcos y donde la Marina de Guerra tiene una de sus principales bases navales. Posee varias agroindustrias y parques de zona franca. La patrona del pueblo es Nuestra Señora de Regla. Tiene un Obispo como cabeza de la Iglesia de allí. El libertador de Cuba Máximo Gómez nació en Baní.Cinco presidentes de la República fueron banilejos (de nacimiento, de origen o por adopción), ellos fueron: Eladio Victoria, Jacinco de Castro, Manuel de Regla Mota, Marcos A. Cabral y Francisco Gregorio Billini.
Sería demasiado prolijo enumerar la lista de otras grandes personalidades nativas de Baní que han hecho grandes aportes al país a través de los años, por lo que me limitaré a mencionar a algunas de las más sobresalientes: el prestigioso periodista Rafael Herrera, el político Pedro Valverde, el legendario general Lucas Díaz, el jurista y presidente de la Suprema Corte de Justicia Hipólito Billini, la distinguida profesora y escritora Daisy Betancourt de Baroni, el famoso poeta Héctor Incháustegui Cabral, el cuentista y poeta Ramón Lacay Polanco, el político y escritor Héctor Pérez Reyes, el pintor Gilberto Hernández Ortega, el pintor muralista y patriota José Ramírez Conde, el General y político Braulio Alvarez, el historiador César Herrera Cabral, el patriota Huascar Tejeda, el diplomático Fabio Herrera Cabral, el obispo Rafael Bello Peguero, la cantante Alicia Baroni Bethancourt, el internacionalista Eudoro Sánchez y Sánchez, el eminente médico Ramón de Lara y el sociólogo Dagoberto Tejeda.
El escritor Joaquín Balaguer dijo de Baní que: es “la flor de la República.” Hostos, a su vez expresó que es “un verdadero paréntesis etnológico”. Emilio Rodríguez Demorizi expresó que era “la Canaria dominicana.”

Al salir de la ciudad alcancé a ver la entrada del apacible poblado de Cañafistol, luego la comunidad de Galión y la entrada a la sección Las Tablas, lugar donde hay un pequeño centro de veneración a San Martín de Porres, edificado con piedras de la zona. La aridez tiene presencia permanente a ambos lados de la carretera. Aquí comienza a adquirir sus perfiles el paisaje del bosque seco sureño.
En el Cruce de Ocoa está el más célebre parador del Sur, que nada tiene que envidiarle a los que existen en la autopista interestatal 95, en su larguísimo tramo de New York a Miami, o a las no menos célebres autopistas que interconectan la orilla del pacífico norteamericano, desde San Diego, en el extremo oeste de California, hasta Seattle, en la frontera con la Columbia Británica de Canadá.
En ese hermoso, sobrio y limpio lugar, ya de retorno compré queso. Al tirar la vista rumbo a Ocoa uno piensa que es un punto de nuestro geografía donde parece que la tierra y el cielo se juntan. Los mogotes de esta zona fueron teatro bélico donde los dominicanos se vistieron de gloria para derrotar a los invasores haitianos.
Una espesa neblina cubría en horas de la mañana parte de la Cordillera Central en la zona de Ocoa. Es evidente que en esa parte nuestra foresta es promisoria. Lo que uno capta desde lejos es que en ese lugar la flora y la fauna están bien protegidas, lo cual es importante por muchas razones, pero especialmente porque allí nacen varios de los principales ríos de nuestra cuenca hidrográfica.
A poca distancia del referido cruce carretero está, a la derecha, el pobladito conocido como Las Carreras, teatro de la célebre batalla del mismo nombre, ganada por los dominicanos a los invasores haitianos. A la izquierda está el camino que lleva al viajero hacia las hermosísimas comarcas de Villa Fundación, Sabana Buey y Palmar de Ocoa.
Más adelante nos encontramos con un lugar ya famoso por la venta de pilones de diferentes tamaños, así como dulces, cebollín, queso envuelto en yagua, frutas, semillas de cajuil y otros productos de interés para el viajero.
La carretera seguía despejada, lo cual permitía un desplazamiento más distendido, lo cual me dio la oportunidad de aprovechar al máximo la curiosidad que tengo por escudriñar todo lo relacionado con la geografía de los lugares que visito.
En breve tiempo ya estábamos disfrutando de la majestuosa vista de la bahía de Ocoa, que es un hermoso recodo del país, bendecido con encantos naturales inigualables.
Aquel es un lugar realmente hermoso, en el cual la naturaleza se esmeró hasta más no poder y donde la vista no se cansa de contemplar las maravillas de la creación divina. Allí el más arisco de los espíritus se sosega a golpe de placer visual.
Proseguimos nuestra ruta por la llamada recta de Azua, pasamos por la entrada de dos pequeños y hermosos municipios: Las Charcas y Estebanía, ambos famosos por la laboriosidad de sus habitantes y por la belleza excepcional de sus mujeres.
Cuando el astro Sol comenzaba abrirse con sus primeros niveles de intensidad arribamos a la ciudad de Azua de Compostela, la cual es toda historia, partiendo de su propio nombre, que el historiador Emiliano Tejera dice, en su obra Palabras Indígenas de Santo Domingo, que así se identificaba un nitaíno del cacicazgo de Jaragua. Lo de Compostela, dice don Emilio Rodríguez Demorizi que se debe a una hacienda así identificada por su propietario, un mariscal español nativo de Santiago de Compostela, allá en la hermosa Galicia.
El pueblo fue edificado originalmente en lo que ahora es el distrito municipal de Pueblo Viejo, al sur del actual asiento de la ciudad.
Azua es uno de los pueblos fundados por Diego Velásquez, el mismo que luego sería el conquistador de Cuba. Ese hecho se produjo en el lejano año 1504. Esta legendaria ciudad fue incendiada tres veces: En 1805, por orden del general Jean Jacques Dessaline. En 1844 por mandato del general Charles Herrad y en 1849 por voluntad del general Faustino Soulouque, luego que sus tropas fueran derrotadas por el fuego patriótico dominicano, en las batallas de El Número y Las Carreras, tal y como narra Enrique Deschamps en la página 202 de su monumental obra la República Dominicana (Directorio y Guía General), cuya primera edición data del año 1907.
Hace muchos años tuve el privilegio de leer una enjundiosa descripción de curso histórico de este pueblo cuyo autor es el distinguido azuano general Ramiro Matos González, y tengo en mi mente la cronología de hechos históricos que de este pueblo legendario él relata.
Es importante consignar que a principio del siglo pasado Azua era productora de caña de azúcar, e incluso tenía los ingenios Ansonia y El Azuano.
Es importante señalar que lo que antes eran eriales, gracias al sistema de regadío, se convirtieron en tierras productivas y ahora Azua es una de las zonas donde se producen más musáceas de todo el país.
La famosa batalla del 19 de marzo del año 1844 se libró aquí, saliendo derrotadas las tropas invasoras de Haití. Otras muchas batallas tuvieron su epicentro en esta tierra caliente. Tuvimos que librarnos de haitianos y españoles. Tuvimos que luchar primero contra los haitianos para lograr nuestra Independencia y luego contra los españoles para obtener la Restauración de la misma. Caso único en la historia del mundo, pues no se conoce otro país que a pocos años de declarar su independencia haya tenido de luchar de nuevo para restablecerla. En ambas guerras liberadoras el pueblo de Azua fue teatro de la insurgencia y punto luminoso del heroísmo nacional.
Los historiadores coinciden en señalar que en cada pedazo de este pueblo hay una huella de la historia dominicana. Creo en eso, pues Azua siempre ha dicho presente en los momentos decisivos de la Patria.
No nos detuvimos en su centro urbano, pero sí pude contemplar, desde la avenida que conduce hacia el oeste, atisbos de pujanza y dinamismo. Es un pueblo con un encanto especial que deja a muchos visitantes sorprendidos por la multiplicidad de factores, a veces dispares, que la integran.
El imponente cañón que está en uno de sus parques, utilizado para detener la ferocidad de los haitianos, es el símbolo principal de su variada iconografía.
Entre conversación y conversación cruzamos por Los Jovillos y campos aledaños, cuya tierra, ya he dicho, tiene sobre sí inmensas plantaciones de plátanos y guineos.
No puedo dejar de mencionar la honda emoción que sentí al ver desde el llamado cruce del 15 la esplendidez de nuestro sistema montañoso, con sus imponentes picos, sobresaliendo entre ellos la Sierra de Martín García. Desde este punto geográfico, girando hacia el norte, se va a San Juan de La Maguana, Padre Las Casas, Elías Piña y otros pueblos del sur.
En ambos lados de la carretera hacia Barahona se cuelgan pequeños pueblos que impactan a la vista como una viva expresión de nuestras dificultades como país con potencialidades no canalizadas adecuadamente. La miseria se palpa al ver el paisaje urbanístico de estos pequeños poblados, con sus casitas de muñeca, hechas a retazos, sin condiciones para que seres humanos vivan con dignidad. El rostro de la miseria es visible y la desazón arriba al espíritu ante la impotencia del que está consciente de que tenemos un problema secular no superable fácilmente.
Jaquimeyes, Fondo Negro, Canoa, Quita Coraza, Pescadería y Habanero, entre otros, son símbolos demostrativos de que nos falta mucho para superar la pobreza que arropa como una daga maldita a cientos de miles dominicanos.
Cuando ya el día iba tomando sus verdaderas potencialidades matutinas llegamos a la bella ciudad de Barahona, cuya fundación se debe a una orden general haitiano Toussaint Louverture, en el año 1802. Está enclavada en la Bahía de Neyba, que en el pasado fue refugio de cimarrones, piratas, corsarios y bucaneros. La historia narra que hasta el tristemente célebre pirata Cofresí acampó aquí en una de sus correrías. Muchas versiones se tejen sobre su nombre, como ocurre en otros lugares.
Algunos dicen que los españoles denominaron la zona donde está asentada como Bahía Honda y de ahí se derivó el actual nombre, pero otros, en un ejercicio de imaginación semántica, dicen que alguien decidió combinar las medidas de longitud vara y ona y otros dicen que fue en honor a un conde llamado Barahona.
Está edificada entre el Mar Caribe y la sierra del Bahoruco. El río Yaque del Sur desemboca a pocos kilómetros de su lado oriental.
De sus pobladores se dice que son “cuatriboliaos y minosos”, manteniéndose hasta ahora en un enigma el significado de dicha expresión.
Esta provincia tiene varias áreas protegidas, antes de llegar pasamos frente al Parque Nacional Padre Cicero, en la ya mencionada Sierra Martín García; la reserva biológica Padre Miguel Domingo Fuertes, la vía panorámica Mirador de Paraíso y varios corredores ecológicos, como el que va de Cabral a Polo.
Sus calles lucen pavimentadas, aunque aparecen algunas polvorientas. Es el común denominador de nuestros pueblos. Se nota, no obstante, un aire de ciudad principal. Al recorrer algunas de sus calles y su centro urbano se capta que es el nervio central de muchas comarcas diseminadas en su entorno. En verdad es la ciudad principal del suroeste.
Hay gran circulación de vehículos de motor, especialmente motocicletas y camionetas. Aquí tiene su sede el Obispado de Barahona, siendo en la actualidad su titular monseñor Rafael Leónidas Felipe, y es también la sede de la Quinta Brigada del Ejército Nacional, cuya misión esencial es resguardar la frontera sur con la vecina República de Haití.
Este municipio tiene una gran diversidad productiva, puesto que tiene minas de sal, yeso, rocas calizas, larimar, sílice y mármol. Es gran productora de plátanos, caña de azúcar, café, cacao y ganado vacuno.
Es necesario explicar que Barahona es la provincia mayor productora de café del país, actividad que comenzó en el siglo 19, tal y como aparece en la obra titulada “La Evolución Histórica de Barahona”, de José Robert.
Tiene un puerto y un aeropuerto y el turismo comienza a despertar, aunque con muchos tropiezos, pues requiere rápidamente una expansión de la infraestructura hotelera.
Con relación a la industria azucarera es oportuno decir que su siembra también se inició aquí en el siglo 19, con gran auge en el siglo 20; pero los campos cañeros de Barahona fueron abandonados durante varios años e incluso su ingenio fue prácticamente desmantelado. Sin embargo, de nuevo se ha puesto en funcionamiento esta vital industria, lo cual pude comprobar al penetrar al corazón mismo de la zona denominada Batey Central.
Barahona figura en los anales de nuestra historia como un pueblo valiente, que desde siempre ha estado presente en todos los episodios de envergadura nacional. En una ocasión fue sede del gobierno, bajo la presidencia de monseñor Nouel, lugar escogido por él para anunciar su renuncia a la Presidencia de la República.
La historia dominicana no registra, en su abultada alforja, un solo episodio en el que no aparezcan insignes personajes de esta tierra. En cada pulgada de tierra suroestana hay un jirón abonado con sangre derramada en aras de la Patria.
Las sierras y montañas del sur profundo (con preponderancia en esta subyugante ciudad) siempre han sido lugares sagrados desde los cuales la bravura y el patriotismo del dominicano se han manifestado en su máxima expresión.
Por su posición geográfica cercana a la República de Haití, los habitantes de Barahona y los pueblos vecinos, han desarrollado con mayor vigor ese espíritu combativo que les es tan característico.
Estos pueblos, con sabor a historia, son la antesala de la Patria. Son el formidable ante muro que nos recuerda cada día, como un devocionario, que debemos proteger nuestro país, pues por nuestra libertad los valientes que nos precedieron ofrendaron vidas, bienes y comodidades.
Al pisar de nuevo esta tierra no puede uno menos que recordar que las glorias del pasado con epicentro aquí simbolizan el accionar patriótico de lo que ha sido el glosario de nuestras luchas como conglomerado humano. En cada habitante de estas tierras cálidas se observa el orgullo por los antepasados, y se capta, sin tener que hacer un detenido análisis sicológico, una actitud y disposición para defender el único pedazo de tierra en el mundo donde no somos extranjeros.
Es, tal vez, la nota más resaltante que cualquier viajero capta a simple vista cuando se detiene a conversar con cualquier nativo del sur profundo, sin distinguir condición social, credo político o posición religiosa.
Desde aquí se pueden contemplar los perfiles forestales que definen a esta hermosa zona del país, cuya característica principal es el bosque seco, sin dejar de mencionar que también tiene pequeñas unidades de bosque húmedo y que, además, hay una significativa presencia del bosque enano, especialmente con plantas de gran resistencia a las inclemencias del clima fuerte de este lugar. Ejemplo de ello es que pude ver árboles de guazábara y cambrón. Un gran contraste, sin embargo, puede notar el viajero, pues en medio de un tramo árido hay tierra ubérrima, con una fertilidad sorprendente.
Se observan canales de agua que se surten del famoso río Yaque del Sur, uno de los más importantes del país, que nace, como otros tantos, en el corazón mismo de la Cordillera Central.
Mucha tierra antes improductiva ha sido convertida en fértil gracias a la irrigación, ese invento que heredamos de los más antiguos habitantes de la humanidad. La gran producción agrícola de esta zona se debe principalmente a la canalización de sus ríos.
La ciudad luce relativamente limpia, con un pequeño monumento a la entrada que da la bienvenida a los que llegan por la parte este. A pesar de que era temprano en la mañana pude observar mucho movimiento de personas de un lugar para otro en evidente actitud de trabajo y de tareas escolares.
Para pedirle permiso a mis compañeros de viaje y quedarme en Barahona, por unos días, sólo me faltó escuchar un típico merengue de güira y acordeón, la misma que domina la escena musical de tierra adentro con cantos de exaltación a la mujer amada, con rasgueo de guitarra incitando a la bebida, al baile y la pachanga y con quejidos de nostalgia por un amor que irremisiblemente se ha ido, pero ello no era posible ni lógico, ni justo.
Al salir hacia Pedernales, en una camioneta conducida por el señor Danilo Herrera, cruzamos por la sección Santa Elena, lugar donde hay un puesto de chequeo militar y vigilantes forestales. Ya en el lugar denominado Juan Esteban me deleité contemplando una especie de espantapájaros integrado por dos muñecos (cual ventrílocuos en pose de enfrentar a enemigos) que me reveló, una vez más, el gracejo y el gran sentido del humor del pueblo dominicano. Tal vez esa actitud de los dominicanos tenga una explicación sociológica, pues es una manera de enfrentar los avatares de la vida.
Danilo Herrera no sólo conducía sino que también era una especie de eficiente guía “turístico”. Una nota que no puedo dejar de mencionar es que la reina musical del tramo Barahona-Pedernales y viceversa, por gusto exclusivo de ese buen señor, fue una cantante mexicana, caracterizada por su voz ronca y aguardentosa, cuyo nombre es Ana Gabriel.
En pocos minutos nos encontramos frente a la playa Quemaíto y más adelante pasamos por la sección Las Filipinas, en cuya parte alta, tirando al norte, se encuentra una gigantesca mina de Larimar, la única hasta ahora descubierta en el mundo. El licenciado César Amado Martínez De León, distinguido profesional higueyano, ha orientado desde hace muchos años a los mineros de aquí. Esta hermosísima piedra es el sustento de cientos de familias de la zona. Un sindicato de obreros, en sociedad con empresarios, extrae este valioso mineral de las profundidades de la tierra, a través de peligrosas galerías subterráneas. Con este mineral se confeccionan joyas que tienen mucha demanda tanto en el país como en el exterior, e inclusive figuran en pasajes de varias películas, de manera que “Las Filipinas” de Barahona, no el archipiélago del sudeste asiático, han puesto a figurar el nombre del país en los más apartados rincones del Mundo.
Siguiendo nuestro recorrido cruzamos rápidamente por los poblados de Bahoruco y la Ciénaga, los cuales, a pesar de ocupar un espacio privilegiado en nuestra historia, por haber sido escenarios de muchos combates en defensa de la dignidad nacional, presentan (como la mayoría de las comarcas que hemos visto en ambas orillas de la carretera) altos niveles de pobreza; aunque es bueno decir, también, que se nota en el rostro de la gente un vivaz entusiasmo por mantener en alto la cotidianidad propia del diario vivir.
No podemos tapar el Sol con un dedo, como dice el viejo y sabio refrán, y como la realidad es el crisol de la verdad, el viajero que pasa por estos pequeños villorrios tiene necesariamente que recordar, no sin lamento, a Macondo, aquel mitológico pueblo creado por la gran imaginación del más celebrado escritor latinoamericano de las últimas décadas: Gabriel García Márquez, y que precisamente ahora cumple cuarenta años de haberse popularizado.
Luego atravesamos por un puente de hierro identificado como Puente Coronel. Girando la vista hacia la izquierda observé al Mar Caribe hermosísimo y sorprendentemente calmado, cosa extraña pues sus olas casi siempre son asaz turbulentas. Ahí mismo, pero hacia el norte, una hermosa montaña, preñada de árboles, confirma a la vista del viajero la generosidad del Creador.!Cuanta belleza en un mismo lugar!
A unos cuantos kilómetros más adelante llegamos al lugar denominado San Rafael, famoso por lo bravío que es allí el mar, que está a la izquierda de la carretera. A la derecha hay una singular cascada de agua dulce llamada La Virgen, creada por la mano del hombre.
Después, y bordeando el mar al fondo, a través de dos panorámicos miradores, llegamos a Paraíso, pequeña y hermosa población edificada en un promontorio colgante de las estribaciones montañosas que caracterizan la topografía de esta zona.
Paraíso hace honor a su nombre, pues la combinación de mar y montaña la convierten en un lugar idílico para el visitante, aunque es evidente que aquí también se ha instalado la pobreza. Sus habitantes viven básicamente de la caficultora y por información del Lic. Félix Ruiz Sánchez me enteré que también del cultivo de víveres blancos, vale decir, yuca, ñame, yautía, etc. El canal Nizaito es la fuente bienhechora de estas comarcas, sin cuya existencia la vida sería aún más dura para sus habitantes.
Este canal, que recorre un largo trecho, hasta Oviedo, mantiene a buen recaudo el nivel freático de los terrenos dedicados a la producción tanto agrícola como pecuaria de la zona.
Poco después de dejar Paraíso pasamos por el pequeño poblado de Ojeda, cuyo nombre tal vez se deba al conquistador español así llamado. Vi allí varios ejemplares caprinos con sus saltos y berridos, una estampa propia de la existencia bucólica de sus habitantes.
Continuando nuestra trayectoria pasamos por Los Patos, que además de ser un villorrio, aprisionado entre la falda de una loma y el Mar Caribe, posee el que se considera el río de más corto trayecto del país, y tal vez del Mundo, pues su desplazamiento es de apenas unos cuantos metros. Sus habitantes viven de la agricultura de subsistencia, de la pesca y del turismo de fin de semana que se deleita combinando mar y río, en una singular hazaña de la naturaleza.
Reduciendo kilómetros, y rumbo al punto geográfico cuya visita originó este viaje, pasamos por Caletón, La Mercedita (donde hay un puente) para arribar al municipio de Enriquillo (que originalmente se llamó “Petitrós” y fue fundado por los haitianos), en cuyos contornos termina la provincia de Barahona. Este pueblo luce abandonado, con sus calles deterioradas y sucias, la mugre se hace presente en sus aceras y contenes y parece como paralizado en el tiempo. Está enclavado en una colina del lomo de la Sierra del Bahoruco, con inclinaciones hacia el mar, como si se tratara de una especie de vigía insomne que cuida de los peligros externos.
Un hecho impactante para mí allí fue ver a un señor de edad avanzada sentado frente a un colmado tomando alcohol en horas de la mañana de un día laborable. Los antropólogos y sociólogos sostienen que los cementerios son fuentes valiosas para el análisis del comportamiento de los pueblos, y partiendo de esa premisa deseo consignar aquí que el cementerio de Enriquillo está situado frente al mar, tal vez para que las almas que acompañaron a los que se fueron primero puedan navegar junto a la brisa marina y revolotear en esa sagrada ladera inclinada. En este pueblo también la gente vive básicamente de la agricultura, del comercio menudo y de la pesca.
Al salir de Enriquillo, consciente de nuestras epopeyas libertarias, no pude dejar de sentir, en lo más hondo de mi espíritu, las vibraciones del patriotismo que cada uno debe llevar siempre consigo en el cofre de los sentimientos, pues este poblado ha sido importante en nuestras luchas.
Por mucho tiempo fue un bastión de los invasores haitianos. Al pasar por allí recordé que el gran narrador e historiador Don Sócrates Nolasco, que tantos aportes valiosos hizo a las letras nacionales, era nativo de este pueblo. Una de cuyas calles lleva justicieramente su ilustre nombre.
Siguiendo rumbo hacia el extremo oeste observé de nuevo una vegetación típica de tierra con poca reserva de agua en su interior, árida, casi desértica, así como una pequeña ganadería de vacunos, ovinos y caprinos.
Es notorio que la chispa que caracteriza al sureño ha quedado manifestada, también, por la profusión de centros de diversión integrados por discotecas, barras y enramadas propias para fiestas con merengues típicos y el ritmo denominado bachata, lo cual pudimos observar en todo el trayecto de este largo recorrido.
Entre comentarios y chistes llegamos a Juancho, donde comienza la provincia de Pedernales. Este villorio (por no decir el símil del pueblo fantasma de Comala, que con singular maestría describe el brillante escritor mexicano Juan Rulfo)está constituido por dos o tres hileras de humildes viviendas, cuyos habitantes desenvuelven su precaria existencia en medio del polvo, animales domésticos y la pesca artesanal. Sus moradores viven con gran precariedad y requieren con urgencia la intervención del Estado Dominicano para ayudarlos a vivir con dignidad. Allí se deben crear fuentes de trabajo y desarrollar una profunda labor social en diversas vertientes.
Igual debo decir del pobladito vecino, La Colonia. Parecen siameses de una misma desgracia: la miseria carcome a sus habitantes. Los lánguidos rostros que observé me hicieron recordar aquellos personajes catatónicos y desdichados descritos en sus obras por los famosos escritores Fedor Dostoievski, ruso, y Torcuato Lucas de Tena, español.
Al llegar a Oviedo, donde termina el canal Nizaito, según nos informó nuestro útil acompañante y guía Danilo, nos encontramos con un pueblo paralizado en el túnel del tiempo, sin aparente perspectiva de avanzar hacia una mejor forma de vida.
La historia registra que esta comunidad fue fundada a mediado del siglo diecinueve, con el nombre de Trujín, originalmente estaba formada en su mayor parte por haitianos.
Sus calles lucen sucias y polvorientas, el ambiente es lúgubre. No vi sonrisas en los rostros de sus habitantes, lo cual es una prueba elocuente del drama humano en que malviven. En su lado sur está la Laguna de Oviedo, la cual pude ver a distancia, con sus aguas turbulentas. Un sabor amargo se siente al ver como cientos de dominicanos vegetan en una miseria espantosa.
Es evidente que llueve poco en esta zona del país. Esa razón motiva que el llamado bosque seco, que se distingue principalmente por esta compuesto mayormente por una vegetación dura, de arbustos resistentes a las altas temperaturas, domina el panorama.
Desde el interior del bosque seco de Oviedo aparecieron manadas de chivos y ovejos, que le dan una característica especial al recorrido.
Al dejar el poblado de Oviedo nos encontramos con los pobladitos de Los tres Charcos y Manuel Goya, cuya impronta es un símil de la pobreza vista antes. Es más de lo mismo, como se dice cuando la existencia se convierte en lo que los italianos llaman un ritornelo.
Nos internamos en la llamada Sabana de Sansón, la cual está conformada por auténticos andurriales, verdaderos eriales que, sin embargo, con ingenio y voluntad pueden ser puestos a producir y así cambiar la miseria que abate a los habitantes de este deprimido rincón del país. A quienes crean que no es posible sacar provecho a esta tierra dura y hostil debemos recordarles el israelí desierto de Néguev, que por cierto en hebreo bíblico significa seco y sur.
En todo el trayecto de la Sabana de Sansón no se ve una sola casa. Del bosque enano salen, como en otros puntos del trayecto,chivos, ovejas y algunos ejemplares vacunos.
Todavía quedan señales de que las plantaciones de sisal que no hace muchos años eran cultivadas aquí. Hay plantaciones silvestres de cambrones, bayahonda, guaconejo y algunos guayacanes. Es uno de los lugares más inhóspitos del país. La falta de capa vegetal es su gran handicap. Pero debemos recordar que el desierto de Negué, en Israel fue convertido en tierra ubérrima, en un vergel, en un terreno de alta productividad. El ingenio y la voluntad del hombre casi lo pueden todo debajo del cielo.
El conductor del vehículo nos dijo que en esta área existen gran cantidad de plantas medicinales tales como manzanilla, canelilla y uvilla.
Pero no todo es lamento, puesto que al ver la naturaleza de estos contornos y respirar aire puro, llené de emoción cada intersticio de mi espíritu.
Desde Barahona hay escasa circulación vehicular, en todo el trayecto. Sorprendentemente para mí, que esperaba otra cosa, la carretera está, en sentido general, en condiciones aceptables.
Antes de llegar a Pedernales nos encontramos con los llamados pozos ecológicos, que son pequeños manantiales que salen como surtidores de cavidades rocosas, lo que evidencia que por allí corren ríos subterráneos.
A la izquierda está Cabo Rojo, donde hay un puesto de la Marina de Guerra y una hermosa playa, también están las instalaciones de Cemento Andino y de la antigua Alcoa, explotadora de la Bauxita, cuyos beneficios nunca llegaron a Pedernales. Ahora otra empresa explota la piedra caliza. A la derecha se llega al famoso Hoyo de Pelempito, una importante reserva ecológica del país.
Antes del medio día estábamos en la para mí hermosa ciudad de Pedernales, el último núcleo urbano del país en esta zona.
Pedernales lleva ese nombre en honor a su río, que ya es un simple y delgado hilo de agua, por lo menos al cruzar por la común cabecera de la provincia. Hace frontera con Haití y al sur es bañada por las aguas del Mar Caribe.
Esta provincia tiene una de las más bajas densidad poblacional del país, con apenas algo más de veinte mil habitantes, y con un sostenido descrecimiento en los últimos años, lo cual es muy grave por su especial ubicación. Otra característica que no puedo dejar de resaltar es que casi toda su población está en el casco urbano y son muy pocos los campos poblados.
Allí me encontré con mi amigo el DR. Rubén Matos Suárez, un popular dirigente político y comunitario, que fue gobernador de la provincia y en la actualidad se desempeña como juez.
La ciudad luce relativamente limpia y con ciertos movimientos. Vi decenas de escolares saliendo de la escuela básica Bienvenido Morillo. El hospital Elio Fiallo aparenta estar en buenas condiciones, al menos en su fallada principal, pero me enteré allí que es un puro desastre en su funcionamiento por falta de equipos médicos y de mantenimiento. El parque central también está limpio y bien atendido, con muchos árboles y sus bancos lucen bien, al menos desde la distancia en que mi vista lo vivieron.
Pese al fuerte aparataje militar se dice que sus habitantes viven esencialmente del contrabando de mercancías por la frontera con Haití. La pesca y la agropecuaria también son fuentes de empleos para cientos de sus habitantes, así como algunos empleos en la mencionada fábrica de cemento. El turismo es prácticamente nulo, tal vez por la distancia y por el desconocimiento de que este apartado rincón del país es bellísimo. El Parque Nacional Jaragua, que es el más extenso sistema de áreas protegidas del país, está enclavado en gran parte en la provincia de Pedernales. Fue creado en el año 1983. Tiene, como se puede apreciar hasta desde la misma carretera en que transitamos, una gama variada para disfrutar del turismo ecológico, especialmente por sus bosques aún vírgenes.
Es necesario decir, también, que Pedernales tiene una gran zona marina, resaltando la famosa bahía de Las Aguilas, las islas Beata (que es la segunda en tamaño de las adyacentes del país) y Alto Velo y los cabos Beata, Falso y Rojo.
Pedernales fue fundado por decisión del entonces presidente de la República, Horacio Vásquez, en el año 1927, como parte del proyecto de colonización fronteriza. Sus primeros habitantes provinieron de Duvergé, Oviedo y Enriquillo.
Abandonamos la ciudad por el norte, cerca del medio día, rumbo a la sección Los Arroyos, donde conoceríamos una finca de aguacates.
En el trayecto hacia ese lugar observamos (no sin cierta sorpresa por los mitos creados en torno a esa parte del país) muchos predios ganaderos bien atendidos, con empalizadas de alambres de púas y postes vivos, especialmente de piñón cubano y pinos. Al menos en la orilla del difícil camino observé muy pocas plantaciones agrícolas.
Resulta alarmante que por allí hay más haitianos que dominicanos, tal vez con una diferencia de 3 a 1.
Antes de llegar a Los Arroyos pasamos muy cerca de los pobladitos de La Altagracia y Mencía, éste último situado en medio de dos laderas y que lleva su nombre en recuerdo a la esposa del cacique indígena Enriquillo.
Estos pueblitos fantasmas y casi deshabitados son reductos de la dominicanidad en las asperezas de esta zona colindante con Haití.
En el lugar denominado Los Arroyos nos acompañó el agrónomo Santos González, el cual junto con el ingeniero agrónomo Restituyo tenían la misión de emitir su opinión profesional sobre una finca sembrada de aguacate que fue utilizada como pantalla para un engaño crediticio.
Al agrónomo González lo encontramos frente a una escuela de un aula, construida por una organización internacional. Estaba en compañía del profesor Jiménez Mordán, quien nos dijo ser nativo de Las Matas de Farfán y que tenía décadas residiendo en ese apartado lugar, aunque ya había trasladado su familia hacia la ciudad de Pedernales.
Al no ver alumnos allí le pregunté que dónde estaban y su respuesta fue que le había dado el día libre, pues algunos le dijeron que querían ir a recoger café. Nos dijo que él imparte todas las materias de los cursos primero, segundo, tercero y cuarto de la primaria. Muchos de sus alumnos viajan desde las cercanas comarcas haitianas. Tenía sus manos callosas y sucias de tierra y las uñas desfiguradas. No tenía ninguna apariencia de maestro y sí mucho de agricultor. Me informó que en el patio de la escuelita cultivaba plátanos, yuca, ñame, guandules, maíz, auyamas y cítricos, tarea a la cual evidentemente le dedica más tiempo que a la formación de sus alumnos.
Tan patética escena no pudieran imaginársela educadores de la talla de Eugenio María de Hostos,Jottin Cury,Vinicio Cuello Castillo, Ercilia Pepín, Rosa Padua Rodríguez,Nubia De Jesús Reyes, Mariana Olea, Amaury Castro,Zenaida Caraballo, Carmen Moreno, Salomé Ureña, Abigail Mejía y Anacaona Moscoso.
Pasamos por el puesto de vigilancia militar del paraje Bonano, colindante con Haití. Allí estaba apostado un soldado del ejército dominicano, vestido de zafarrancho, con su arma de reglamento.
En el trayecto de Pedernales a Duvergé hay otros puestos militares en Los Arroyos y El Aguacate, que son, en verdad, vigías insomnes que simbolizan la protección a la Patria. La dura realidad es que nuestra frontera terrestre es un colador por donde pasa de todo, desde el tráfico humano hasta contrabando de toda índole, y la culpa no es exclusiva de los soldados destacados por estos predios. Es toda una organización anti nacional de la cual los centinelas no son más que simples eslabones de una gran cadena.
En nuestro trayecto por este recodo del país nos detuvimos a contemplar la limpidez de las aguas del río Mulito. Pequeñas cascadas de agua cristalina caen sobre su lecho, nutriéndolo del líquido vital. También se alimenta de pequeños arroyuelos que como afluentes ensanchan su caudal.
Recorrimos todo el lado oeste de la Sierra de Bahoruco, desde su ladera sur, en el lugar denominado Loma del Toro, hasta su ladera norte, en las inmediaciones de Puerto Escondido.
Pude contemplar con pena los estragos que un gran incendio reciente le hizo a esta reserva forestal. Todavía sale humo y muchos troncos lucen calcinados.
Pero a pesar de esa devastación puedo decir que los interminables pinares, la baja temperatura, la neblina y toda la flora y la fauna que allí existe hace pensar al viajero desprevenido que aquello no puede ser parte de un rincón del caliente Caribe.
Es ciertamente un paisaje idílico y bucólico, en el cual la paz interior se fortalece y el deseo de seguir siendo dominicano encuentra buena acogida.
En la ruta hay muchos letreros que ordenan no hacer fogatas, no cazar aves, no hacer conucos (aunque vimos cebollas esparcidas por el camino que parecían haber sido arrastradas por las aguas que bajaban por las vertientes), no talar árboles y hasta no escuchar música.
Pude observar que debajo de los grandes pinares hay otro bosque de esponjas compuesto por helechos, líquenes y musgos.
Es invaluable el privilegio de conocer esta zona del país. La policromía de una gran gama de verdes que van desde el oscuro hasta el pálido provocan una sensación espiritual única.
Vivimos momentos casi mágicos al contemplar las ondulaciones de esta sierra con el inigualable sol rojizo, con su tenue resplandor al avanzar la tarde.
En esta sierra pude ver pequeños valles intra montanos, gargantas, arroyos, cañadas, mesetas y cuencas de ríos que integran una perfecta orografía. Los ojos de la sorpresa se deleitaron hasta más no poder con todo lo visto. Ni el hambre, que ya nos atacaba, pudo disminuir el entusiasmo de los viajeros.
A mitad del trayecto les dimos “una bola”, como decimos los dominicanos a lo que en otros lugares de América Latina llaman “aventón”, dos obreros haitianos que iban a trabajar a una finca de aguacates, distante cerca de 15 kilómetros desde donde lo montamos.
Esos obreros agrícolas del vecino país hablan español, como la mayoría de los haitianos fronterizos.Fueron gentiles y agradecieron el favor que les hicimos.
Lo cierto es que caminar tantos kilómetros cada día para acudir a su trabajo es una tarea de por sí difícil. Vimos desde la carretera la dicha finca de aguacates, que es de una gran extensión y está dotada de sistema de regadío, con caminos interiores, los árboles frutales estaban frondosos y bien cuidados.
Más adelante pudimos ver unas palmeras gigantescas, que quedan allí como una especie de remedo para que los viajeros piensen que años atrás esta zona era reconocida por sus grandes palmares, que integraban singularmente la población vegetal del Parque Nacional Sierra del Bahoruco.
Siguiendo nuestra ruta alcanzamos a ver, desde lo alto, la majestuosidad del lago Enriquillo, el más grande del Caribe, y cuya agua es más saladas que la del Mar. Es un santuario que recoge en su biodiversidad un conjunto de tesoros ecológicos, piscícolas y de flora y fauna únicas en toda el área del Caribe.
Puerto Escondido es otro de los pequeños poblados que visitamos. Está entre el puesto militar de El Aguacate y la ciudad de Duvergé. Varios militares hacen allí labores de vigilancia. Vimos obreros agrícolas y pecuarios que venían de faenar y algunos de los famosos “motoconchistas” que pueblan toda la geografía nacional.
A escasos kilómetros de Puerto Escondido nos sorprendió gratamente la presencia del río Las Damas, por cuyo nombre fue bautizada en el pasado la ciudad que ahora lleva el apellido del famoso héroe independentista Antonio Duvergé, llamado por un autor El Centinela de la Frontera.
El paisaje entre Puerto Escondido y Duvergé es árido. Las lomas no tienen vegetación. Parece un paisaje lunar.
El río Las Damas es la madre nutricia de esta zona. En su ribera hay un balneario, en el cual vimos varios jóvenes bañándose y preparando una fogata. Parte de sus aguas están represadas, lo que ha permitido hacer una hidroeléctrica que suministra energía.
Junto con el fresco del último tramo de la tarde que ya pedía noche, llegamos, medio cansados y con hambre, a Duvergé. Este pueblo está situado en la orilla sur del Lago Enriquillo, frente a la isla Cabritos. Sus calles lucen limpias y están asfaltadas. No hay mucho movimiento comercial ni vehicular. Sus habitantes lucen tranquilos y amables. Apenas recorridos tres calles y nos colocamos en dirección hacia Barahona, el gran núcleo urbano del suroeste.
En el trayecto pasamos frente al monumento dedicado en honor al Cacique Enriquillo y por las entradas de los poblados denominados Colonia Mixta, Mella, Cristóbal, Salinas y Angostura.
En el pobladito de La Lista compramos un sabroso pan típico llamado bienmesabe y vimos una variada artesanía consistente en sillas y mecedoras en miniatura. La
miseria está presente de manera ominosa en los pobladores
de estas comarcas.
Desde el cruce de Salinas hasta Cabral se disfruta visualmente la serenidad de las aguas de la Laguna de Cabral, en la cual se cultivan peces tanto de agua dulce como de agua salada, en lo que podemos llamar como una curiosa licencia de la naturaleza.
Al cruzar por el municipio de Cabral divisamos la ruta hacia Polo por el sur y hacia El Peñón por el norte. En este pueblo nació Buenaventura Báez, quien fue cinco veces Presidente de la República, caudillo del Partido Rojo y personaje funesto de la historia nacional, como bien lo describe su más enjundiosa biógrafa, la Dra. Mukien Adriana Sang Ben. Más adelante pasamos por el poblado de Cachón, donde hay una selecta ganadería de leche intensiva, tabulada y manejada con todos los adelantos de la pecuaria.
El estómago seguía reclamando comida, pero ya habíamos acordado saciar el hambre en la vibrante ciudad de Barahona.
En efecto, ya con “el sol cayendo” entramos al sector denominado Los Solares de Milton, desde donde penetramos al sector llamado Batey Central, centro de operaciones del Ingenio Barahona. En este trayecto me causó gran asombro observar, dentro de la ciudad, una casa en medio de un estercolero y quince o veinte vacas en su patio. Se me informó que ahí vivía una señora cuya existencia al parecer no sería posible si no es de esa estrambótica manera. Las absurdidades que son estampas vivas del ya aludido Macondo, que narra el genial Gabriel García Márquez se quedan cortas ante tan deprimente espectáculo.

Con los últimos rayos solares cayendo en el horizonte marino arribamos al famoso restaurant Brisas del Caribe donde nos dispusimos a almorzar-cenar. Teníamos de frente el mar con un paisaje arrebatador, pero también el espectro de las montañas, en una genuina representación de los caprichos de la naturaleza. Como siempre, la comida allí es sabrosa y abundante. Después de una breve conversación de sobremesa salimos de retorno hacia Santo Domingo.

La carretera estaba despejada. El poeta inglés Lord Byron decía que la noche es el día del diablo, por los peligros que ella encierra, pero afortunadamente no tuvimos ningún inconveniente en todo el trayecto.
Ya entrada la noche nos detuvimos brevemente en el parador Cruce de Ocoa, donde compramos quesos y galletas.
Cuando llegamos a Baní el Lic. Félix Ruiz Sánchez nos invitó a tomarnos un café en su casa, lo cual hicimos con mucho gusto. Allí tuve el honor de compartir con su esposa, la Lic. Magnolia Ramón de Ruiz, destacada educadora que me cautivó con su don de gente y su calurosa acogida en el seno de su hogar. También conocí a su hija más pequeña, una hermosa joven dedicada a sus estudios, que es un epítome del talante de gente buena que tienen sus progenitores.
Llegamos a Santo Domingo después de las ocho de la noche, disfrutando de las estrellas que adornan el firmamento celeste; bien cansados, pero con la alegría de una experiencia inolvidable.
Teófilo Lappot Robles
Santo Domingo, D.N., República Dominicana, 5 de mayo del año 2007.

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