viernes, 9 de septiembre de 2011

JUAN PABLO DUARTE

Juan Pablo Duarte, con su coraje, su tenacidad y su sacrificio, simboliza la existencia de la República Dominicana.

Duarte es una figura diamantina, dotada con características excepcionales.
Su deseo más acendrado siempre fue legarnos un país soberano, sin interferencias de las potencias que dominan el mundo.

Las dotes con que fue forjada tan señera personalidad nacen en su moral sin límites y en su firme determinación de no claudicar jamás en su empeño de libertad.
Duarte está justicieramente colocado en el punto más alto de nuestra historia por su permanente vocación de unidad entre todos los dominicanos.

El entendió siempre que la justicia y la unión eran los pilares fundamentales para evitar el colapso de la Patria; por eso abogaba para que los traidores fueran escarmentados para evitar que los buenos dominicanos fueran víctimas de sus maquinaciones.

La vida de nuestro libertador y guía espiritual no fue un lecho de rosas; tuvo que vencer muchos obstáculos para lograr sus objetivos; por eso él es el resumen de todas nuestras vicisitudes como Nación.
Un vistazo panorámico del ambiente en que se tuvo que mover Duarte para darnos la libertad, nos enseña que fue titánica y ciclópea su tarea.

El, con su ejemplo de alto civismo, con la potencia dialéctica de su pensamiento, con la intrepidez de su accionar sin tregua, es una figura sin parangón en los infolios amarillentos de nuestra historia.
Para Duarte, como para Martí, la Patria es ara y no pedestal, y esa divisa sublime lo define todo.

Duarte no escatimó ningún sacrificio para que fuéramos libres y así tuviéramos el legítimo derecho de establecer las coordenadas de nuestro destino como pueblo “colocado en el mismo trayecto del Sol”, como lo definiera poéticamente el inmenso Pedro Julio Mir Valentìn.
El siglo 19 fue una auténtica cantera de seres excepcionales nacidos en América, y en medio de aquella muchedumbre de grandes hombres y mujeres, nuestro Duarte pudo sobresalir al extremo de que su nombre está esculpido con letras doradas en la cumbre más elevada donde reposa la memoria de los titanes de la libertad.

Hoy más que nunca Duarte debe ser reverenciaba por los buenos dominicanos, en momentos en que la Patria agoniza víctima de la corrupción, la drogadicción y el latrocinio en todas sus vertientes.
Hoy, con más fe que ayer, es necesario predicar las enseñanzas de Duarte, cuando el país parece abatido por la morralla que ha copado, con su alta dosis de inescrupulosidad, muchas de las posiciones de mayor principalía pública, merced al ejercicio de una politiquería ramplona, y a un enllavismo que ya resulta anacrónico.

Hoy, que nuestro pueblo parece como si fuera hacia un abismo, por la perfidia de unos y la modorra de muchos, es necesario que nos aferremos a la figura más limpia que registran nuestros anales històricos.

Debemos abrevar en el venero de Duarte para que el ejemplo resumido en su ceniza sagrada nos ilumine y nos conduzca hacia el bien común, el cual será el mejor homenaje en su fecha natalicia.

Teofilo Lappot Robles
Publicado en el periódico El Siglo
26 de enero 1995

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