viernes, 16 de septiembre de 2011

MIGUEL DE CERVANTES

(Publicado en junio del año 1981,periódico El Cometa).

Contar con el geniecillo de las musas para pulsar la pluma y parir ideas geniales no es cosa de todo el mundo.

Son, por tanto, seres privilegiados los que pueden hacer maravillas con la pluma y el papel; de ahí que podemos decir sin temor a equivocarnos que son muy pocos los que en cada generación logran descollar en la literatura.


Los grandes escritores de la humanidad forman un hermoso arcoiris, que debe ser contemplado con reverencia por todos; pues ahí se observa la grandeza del ser humano en una de sus manifestaciones más elevadas.

El odio, la envidia y el egoísmo, tres lacras que se anidan en el corazón de muchos humanos, se han lanzado, en el curso de la historia, contra grandes escritores; pero al final la sensatez y la justicia se han impuesto y esos valores olvidados han sido colocados en el lugar que justicieramente les corresponde.

Miguel de Cervantes y Saavedra, por ejemplo, llevó una vida desdichada. Tuvo que realizar labores que estaban muy por debajo de su extraordinaria preparación. Fue mofado por muchos de sus contemporáneos; sufrió vejaciones y golpes de baja calidad moral.

Este personaje singular en las letras universales, fue paje de eclesiástico, alcabalero, soldado, marido infeliz y otras desgracias.

Cervantes, llamado El Manco de Lepanto por haber sido herido en el brazo izquierdo en la batalla del mismo nombre, fue encarcelado varias veces y como si esto fuera poco murió casi en la indigencia y con el espíritu abatido.

Ese genio, que tuvo tantos tropezones en su vida, concibió la feliz idea de escribir la monumental obra conocida en todo en mundo como “El Quijote”.

En la introducción de esa obra dice Cervantes con gran modestia: “...¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”.

Cervantes fue muy polifacético como escritor, es decir, que no incursionó en un solo género literario, sino que escribió novelas, poesías, cuentos y teatro.

Pero por encima de todo, el gran escritor español fue un altísimo novelista. Esta faceta de su vida eclipsó a todas las demás, pues la sublimidad, el donaire y la altura de que hizo galas en este campo no tiene paralelo.

Lenguaje de pura estirpe castellana, precisión en los juicios y alta calidad lírica se observan en la producción cervantina.

Una prueba de lo antes dicho es lo que Cervantes pone en boca de El Quijote: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…”. Extraordinaria metáfora que pone en claro la visión profunda que tenía Cervantes de la vida y la literatura.

El predecía la grandeza y el impacto que tendría su obra (a pesar de lo que dice en su introducción), cuando pone en boca de El Quijote la siguiente expresión: “Dichosa edad y siglo dicho aquel adonde saldrán a la luz las famosas hazañas mías, digna de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y pintarse en tabla, para memoria de lo futuro”. Y así ha sido.

Entre las obras de Cervantes podemos citar a:

La Galatea, novela pastoril; El Casamiento Engañoso, Rinconete y Cortadillo, picarescas; El Celoso Extremeño, La Gitanilla, La Ilustre Fregona y La Fuerza de la Sangre, costumbristas; El Licenciado Vidriera, de carácter filosófico, bajo las desgracias que envuelven a Tomás Rodaja.

Con su obra “Aventura del Ingenioso Hidalgo Don quijote de la Mancha”, el genio de Cervantes se crece hasta lo inimaginable para dejar al mundo una obra inmortal que ha recorrido los más apartados rincones de la tierra.

Para quien esto escribe, El Quijote es la más alta manifestación literaria de la humanidad. Es la suma, artísticamente encadenada, de las variadas corrientes que existieron en el Renacimiento Español. En ese libro hay material de sobra para analizar la vida española de la época en que se sitúan los hechos narrados y, por extensión de la palabra, se puede analizar en él la vida complicada y a la vez sencilla (valga la paradoja) de los pueblos.

El Quijote es un personaje valeroso hasta la temeridad. Si quien esto escribe fuera el siquiatra Antonio Zaglul colocaría al “enderezador de entuertos” en la escala de los paranoicos.

Su optimismo desbordante se sale de lo racional y he ahí la razón por la que protagoniza acciones increíblemente espectaculares, pero lo cierto es que El Quijote se creía muy juicioso y consideraba un compromiso de honor inevitable todo cuanto hacía.

La confianza que así mismo se tenía no deja margen a la duda. Refiriéndose a su escudero y fiel amigo le dice:

“Sancho amigo... yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos...”

Pero en grandes términos, El Quijote era un hombre amoroso. Todo lo que emprendía era a nombre de su bella Dulcinea del Toboso. Vale decir, que el amor guiaba sus pasos.

Cervantes, porque es como decir El Quijote, era muy amoroso no solo con Dulcinea, sin que esto se interprete como infidelidad... Pone lo que sigue en boca del enamorado Lauso, en su novela inicial “La Galatea”:

“¿Qué lazos, qué redes tiene,
Silena, tus ojos bellos,
que cuanto más huigo dellos,
más me enlazan y detienen?”

El Quijote murió de calentura, Cervantes se la atribuyó a la melancolía que le produjo su derrota o por la disposición del cielo.

En fin de cuentas, Cervantes ideó un personaje muy bien intencionado, pero rodeado por una profunda locura.

Basta este párrafo para comprobar esa situación:
“...Ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”.

Con Miguel de Cervantes y Saavedra la literatura universal tiene una deuda de gratitud invaluable, pues él simboliza, con sus obras, una de las más elevadas expresiones de la sabiduría humana.

Teófilo Lappot Robles.

(Publicado en junio del año 1981, periódico El Cometa, Higüey,R.D.).

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