viernes, 2 de septiembre de 2011

OBISPO JUAN F. PEPEN SOLIMAN

Monseñor JUAN FELIX PEPEN SOLIMAN fue en vida una síntesis de lo mejor del pueblo dominicano, pues proyectó tanto su saber como su bondad en beneficio de los demás.
Estuvo adornado con los atributos de la grandeza humanidad, asumiendo su papel misional como un apostolado para el bien común.

Su profunda formación intelectual nunca opacó su humildad. Su exquisito talento nunca le impidió llevar una vida sencilla y frugal, sin los aspavientos de aquellos que sabiéndose mejores dotados que el común de la gente se colocan en un pedestal social que los diferencie de los otros, “ los del montón salidos”, como decía el poeta Federico Bermúdez en un celebrado poema.

JUAN FELIX PEPEN SOLIMAN consagró su vida al sacerdocio, pues entendió sabiamente que desde esa atalaya podía, como lo hizo, brindar sus conocimientos y solidaridad a un mayor número de personas, especialmente a aquellos menos favorecidos por la diosa fortuna.
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Desde el púlpito supo descifrar para el pueblo llano el mensaje contenido en las sagradas escrituras y, además, en ejercicio de un valor bien entendido, hizo adecuado uso de precisas jaculatorias para decirles a las autoridades de turno que el poder debe usarse para aliviar la miseria de los pobres , para mitigar el dolor de los pueblos y para procurar la mayor suma de felicidad para la colectividad.

La historia de Higüey, desde que era un cacicazgo hasta el presente, no registra la existencia de otra persona que haya tenido más cualidades positivas que el primer obispo de esta tierra oriental.
Fue un hombre sabio, lleno de bondad y muy cariñoso, a pesar de que era poseedor de una innata timidez.
Como escritor de pluma atildada produjo decenas de libros que sirven de orientación, especialmente a la juventud dominicana.
Fue un educador de alto calibre, con una inconmensurable capacidad didáctica, cuyos saberes recogen los anales de la educación dominicana, desde los primeros niveles hasta la alta academia.

Su muerte constituyó una sensible pérdida para el país, pero especialmente para nuestro querido Higüey, pues su ausencia física dejó un vacío grande, que sólo se llena con el espíritu vivo de sus buenas enseñanzas.

La reciedumbre moral, el sentido de solidaridad y el calibre intelectual que adornaron la esplendente personalidad de monseñor JUAN FELIX PEPEN SOLIMAN lo hacen más que merecedor de que la comunidad de Higüey, representada por el cuerpo de regidores de su Ayuntamiento Municipal, designe con su nombre la avenida que enlaza la Basílica Menor Nuestra Señora de la Altagracia y el antiguo templo dedicado a San Dionisio.
Teófilo Lappot Robles
7-enero-2008

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