jueves, 1 de septiembre de 2011

CRISIS EN LA EDUCACION DOMINICANA

El sistema educativo dominicano arrastra males muy viejos, producto directo de la acidez de nuestro desenvolvimiento histórico.
Sin tener que entrar en detalles de datos históricos se puede comprender con facilidad el por qué de la existencia de una crisis que tiene al borde de la muerte a la educación pública dominicana.
Lo primero que hay que señalar es que la falta de institucionalidad de nuestro país permite y hace posible que al frente de la Secretaría de Educación, con toda la complejidad que ella tiene, esté una persona que ha demostrado no tener las condiciones suficientes para sortear las dificultades que allí se producen.
Otro elemento de mucha importancia que se presenta es la falta de aulas, que llega, según expresiones de las propias autoridades educativas, a miles y miles, trayendo esto como consecuencia directa una masificación anárquica de estudiantes en las aulas existentes, lo que a su vez provoca la falta de identidad plena entre profesor y alumnos.
El alza extraordinaria en el precio de los libros escolares es otro obstáculo que encuentran los estudiantes dominicanos en su tránsito hacia la cultura.
Las grandes casas editoriales y las distribuciones locales cuentan con muchas facilidades, tales como liberalidades en los impuestos aduanales, etc. Esas medidas son tomadas-se supone- para que los libros escolares se vendan a precios accesibles a los bolsillos de los padres de familia humildes, pero la realidad es muy distinta, pues lo que han hecho es alzarse con el santo y la limosna.
Por esa razón es conveniente que el Estado intervenga de manera directa y enérgica en ese asunto tan delicado, así como también es necesario que el gobierno regule los temas desarrollados en los textos escolares, especialmente los de carácter histórico y geográfico, pues casi todos los libros escolares que sirven de base a la escuela primaria y secundaria dominicana están plagados de inexactitudes infantiles, trayendo esa situación una total desorientación en nuestros educandos.
Por otra parte es de justicia señalar que en términos generales la educación pública- y en cierto modo la privada también- es una de las plazas más fáciles para aquellos que quieren usar un trampolín para alcanzar objetivos “mayores” en sus vidas.
De ahí que la improvisación campee por sus fueros en nuestra educación, lo que desdice mucho de nosotros los dominicanos, pues de la formación de los niños y jóvenes dependerá el éxito de nuestro país.
La educación es la fuente vivificante que mantiene en pie de lucha a los pueblos. Un pueblo sin educación es una masa sin forma que puede ser agitada por cualquier perencejo con aires de habilidad.
Don Domingo Faustino Sarmiento, gran educador argentino, abogaba constantemente por la educación civilizadora como mecanismo constructivo para evitar el despotismo a que son sometidos los pueblos ignorantes.
Hay que estar claro en una cosa: un pueblo sin educación es un pueblo que tiene un futuro oscuro y que no podrá decir presente en el concierto de los pueblos civilizados.
Una educación manca, coja y tuerta, como se estila la nuestra, es el mejor caldo de cultivo para frustar los anhelos redentores de esa masa gigantesca de necesitados que vive en el sub-mundo de la peor miseria.
Es un crimen imperdonable tener a miles y miles de niños sin el pan de la enseñanza por falta de aulas, mientras se gastan millones de pesos en cosas de menor importancia.
Es una actitud dañina al futuro dominicano seguir metiendo la discordia en la educación dominicana, cancelando centenares de profesores, pensándose que la fiebre está en la sábana.
Es triste ver la manera inhumana en que se enfrentan los problemas educativos criollos.
En fin, que de seguir como vamos no llegaremos a puerto seguro, pues la quilla del barco de la educación nacional no podrá romper el hielo del mar helado de la incomprensión de aquellos llamados a resolver los problemas nacionales.
¿Saldremos de esta cruel pesadilla? El tiempo dirá...
Teófilo Lappot Robles.
Publicado en la Revista Amigo del Hogar.Noviembre 1980.

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